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En medio...

  Conservo un recuerdo vivo de mi niñez, el de esos domingos por la mañana en los que nadie tenía que ir al colegio ni a trabajar, lo que nos permitía descansar un poco más. Recuerdo cómo disfrutaba ir a buscar a mis papás y acurrucarme entre ellos, sintiendo esa calidez y seguridad que solo la familia puede dar. Sentirme querida y protegida por ellos, y percibir también el amor que existía entre los dos. Hoy, al meditar el gran misterio de la Trinidad, me vino este recuerdo. Lo relaciono porque, más allá de ser un misterio difícil de comprender, es fundamental saber que hemos sido creados de tal manera que podemos participar y heredar esta huella de Dios. Se trata de acoger y contemplar la esencia de Dios. Una esencia que siempre se ha definido desde dos categorías: el ser (como cuando Dios le dijo a Moisés “Yo soy el que soy”) y el amor, pues Dios es amor. Te invito a contemplar, desde la categoría del amor, este misterio insondable e infinito: un Dios que se entrega y ...
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Como una fuente...

  En estos días tuve el regalo de tener nuevas amigas. Las conocía un poco, pero por diversas circunstancias pude tener lindos encuentros que me animaron a caminar también con ellas. Y me quedaba pensando cómo podemos ser personas tan distintas, pero compartir la misma búsqueda y anhelos. Pero también me preguntaba qué es lo que nos une con los demás a pesar de ser distintos. Entonces me vino la imagen de una fuente, la que destila agua por diversas direcciones y que llega más alto y lejos cuando brota con más fuerza e intensidad. Fuente que tiene un solo origen, pero que al salir se dirige a variadas direcciones. Una fuente de la que se forman muchos caminos pero que proviene de un mismo origen. Creo que algo así somos nosotros, de diversos colores y matices, con historias y caminos diversos. Diferentes, pero viniendo todos del mismo origen, y con la misma esencia. Distintos, pero con la misma condición humana: esta que siempre anhela a más, que necesita encontrarse con los ot...

Presencia en la ausencia

  Hace poco me encontré con una persona que quiero mucho. Y al estar con ella tomé más conciencia del cariño que le tengo, pero sobretodo de la confianza tan grande que hay entre las dos. Qué regalo de Dios puede ser la experiencia de sabernos así: amados y seguros por esas personas únicas que tienen un lugar especial en nuestra vida. Esas personas que, aunque todos se alejen no se van. Y a veces, esto se evidencia más cuando viajan o deben alejarse por un tiempo. Porque sabemos que, al encontrarnos nuevamente, bastará una mirada y un par de palabras para saber perfectamente en qué va el corazón, los sueños y los miedos. Ese amigo, ese hermano que puede remitirnos con su amor y confianza plena al amor incondicional y único de Dios. Y evoqué esta experiencia cuando al meditar en el misterio de la Ascensión que celebramos este domingo, me quedó resonando dos movimientos que narra el Evangelio en el momento en que Jesús se fue al cielo: “…levantando las manos, los bendijo, y...

Paz

  No sé cuál ha sido la experiencia de ustedes al conocer a nuestro nuevo Papa León XIV. Yo me he sentido muy agradecida, conmovida y sorprendida por muchas razones que sería largo de explicar. Pero una experiencia constante, es haber experimentado una necesidad de prolongar el deseo y experiencia de paz que ha repetido de muchas formas desde su primer mensaje. Desear, buscar vivir y alentarnos a acoger la paz verdadera de Cristo Resucitado en un tiempo lleno de conflictos y divisiones. Una paz que necesitamos vivir y acoger desde el amor de Dios y la fuerza de su Espíritu. Y justo el Evangelio de este domingo, a una semana de la fiesta de Pentecostés nos habla de muchas cosas y también de la paz que nos da: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde”. Jn 14,27   Y me llevó a meditar y contemplar una verdad que no debemos dejar de lado: que la paz va más allá de algo tranquilo, sin problemas ...

Hacer nuevas todas las cosas…

  Me ha tocado en estos días mirar fotos de mi familia y encontrarme con unas mías de pequeña. Al verlas me dio alegría y me conmovió el confirmar que no soy igual y soy la misma a la vez… Guardo la mirada, guardo mi ser allí en mi expresión y sonrisa, y a la vez han pasado más de 50 años con tanto vivido y recorrido que hace que Magali también pueda ser distinta, con otras características, otras miradas aprendidas, heridas sufridas, gozos e historias bendecidas. Pero soy la misma... Al rezar las lecturas de este domingo, me evocó esto que viví, porque el Evangelio y la 2da lectura me remitieron a dos experiencias espirituales que se alimentan una a la otra: En el Evangelio Jesús nos deja como un testamento espiritual que nos dice: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros ”. Jn. 13,34 Y en la 2da lectura también nos dice: «Mira, hago nuevas todas las cosas». Ap. 21,5 Me encantó y caló en el corazón relacionar estas do...

Distintos...

  Imposible encontrar 2 personas iguales. Ni sentires, visiones, caracteres, ideas, ritmos, volúmenes, formas o estilos. Tú yo venimos de historias, familias, caminos y experiencias muy variadas. Tú y yo tenemos la misma humanidad, pero tenemos diversas experiencias por leer y contar. Tenemos oídos, corazones y miradas de todos los colores que podamos imaginar… Creo que es lo mejor que nos puede ocurrir, pues cada vida es un tesoro, como una piedra preciosa que destella mil matices de luces. Y cada brillo revela la grandeza de cada ser digno y valioso. Un encuentro de luces en el que cada uno, sin distinción, ofrece un destello único que enriquece a los demás. Distintos, variados, únicos… Y entonces vino a caminar por este mundo, nuestro Buen Pastor que, al hacerse hombre, nacer, morir por sus ovejas y resucitar por ellas sabe cómo hacerlo con cada uno.  Guiarnos, conducirnos, convencernos, animarnos, aventurarnos, alentarnos, decirnos las mejores palabras y consuelos ...