Libertad,
sinceridad y tranquilidad. Sensaciones que podemos experimentar al caminar
descalzos por la playa o en un entorno agradable. Sin embargo, estas emociones
son difíciles de alcanzar en un lugar árido o desafiante.
Más adelante,
intentaré describir esta experiencia a través del hermoso pasaje de la Primera
Lectura sobre Moisés. Este relato puede iluminar muchos momentos y vivencias de
nuestro espíritu cuando buscamos a Dios, y cuando Él nos busca, abrazándonos
con fuerza.
Vivió marcado desde su nacimiento por el sufrimiento y la adversidad. Estuvo en peligro de ser asesinado por el faraón en su infancia. Fue salvado y adoptado por la hija del Faraón. Experimentó en su juventud las riquezas y grandezas de Egipto. Pero también sufrió al observar cómo se trataba a los de su propio pueblo. Una injusticia que lo llevó a perder el descontrol con un pecado que lo obligó a huir de Egipto, convirtiéndose en un hombre perseguido por la ley, enfrentando el hambre y el dolor en el desierto. Pasó de ser considerado el protegido del reino a ser un simple pastor que cuidaba el rebaño de su suegro, ni siquiera del suyo. Su vida estuvo llena de historias fuertes. Y todo fue parte del camino de preparación hacia una gran misión que fue crucial en la historia de nuestra salvación.
Y
llegó ese día inolvidable, en el que Dios se le aparece en forma de zarza
ardiente en el monte Horeb. Un encuentro que Moisés no esperaba tomándole por sorpresa
pero que marcó un antes y un después para su vida.
Un
encuentro tan fuerte, que creo que solo pudo comprenderse y vivirse luego del
desierto de su vida. Tal vez, en medio del palacio, en medio de las seguridades
y las luces artificiales no sería capaz de ver la verdadera Luz de Dios. Lejos
de todo para experimentar lo esencial. Lejos, para pasar hambre y peligro, para
reencontrarse con el Dios de su pueblo, con el Dios de Abraham y ahora con el
Dios de Moisés.
Un
encuentro con muchos símbolos que pueden remitirnos a los de nuestra propia
experiencia de salvación.
Como
el encuentro de Moisés con Dios en medio de su trabajo, de su vida cotidiana; para
que allí descubra su presencia viva.
Como
el que Moisés contemplara una zarza ardiente que no se apagaba, una llama de
fuego (símbolo del poder de Dios y de su presencia), que le movió a buscarlo y
subir al monte. Seguir esa moción interior por la que Moisés pudo encontrarse con
Él. Un fuego vivo puede remitirnos a ese ardor y búsqueda interior, ese que
llevamos dentro. Un sello que Él nos dio, y que nos lleva a buscarlo
incesantemente sin saberlo.
Como
el momento en el que Dios le comparte a Moisés la pena y dolor por ver a su
pueblo herido por la esclavitud. Así como se apena al ver nuestro sufrimiento
cuando estamos atados y heridos por tantas esclavitudes.
Pero
la experiencia que me ha conmovido particularmente al rezar, es lo que le pide
Dios a Moisés al acercarse a la zarza ardiente:
“Viendo el Señor que Moisés se acercaba a
mirar, lo llamó desde la zarza: «Moisés, Moisés”. Respondió él: “Aquí estoy». Dijo
Dios: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que
pisas es terreno sagrado».”
Que
se quite las sandalias, porque el sitio es terreno sagrado.
¿Qué
implica caminar descalzo? ¿Qué puede experimentar uno cuando pisa tierra?
A veces agradable, pero en el fondo es
como la experiencia de inseguridad porque no tenemos algo que proteja. Caminar sin algo externo que garantice tener el control del lugar sobre el que se camina. Porque al estar
descalzo, es como si uno experimentara la vulnerabilidad y la fragilidad. Una
experiencia que si la llevamos al corazón, habla de lo mismo porque ante Dios necesitamos
sacar esas falsas seguridades y soportes. Ante Dios, necesitamos quitar barreras y vanas excusas.
Ante
la presencia de Dios no existe ningún calzado apropiado ni suficiente, y sin
embargo para Él estar descalzo es la mejor forma de estar en su presencia,
porque así será Él quien nos ponga las sandalias y el que nos ofrezca un suelo
bueno y firme.
Si
estamos descalzos ante Él, podremos recibir de su amor infinito lo que necesita nuestro espíritu y lo que busca incansablemente nuestra
vida. Estando descalzos es como se avivará la sed y el hambre. Estando descalzos
podemos percibir la temperatura de la realidad, la frialdad de unos corazones,
la calidez de otros y podremos amar al mundo desde la sinceridad de un alma que va aprendiendo a poner su confianza y apoyo solamente en Dios.
Que
esta semana de Cuaresma podamos dejar descalza nuestra vida, nuestra mente y
nuestros deseos para escuchar y acoger su presencia. Y con el calzado que
el nos dé y su fuerza viva, podremos dar los mejores
pasos, los más seguros y los que sí nos conduzca a lo que tanto busca y
necesita nuestro corazón.
En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián. Llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, la montaña de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés se dijo: «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver por qué no se quema la zarza”. Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: «Moisés, Moisés”. Respondió él: “Aquí estoy». Dijo Dios: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado». Y añadió: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». Moisés se tapó la cara, porque temía ver a Dios. El Señor le dijo: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel». Moisés replicó a Dios: «Mira, yo iré a los hijos de Israel y les diré: “El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros”. Si ellos me preguntan: “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les respondo?». Dios dijo a Moisés: «“Yo soy el que Soy”; esto dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me envía a vosotros». Dios añadió: «Esto dirás a los hijos de Israel: “El Señor, Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación”». Exodo 3, 1-8a. 13-15
Que difícil se me hace quitarme las sandalias
ResponderEliminarMuy bonita y profunda reflexión la de hoy Magali. Me hace acordar las películas que veíamos cuando niños. Pero hay algo más, me despertó el interés en conocer más acerca de la vida de Moisés y el antiguo testamento. Muchas gracias
ResponderEliminarMe encantó tu reflexion Magaly. Gracias por compartirlo.
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