Me acuerdo que en el colegio me gustaba usar las enciclopedias y los diccionarios, porque me venían muchas preguntas y dudas que quería resolver. Tenía muchos por qués, muchos dónde y diversos para qué. Y es que cuando uno empieza a imbuirse en algo importante y algo que empieza a apasionarnos mucho, no surge la tranquilidad de lo recibido y aprendido, es al revés, como algo que se activa, que nos emociona y nos lleva a ahondar en el misterio que nos asombra. Y creo que eso también puede ocurrir en las relaciones humanas, con esas personas que son significativas en nuestra vida. Preguntas que se van dando cada cierto tiempo, y mediante las cuales ahondamos en nuestras relaciones, en mejorar algún aspecto, en aclarar actitudes o sencillamente el preguntarnos por qué esa persona nos ama tanto y nos lo muestra de tantas maneras. Esa hermana, esa amiga, ese esposo, esa madre, ese nuevo amigo, esa tía; personas que de una u otra manera nos animan a dar gracias y a querer fortalecer ...
¿Cómo definir y describir esta experiencia? Una cosa es tener hambre por algunas horas si se dejó de desayunar o almorzar, pero pensemos en el que es doloroso cuando no tenemos sustento para alimentarnos y más aún cuando no podemos dar alimento a los nuestros. Una necesidad tan humana, básica y cotidiana. Una experiencia que evidencia nuestra vulnerabilidad. Me viene esta experiencia porque hoy celebramos la Solemnidad del Cuerpo de Cristo en el que admiramos y agradecemos por este don inmenso de amor y entrega. Y el Evangelio no es la Última Cena, sino es el pasaje de la multiplicación de los panes. Narra la experiencia de más de 5,000 personas que estaban tan maravillados con las palabras de Jesús, que no se hicieron problemas de estar en un descampado, lejos de un lugar para alimentarse. Y cuenta la historia que los apóstoles al tomar conciencia de la hora le pidieron a Jesús que los despida porque no tenían nada para ofrecerles, a lo que Jesús les responde: “dadle vosotro...