Me encanta ver cómo Jesús es
tan buen maestro. La parábola que nos cuenta este domingo la describe de tal
manera que no queremos ser como el protagonista y sí queremos ser como la otra
protagonista. Entonces es algo así como una motivación e invitación para ser el
antónimo de uno y el sinónimo de la otra:
-Este es un juez que no le
teme a Dios: que no confía en su poder, que no se entiende humano frágil y
necesitado, autosuficiente, soberbio y sin entender la necesidad de recurrir al
poder y fuerza de Dios para su misión.
Y el antónimo es Jesús, quien
no solo le teme a Dios, sino que no se entiende sin el Padre. Que sabe orar y
clamar al Padre desde la madrugada, un Juez que le da gracias por todo y que
sabe buscarlo y llamarlo hasta en el suplicio de la Cruz. Un Juez que entiende
a la voluntad del Padre como su propio alimento. Un hermano que pide ayuda a
sus amigos y a todos nosotros para hacer y vivir la justicia aquí en la tierra.
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-Un juez a quien no le importan
los hombres: algo totalmente contrario a su misión, donde el fin es sólo él
mismo, que no se conmueve o compadece de los otros, insensible al dolor e injusticia,
egoísta y probablemente solo. ¿Con qué llenará su corazón?
Y el antónimo es Jesús, porque
lo que más le importa somos nosotros hasta el punto de renunciar a su condición
divina para hacerse hombre y vivir con nosotros, para salvarnos y para hacernos
felices. Un Hermano que no deja de buscarnos, de mostrar su amor, compasión y preocupación
por cada uno de nosotros. Que no deja de desvelarse por llevarnos al cielo gozando
la mayor de las justicias.
Jesús es el verdadero Juez,
que vela por el bien de cada uno de nosotros, que se gana problemas y rechazos
por denunciar las injusticas, los egoísmos e hipocresías.
Un Juez bueno que da un paso
más, porque es capaz de hacer justica desde el perdón y la misericordia. Capaz
de llamar las cosas por su nombre y condenar el mal, y luego perdonar y trascender
a todos los que quieran acoger la reconciliación.
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-Un juez injusto que se niega
por algún tiempo, es decir más de una vez, a servir desde su cargo a una mujer
herida y sufrida. Un juez que permite que su egoísmo y negligencia haga sufrir
a esta mujer días y noches.
Y el antónimo es Jesús, quien
hace todo lo contrario a negarse. El que sabe de antemano qué necesitamos y que
incluso nos lo da antes de pedirlo. Es como si nos esperara listo en la puerta
de nuestro corazón para poder entrar apenas se la abramos.
Es el Juez que nos ama tanto
que no solo responde pronto, sino que se alegra y celebra cada vez que le
llamamos y le pedimos un bien, el perdón o el consuelo. Un Juez que ya hizo justicia desde antes con la
entrega de su propia vida, que hizo justicia muriendo por ti y por mí. Que hizo
justicia venciendo la propia muerte y resucitando para que heredemos el mayor
bien de todos: la vida eterna y la felicidad eterna.
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-Un juez que por la
insistencia de la mujer decide hacer justica solamente para no seguir
incomodándose con sus pedidos, es decir hizo justicia por pura impaciencia. Un
juez que no hacía las cosas por solidaridad o amabilidad, sólo haría algo así
para incomodarse menor. Y no sería raro que la realice renegando y de forma
mediocre.
Y el antónimo es Jesús, quien decide hacer justicia por amor incondicional. Su única impaciencia es la de querer vernos pronto felices. Decide salvarnos, amarnos, acompañarnos antes de pedirlo y siempre que lo necesitemos.
Una mujer consciente de su
necesidad, de su fragilidad, que con humildad sabe que necesita elevar los ojos
al cielo para que su Juez eterno la sostenga y acompañe.
Una mujer que ante el dolor
no “tira la toalla”, sino que busca salida. Que por amor a la vida y a su
propio camino decide pedir poner sus fuerzas para pedir ayuda, para salir
adelante y para vivir en justicia.
Una mujer que pide justicia,
pide un bien. Que pide una verdadera necesidad. Que no pide antojos y
caprichos, sino el bien recibido que se le ha sido arrebatado. Y así, nos
enseña a pedir a Dios y a confiar que él nos lo dará en el mejor momento y lo
que verdaderamente necesitemos.
Una mujer que sabe a quién
pedir. Que lejos ser autosuficiente o evadir la realidad, busca al que le ha de
ayudar y rescatar. Una mujer que nos enseña a creer que solo Dios puede
salvarnos y darnos los bienes que necesitamos. Una mujer que no ve a Dios como un amuleto,
sino como el que tanto le ama y tanto le puede ayudar.
Una mujer que clama día y
noche, que pide de forma insistente porque hay una confianza plena de ser
escuchada y ayudada. Y que con su insistencia nos muestra que no basta
solamente con pedir y confiar, sino también actuar y poner todo de nuestra
parte para alcanzar el bien que necesitemos.
Una mujer que es puesta de
modelo para nuestra oración y nuestra vida de fe por la que Jesús terminó este
pasaje y esta parábola diciendo: “…cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará
esta fe en la tierra?”. Lc 18,8
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Esta semana escuchemos esta sencilla
y clara parábola aprendiendo a ser como el antónimo del juez, para ser como
Jesús, el único Juez justo y amoroso en nuestra vida.
Y aprendamos a orar incesante
para ser sinónimos a esta mujer de la parábola, confiando, insistiendo y
buscando la justicia, el amor y la verdadera paz en nuestras vidas.
Oremos sin cesar, confiemos
sin cesar y esperemos la justicia amorosa y plena que se nos ha reservado para
toda la eternidad.
San Lucas 18, 1-8
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Les comparto esta canción que
tal vez ya conocen. Aquí es como si se cambiaran los roles. Él es la viuda que
nos busca incesantemente y quiere que le respondamos y le abramos la puerta:


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