¿Cómo
definir y describir esta experiencia? Una cosa es tener hambre por algunas
horas si se dejó de desayunar o almorzar, pero pensemos en el que es doloroso cuando
no tenemos sustento para alimentarnos y más aún cuando no podemos dar alimento
a los nuestros. Una necesidad tan humana, básica y cotidiana. Una experiencia
que evidencia nuestra vulnerabilidad.
Me
viene esta experiencia porque hoy celebramos la Solemnidad del Cuerpo de Cristo
en el que admiramos y agradecemos por este don inmenso de amor y entrega. Y el Evangelio
no es la Última Cena, sino es el pasaje de la multiplicación de los panes.
Narra
la experiencia de más de 5,000 personas que estaban tan maravillados con las
palabras de Jesús, que no se hicieron problemas de estar en un descampado, lejos
de un lugar para alimentarse. Y cuenta la historia que los apóstoles al tomar
conciencia de la hora le pidieron a Jesús que los despida porque no tenían nada
para ofrecerles, a lo que Jesús les responde: “dadle vosotros de comer”.
¿Se
imaginan la disonancia cognitiva en la mente de los apóstoles que solo ven a su
alrededor 5 panes y 2 peces para dar de comer a miles de personas? Y sí, les hizo
sentar en grupos de 50 y estos pocos panes y peces se multiplicaron de tal
manera que se saciaron, y como sale en otros evangelios sobraron canastos
llenos…
Y
esto me hace pensar en muchas analogías para nuestra vida.
Una es pensar cuál es nuestra reacción cuando pasamos una necesidad sin encontrar solución: podríamos abandonar lo que hacemos porque no hay salida como hicieron los apóstoles, o tomar la alternativa que nos propone Jesús pidiéndole que nos ayude dándonos ese alimento, el trabajo, la respuesta a ese dilema, la gracia para perdonar esa experiencia, el dinero que nos falta, etc. Porque, así como les dijo Jesús “dadles vosotros de comer”, también nos dirá a nosotros: “enfrenta el problema, que yo te daré lo que necesitas…”
Y
una segunda analogía que me vino es ahondar en la experiencia de saciar el hambre
en nuestra vida.
Hambre de pan,
que hace crujir el estómago
para recibir esa fuerza física,
para vivir,
caminar, trabajar y avanzar.
Pero están
otros tipos de hambres
que hacen
crujir el alma, las emociones,
los temores o
los anhelos.
Hambre de
encuentro,
cuando se vive
tanto y se busca al de al lado
para vivir la comunión, desahogarnos
y compartir la vida con el amor recibido.
Hambre de paz,
cuando las
voces de otros y las nuestras
nos llenan de
pedidos, problemas
y de esa
violencia innecesaria
en corazones
dolidos
y en naciones
heridas.
Hambre de
verdad,
cuando las
preguntas crecen,
las respuestas
no aclaran
y cuando el
misterio de la vida
nos llena de porqués
por esos argumentos
vacíos.
Hambre de conversión
cuando estamos
como atascados
en el mismo
nudo, en la misma caída,
y en el mismo
defecto que no nos libera
acortándonos
las alas y los sueños.
Hambre de justicia
cuando lo que
vemos no tiene lógica
lo que nos dan
queda muy corto
lo que
observamos remece y cuestiona
porque la
medida es absurda
y el corazón egoísta
domina el rumbo.
Hambre de
memoria
cuando solo
podemos recordar heridas y daños
olvidándonos
de tanto recibido
y generosamente
compartido.
Hambre de
fortaleza
cuando sentimos
que no podemos más
y necesitamos
de tu gracia y tu Espíritu
que ensancha el alma
y robustece la
voluntad.
Hambre de amor
el peor de
todos…
cuando no lo
recibimos
pero que es
peor aún
cuando no
damos y ofrecemos
para hacer que
nuestra fuente de vida
sea honda
y eternamente viva.
Hambre de ti
Señor
porque al
comerte y recibirte en ese pedazo de pan blanco
nos das todo
y recibimos mucho más de lo que necesitamos
porque nos ofreces y repartes
una esperanza
renovada
una paz clavada
en lo más hondo
una verdad
clara y nítida que disipa todo error y desconfianza
tu gracia
divina, para poder cambiar poco a poco y día a día
tu justicia santa,
que es sinónimo de misericordia para mirar desde ella la realidad y los
corazones
el recuerdo bendito
de haberte entregado, de habernos cargado para caminar siempre juntos
tu fortaleza
divina que se revela humana para sentir tus brazos cargándonos y levantándonos
tu amor
indescriptible que no se habla, solo se recibe y vive.
Hambre de ti
y Tú con hambre
de nuestro pobre amor.
Porque al
darte en este pequeño pan
al repartirte y darte a cada uno
todo se sacia,
se colma
y hace que el
corazón
rebalse de
alegría,
se colme de
paz y esperanza,
y nos haga caminar,
correr y volar
por donde tu
Espíritu nos lleve
donde tu voz
nos llame
donde tu amor
se haga presencia
y se haga
cielo aquí en la tierra.
Tú te repartes
y nos enseñas a darnos a los demás
amar a los demás
siendo felices día a día...
Lc. 9, 11b-17
Y mira esta explicación sobre el pelícano para entender la entrega de Jesús y saciar nuestra hambre de salvación:
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