Me encanta tener
abiertas las cuatro ventanas de mi casa. Así entra aire fresco, mejora la
temperatura y se siente mejor la calidad del ambiente. Es como que estamos en más
conectados con el exterior y no nos sentimos encerrados. Y además, todo se
ilumina y se ve más claro.
Este
pasaje del Evangelio describe la realidad de 10 hombres con lepra. Una
enfermedad rechazada por los judíos, llevándolos a separarse de sus familias y
la comunidad. No podían acercarse a nadie teniendo que pasar por la condena de
la soledad.
Y
estos 10 leprosos al escuchar de Jesús y su poder, se atrevieron a buscarlo
pasando vergüenza y humillaciones hasta poder encontrarlo. Y Jesús los curó,
pero no como otras veces delante de sus discípulos, sino indicándoles que vayan
a presentarse a los sacerdotes (para certificar que estaban curados). Y ellos convencidos
que sí serían curados, emprendieron el camino. Los 10 fueron curados.
La
diferencia está en que 9 de ellos seguramente se alegraron mucho, pero solo siguieron
caminando para presentarse a los sacerdotes y puedan seguir con la vida que les
fue quitada por esta enfermedad.
Pero
uno de ellos unió al alivio de la curación, un ingrediente que hace una gran
diferencia: se asombró, se conmovió y necesitó darle gracia a Aquel que le
salvó la vida.
No
sabemos la distancia, el esfuerzo o rechazo de los otros 9. Pero él tenía claro
que algo así no era solo una solución práctica en la que Jesús les fue útil. El
leproso abrió el corazón, abrió la ventana del alma para maravillarse y darle
gracias. Le buscó y al darle gracias su amistad, su relación y camino con Jesús
dio inicio al algo que no solo le curaría físicamente dejó que también sane su
corazón, el dolor de tantas historias, a reconciliar su vida y poder recibir de
Jesús también una vida llena de esperanza.
Ser
agradecidos hace una verdadera diferencia y nos permite gozar de la vida.
Cuando
abrimos el corazón para asombrarnos por lo recibido, cuando dejamos de mirar
hacia abajo o solo a nosotros mismos con la opción de ver todo lo que nos
rodea, podremos admirar todo e inflar el corazón.
Creo
que la gratitud es como una ráfaga de viento fresco, bueno y saludable que
penetra por toda nuestra casa. Hace que todo sea visto con colores vivos, las
cosas sean admiradas con la verdadera dimensión y comprendidas con el verdadero
peso. La gratitud hace que todo se vea cálido y bueno. Es como si hasta las
simples hojas verdes o la árida pista del suelo sean valiosas e importantes. Todo
cobra melodía, sabor y se entiende como una bendición.
La
gratitud nos da el privilegio de sentirnos como los niños que tienen ese
maravilloso encanto de asombrarse y admirar hasta las cosas más pequeñas.
Este
es un viento bueno que nos despierta del sueño y nos da esa alegría honda que entra
por los espacios de la vida que menos imaginamos. Hace que, hasta los dolores,
las incomodidades y pruebas se hagan llevaderas porque van acompañadas de una
reconfortante certeza de que va a pasar, y mientras tanto, vamos siendo acompañados
de dulces y caricias al corazón.
La
gratitud es la que permite despertarnos de las mediocridades, de las perezas
prolongadas o de las rutinas rutinizadas, porque tiene el encanto de encender
el alma para empezar una lista interminable de razones para estar contentos,
para salir adelante, para superar las cosas, para cumplir las metas y para
mantener un buen día o una difícil noche.
Es
cosa de abrir las ventanas del alma, de abrir los ojos, de escuchar con
atención y estar dispuestos a poder descubrir tantas bendiciones que recibimos,
tanto amor mostrado, tantos milagros desapercibidos, tantas palabras acariciadas,
tantos abrazos, tanta solidaridad entregada.
Cuántas
lepras que Jesús pudo curar en nuestra alma, cuántas heridas lavadas, cuántos
dolores aliviados. Y así como los 10 leprosos fueron curados en el camino, sin
saber cuándo empezó, la presencia amorosa de Jesús, su poder sanante actuará y
hará maravillas en nosotros cuando menos lo pensemos. Entonces, abramos las
ventanas del alma para estar atentos y descubrirlo cuando llegue, para acoger
su amor y poder decirle en persona que le damos gracias y que le amamos.
Abramos
las ventanas del alma para ser personas agradecidas que viven en constante
alegría por tanto recibido, por los regalos que pueden verse y los que están
aún germinando.
Todo
es gracia y todo es razón para sabernos amados cada vez más.
Lucas
17, 11-19


Graciasssss...super bello...al alma
ResponderEliminarTantas veces recibo algo de Dios en lo cotidiano que se me hace “paisaje” y no paro para agradecerlo. Creo que es necesario ejercitar el agradecimiento para que sea en todo y así va currando las lepras del corazón
ResponderEliminarBello el mensaje Magalita gracias
ResponderEliminarhermoso, gracias!
ResponderEliminarGracias querida Magali por esta maravillosa reflexión sobre el AGRADECIMIENTO, me gusto muchísimo, siempre que escucho este Evangelio de Lucas, me he preguntado por qué los 9 enfermos judíos que sanaron, no fueron agradecidos y sin embargo el samaritano que sanó, regresó y mostró agradecimiento a nuestro Señor Jesús.
ResponderEliminarDios te bendiga y te guarde siempre querida Magali
Elvira Orellana.