Nunca me voy a olvidar la experiencia que viví a los 16 años cuando viajé con mis amigas de colegio por el río Urubamba (allí abajo salgo en la foto) . Me acuerdo que estaba sorprendida de la fuerza, de lo precavidas que debíamos estar con un chaleco de seguridad y con varias indicaciones; porque el cauce del río era fuerte. Estar en medio del río era especial. Se sentía de forma clara como era necesario dejar que fluya su cauce, hacerlo en equipo y confiar en nuestro guía del viaje. Estaba rodeada de una naturaleza tan bella y en medio con un río que transmitía vida y movimiento. Luego de una experiencia así te pueden venir diversas preguntas. ¿De dónde viene su fuerza y vitalidad, la que es capaz de arrasar con todo lo que le viene? ¿O por qué otras veces es un cause casi vacío, débil que parece estéril y ausente de vitalidad? ¿Cuál es su fuerza, cuál es su causa, que le mueve o detiene? Y la respuesta es simple pero esencial: el agua. Sin el agua, el río senci...
Me acuerdo que en el colegio me gustaba usar las enciclopedias y los diccionarios, porque me venían muchas preguntas y dudas que quería resolver. Tenía muchos por qués, muchos dónde y diversos para qué. Y es que cuando uno empieza a imbuirse en algo importante y algo que empieza a apasionarnos mucho, no surge la tranquilidad de lo recibido y aprendido, es al revés, como algo que se activa, que nos emociona y nos lleva a ahondar en el misterio que nos asombra. Y creo que eso también puede ocurrir en las relaciones humanas, con esas personas que son significativas en nuestra vida. Preguntas que se van dando cada cierto tiempo, y mediante las cuales ahondamos en nuestras relaciones, en mejorar algún aspecto, en aclarar actitudes o sencillamente el preguntarnos por qué esa persona nos ama tanto y nos lo muestra de tantas maneras. Esa hermana, esa amiga, ese esposo, esa madre, ese nuevo amigo, esa tía; personas que de una u otra manera nos animan a dar gracias y a querer fortalecer ...