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La fuerza del río

 


Nunca me voy a olvidar la experiencia que viví a los 16 años cuando viajé con mis amigas de colegio por el río Urubamba (allí abajo salgo en la foto). Me acuerdo que estaba sorprendida de la fuerza, de lo precavidas que debíamos estar con un chaleco de seguridad y con varias indicaciones; porque el cauce del río era fuerte. 

Estar en medio del río era especial. Se sentía de forma clara como era necesario dejar que fluya su cauce, hacerlo en equipo y confiar en nuestro guía del viaje. Estaba rodeada de una naturaleza tan bella y en medio con un río que transmitía vida y movimiento. 

Luego de una experiencia así te pueden venir diversas preguntas. ¿De dónde viene su fuerza y vitalidad, la que es capaz de arrasar con todo lo que le viene? ¿O por qué otras veces es un cause casi vacío, débil que parece estéril y ausente de vitalidad? ¿Cuál es su fuerza, cuál es su causa, que le mueve o detiene?

Y la respuesta es simple pero esencial: el agua.

Sin el agua, el río sencillamente no existe, no tiene sentido y puede dejar de estar en un mapa.

Y un río sin una dirección clara, formada con una profundidad y un camino trazado, perdería su fuerza y se transformaría en puro lodo difuso, que se queda estancado en una zona grande, pero estéril.

Un río va regando, alimentando y limpiando la ruta que va pasando. Un río grande ofrece niveles, caídas y muchos tipos de vida que acoge y sostiene.

Y al meditar el Evangelio de este domingo sobre el llamado a los 72 para anunciar el amor de Jesús, me vino esta figura. Anunciarlo es una fuerza, una verdadera motivación y un gozo lleno de vida. Para mí el sentirme llamada a hablar por Él, es lo que llena de colores todo lo que hago. Y puedo entender mi vida como este río, en el que está el Agua de la Vida y existe una fuerza grande cuando estoy cada día más empapada de Él. Una fuerza para avanzar y compartir esta bendita agua con los demás.

 


Una misión con algunas analogías con la fuerza de este río:

-En primer lugar, empieza este pasaje diciendo que: “… los mandó …adonde pensaba ir él”. Lc. 10,1

Esta el “ir” de Jesús: no dice que nos espera, habla de buscarnos, salir al encuentro, estar en salida, tomar la iniciativa, visitar, despertar con entusiasmo, con pasión y con un celo ardiente los corazones dormidos para que gocen de su amor y se encuentren con Él. Un río es así: no espera para avanzar. Lo hace porque el agua y el cauce le obligan. Y en nosotros el amor, la gracia y la necesidad de hacerlo nos puede mover día a día.

-El río además tiene una ruta, un rumbo, una razón de ser: llevarnos hasta llegar al mar. Y el río de nuestra vida y misión tiene uno: llevarnos al cielo y al encuentro con Él. Sean ríos distintos, como momentos pequeños, con circunstancias anchas que parecen inacabables, o sean momentos con profundidad, con caídas o incluso con riesgos peligrosos; pero el río llega al mar y nosotros a encontrar el cielo.

- El río tiene un cauce, una forma porque el río fluye y avanza siempre. A veces lento, a veces rápido, a veces desbordadamente fuerte. Y de igual manera nuestro camino es el sendero que nos ha trazado, va de la mano con Él y busca solamente nuestro bien, nuestra felicidad. Un río en el que la mejor manera de navegar es confiando en Él y siguiendo su cauce. En el río de nuestra misión y de nuestra vida hay un camino trazado por Él que nos irá mostrando las personas, los ritmos y las formas para que tanto ellos como nosotros siempre estemos gozosamente a su lado.  

-El río se alimenta de la lluvia, del deshielo de montañas o las aguas subterráneas. Pero puede avanzar porque tiene agua. Nuestra misión no puede ofrecer esperanza y amor de Dios si no estamos llenos de Él. Nuestro río no se alimenta de grandes estudios, de intuiciones avanzadas o grandes dones e inteligencias. Sencillamente se da cuando podemos estar llenos del Agua de la Vida: del amor de Dios. Si no recibimos, si no nos empapamos y estamos llenos de Él, ninguna misión de IR al encuentro de los demás para anunciarles la salvación y la vida plena será verdadero y se podrá alcanzar.

-Y finalmente remitirnos a que Jesús nos llamó para ir de 2 en 2. Si en la vida no podemos solos y necesitamos caminar con nuestros amigos, nuestra familia y esas personas que suman en nuestra vida. Con mayor razón una misión así va a necesitar de otras personas que compartan nuestro camino para hacerlo mejor. Navegar solos en el río trae más peligros, trae la posibilidad de descuidarnos ante diversos obstáculos y nos faltará fuerza para seguir remando. La misión de anunciarlo es hermosísima y es necesario tener con quién compartir lo vivido así como animarnos unos a otros para mostrar el amor de Dios cada vez mejor. 

Démosle gracias a Dios por poder participar de esta misión que no solo es para los sacerdotes, consagrados y religiosos. Es para TODO AQUEL QUE ESTÉ LLAMADO A ANUNCIARLO. Y en realidad todos estamos llamados… es cosa de saber escucharlo, acogerlo y seguirlo.

Y al vivir este llamado, quedémonos con la bendita promesa que el Señor nos deja en la primera lectura:

«Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz…” Is. 66, 12




Comentarios

  1. Gracias Magali x tu linda Reflexión, Navegar en la vida siempre confiando en el Señor.

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    1. Así es, somos como un río que debemos dar de beber esa agua a cuánto prójimo éste cercano a nosotros, alimentarlo con la sabiduría y fe que Dios nos da gratuitamente.
      Bella tú reflexión Magali.

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  2. Muy buen relato Magalita y además explicado gracias

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  3. Muy buen relato Magalita gracias

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  4. Gracias Magaly buen relato. El Señor lleva x aguas caudalosos y nosotros debemos remar mar adentro llevando su palabra.

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