Hay
árboles en otoño que dejan caer todas sus hojas. Pareciera que están muriendo o
fracasando, no dan frutos y van quedándose solo con troncos y ramas.
Son
árboles que sí están vivos, pero que necesitan pasar por esa etapa. Es como si
se limpiaran: de las hojas ya innecesarias, las dañadas y finalmente también
las oficialmente vivas y verdes.
Llegará
un momento en el crudo invierno en el que quedarán totalmente vacíos y e incluso cubiertos de nieve.
Me
vino esta figura al rezar el Evangelio del domingo en el que Jesús cuenta la
parábola de un hombre que acumuló muchísimos bienes y sólo estaba preocupado por saber
cómo almacenar sus millonarias cosechas en más almacenes. Y entonces, Dios le
dice que es absurdo su proceder, porque esa misma noche iba a morir, y todo lo
acumulado ¿A dónde irá?
Si pensamos que estos árboles de otoño son nuestra vida y escucháramos esta parábola, ¿Qué es lo que nos diría?
¿Nos aferramos a nuestras hojas? Lo cierto es que el árbol de nuestra vida puede perderlas todas pareciendo pobre y débil. Pero en realidad lo más importante y lo esencial no se va: el tronco, las ramas y las raíces permanecen.
Este
árbol sigue vivo pues meses después, ya podado por el frío y fortalecido con el
tiempo dejará crecer en la primavera hojas más verdes, ramas más fuertes que
harán brotar flores con frutos buenos y bellos.
¿No
es algo así lo que necesitamos? Ser árboles que dejamos de aferrarnos a nuestras hojas y todo lo que se acaba con el tiempo. Que cuando vengan las
hojas del dinero, de las nuevas pertenencias y los logros podamos disfrutarlos
y aprovecharlos, pero cuando toque el otoño y el invierno, no se vaya del
corazón la alegría de nuestra vida, porque nuestras raíces no se han ido, más
bien se han fortalecido y el tronco del sentido de nuestra vida, de nuestra
identidad y misión se hizo más fuerte. Nada de lo importante se cayó, sino que
creció luego de cada otoño.
Dejemos
el miedo por dejar caer esas hojas, el miedo de entregar nuestros follajes para
vivir la caridad con los demás. Y creamos de corazón que cuando nos toque quedarnos
con el tronco vacío, se ha ensanchado la raíz de nuestro espíritu.
No
acumulemos cosas que se van, es decir no vivamos con codicia. Más bien acumulemos
amor, entrega y servicio. Más bien compartamos todas nuestras hojas para que
crezcan esos frutos de felicidad y esas flores que huelen a esperanza, a consuelo
y a solidaridad.
Quedémonos
siempre con la raíz del amor que viene de Dios, para que el árbol de nuestra
vida cobre más colores y madurez porque nos ponemos de pie recordando el verdadero sentido de nuestra vida.
Seamos como un árbol lleno de vida, en el que transita la savia del amor de
Dios que todo lo hace nuevo, rico y pleno.
Lucas 12, 13-21


Gracias , Magali x linda reflexión, Amor, Entrega Servicio es lo importante.
ResponderEliminarEl buen árbol de la vida es dar buen fruto y al final sólo dejaremos el ejemplo, porque llegamos a éste mundo sin nada y sin nada nos vamos a ir.
ResponderEliminarBella reflexión Magali.