Conservo un recuerdo vivo de mi niñez, el de esos domingos por la mañana en los que nadie tenía que ir al colegio ni a trabajar, lo que nos permitía descansar un poco más. Recuerdo cómo disfrutaba ir a buscar a mis papás y acurrucarme entre ellos, sintiendo esa calidez y seguridad que solo la familia puede dar. Sentirme querida y protegida por ellos, y percibir también el amor que existía entre los dos. Hoy, al meditar el gran misterio de la Trinidad, me vino este recuerdo. Lo relaciono porque, más allá de ser un misterio difícil de comprender, es fundamental saber que hemos sido creados de tal manera que podemos participar y heredar esta huella de Dios. Se trata de acoger y contemplar la esencia de Dios. Una esencia que siempre se ha definido desde dos categorías: el ser (como cuando Dios le dijo a Moisés “Yo soy el que soy”) y el amor, pues Dios es amor. Te invito a contemplar, desde la categoría del amor, este misterio insondable e infinito: un Dios que se entrega y ...
En estos días tuve el regalo de tener nuevas amigas. Las conocía un poco, pero por diversas circunstancias pude tener lindos encuentros que me animaron a caminar también con ellas. Y me quedaba pensando cómo podemos ser personas tan distintas, pero compartir la misma búsqueda y anhelos. Pero también me preguntaba qué es lo que nos une con los demás a pesar de ser distintos. Entonces me vino la imagen de una fuente, la que destila agua por diversas direcciones y que llega más alto y lejos cuando brota con más fuerza e intensidad. Fuente que tiene un solo origen, pero que al salir se dirige a variadas direcciones. Una fuente de la que se forman muchos caminos pero que proviene de un mismo origen. Creo que algo así somos nosotros, de diversos colores y matices, con historias y caminos diversos. Diferentes, pero viniendo todos del mismo origen, y con la misma esencia. Distintos, pero con la misma condición humana: esta que siempre anhela a más, que necesita encontrarse con los ot...