Muchos
que leen este blog ya deben tener presbicia, que es el dejar de enfocar objetos
cercanos, común con la edad. Necesitamos de lentes para ver las imágenes como
son. Pero creo que junto con este problema físico, poco a poco y con los años
podemos caer también en una presbicia interior.
Circunstancias
en la vida donde vemos a las personas, pero no de una manera completa. Tal vez
ese quedarnos más atentos a los defectos, las caídas y errores. Y la verdad es
que me parece complejo tener todos los elementos de una persona para poder ser
verdaderamente objetivos y justos, por más honestos que busquemos ser. Presbicia
con otros y a veces con nosotros mismos.
Hoy cuando rezaba
el pasaje de esta mujer sorprendida en adulterio, me vino esta enfermedad de la
vista. En el pasaje eran unos fariseos que buscando respuestas justas y
completas le piden a Jesús que decida sobre apedrear o no a una mujer
sorprendida con un pecado que para la ley antigua significaba apedrearla. Era
incluso un poner a prueba a Jesús y una presbicia con Él también. Jesús promueve
la ley del perdón y la compasión y le exigen tener que considerar también la ley de sus
antepasados. Tener que decidir entre cumplir como "buen judío" o vivir la ley del
amor que Él viene a anunciar.
Una pregunta y
una respuesta que Jesús pudo responderla con inteligencia y fundamento. Pero
una pregunta que era una ocasión perfecta para hacerles otra más de fondo.
Porque más importante que la ley, las letras y las reglas, está la mirada por
la dignidad humana, está el respeto a la grandeza de la propia humanidad.
Una historia real
vivida por Él y por ella, que nos enseña una experiencia que bien puede ser aplicada a nuestra vida cotidiana: el dilema de caer en teorías y leyes o la
opción por mirar a la persona en su integridad.
Y sí, Jesús nos
invita una vez más a tener una mirada que no justifica el error, el pecado y la
caída. Pero nos pide tener una que trascienda todo ello para mirar ante todo lo que esa
persona es, necesita y busca de verdad. Mirar a cada ser humano desde su grandeza,
desde sus verdaderos anhelos y necesidades. Mirar a la persona con amor y para
el amor.
Mirada que muchas
veces se apaga, se olvida y se rutiniza cayendo en esta presbicia interior.
Mirada que tal vez ni siquiera la usamos para mirar a los que más queremos o a
nosotros mismos. Mirada que necesita pasar por el colirio del perdón de Dios,
de la gracia y del amor de Cristo.
Y si abrimos los
ojos para amar y mirar como Jesús, veremos adúlteros de diversos temas,
pecadores contumaces o soberbios inconscientes. Tendremos la oportunidad de
tenerlos un día frente a nosotros culpado o señalado por otros. Y si decidimos ser como Jesús, podremos escribir en la tierra, escribir en sus corazones con
el amor de Cristo para que le mostremos un gran espejo: el de su dignidad y
llamado. Podremos vivir y replicar lo que Jesús seguramente hizo también con
nosotros en algún momento de nuestra vida, podremos anunciar una misericordia
encarnada que avive la esperanza en los corazones, siendo instrumentos de misericordia.
Pasar de ser
jueces a ser instrumentos de misericordia, pasar de quedarnos en leyes para pasar a ser personas amadas y salvadas por el amor de Cristo
que han aprendido a levantar la propia mirada para mirar a todos como Él nos
mira.
Recordemos esos
momentos inolvidables en los que estando cara a cara con Él nos miró, nos
levantó y nos perdonó. En los que con amor de Hermano y de un Dios encarnado nos
animó a ser felices.
Miremos a todos y
perdonemos a todos porque sólo así la verdadera paz habitará en nuestros corazones. Sólo así muchos dilemas y angustias desaparecerán, porque esa tarea de juzgar no es nuestra, es
sólo de Dios que es el mejor juez y quien sabe mirar todo en todos.
Dejemos que Él escriba
en nuestros corazones y dejemos que nos atraviese con su mirada compasiva para
repetirla y compartirla con todos los que nos rodean.
Que podamos
colaborar con una gran cadena de amor, de compasión y perdón que sí puede
revolucionar este mundo tan lleno de injusticias, egoísmo y corrupción al ver a cada ser humano con toda su dignidad y grandeza.
Y con esa mirada, aguardemos al Rey de nuestras vidas que entrará a la Jerusalén de nuestras
vidas el próximo Domingo de Ramos para rescatarnos y salvarnos justamente de
todo dolor y muerte.
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Aquí
estamos los dos…
Cara
a cara,
cuando me quedo a solas contigo
porque Tú alejaste a todo espectador y distractor
que juzgue y me aleje de tu lado.
Cara a cara,
luego de haber escrito
sobre el surco de mi corazón
palabras de vida y esperanza
con la
fuerza de tu gracia.
Cara a cara,
cuando escribiste en mi alma
la ley del amor y del perdón
trazando palabras muy libres
en toda mi
historia.
Cara a cara
en silencio, con solo esa mirada
que me dice cuanto me amas
cuánto me perdonas,
cuánto me conoces
y cómo me salvas.
Cara a cara
estirándome tu mano firme
para levantarme nuevamente
para seguir caminando
pero recordando nuevamente
que se camina tomada de tu mano
para no tropezar en el sendero
para tomar la mejor ruta
por la que me llevas al cielo.
Cara a cara voy dejando
que escribas hondamente en mi alma
la historia de amor que has trazado
con tu perdón, ternura y paciencia
invitándome
una y otra vez
a volar alto y libre
junto a ti
y con mis hermanos.
Amén.
San Juan 8, 1-11
Hermosa y profunda reflexión que nos hace pensar y meditar, que nos ubica como seres humanos frente a la mirada de Jesús. Muchas gracias!
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