Me acuerdo que en el colegio me gustaba usar las enciclopedias y los diccionarios, porque me venían muchas preguntas y dudas que quería resolver. Tenía muchos por qués, muchos dónde y diversos para qué. Y es que cuando uno empieza a imbuirse en algo importante y algo que empieza a apasionarnos mucho, no surge la tranquilidad de lo recibido y aprendido, es al revés, como algo que se activa, que nos emociona y nos lleva a ahondar en el misterio que nos asombra. Y creo que eso también puede ocurrir en las relaciones humanas, con esas personas que son significativas en nuestra vida. Preguntas que se van dando cada cierto tiempo, y mediante las cuales ahondamos en nuestras relaciones, en mejorar algún aspecto, en aclarar actitudes o sencillamente el preguntarnos por qué esa persona nos ama tanto y nos lo muestra de tantas maneras. Esa hermana, esa amiga, ese esposo, esa madre, ese nuevo amigo, esa tía; personas que de una u otra manera nos animan a dar gracias y a querer fortalecer ...
Todos tenemos experiencias cotidianas que nos llenan de asombro y nos llevan a encontrarnos con la presencia de Dios en nuestra vida. Quiero compartirles mis propias experiencias sencillas y reales, que puedan animarles a descubrir las que están a su alrededor...