“No seas ingenuo, las cosas no son así…” Esta es una
expresión que alguna vez nos la dijeron, la hemos dicho a otros o nos la
dijimos a nosotros mismos. Grafica lo que surge muchas veces en
nuestras mentes y corazones cuando nos focalizamos más en los sucesos negativos, pensando que una noticia demasiado buena no puede ser
verdad y menos en estos tiempos…
Qué desconcierto puede surgir cuando estamos atravesando un dolor muy profundo y de repente se recibe una noticia demasiado buena y feliz que podría llevarnos a experimentar todo lo contrario. Cómo creer esa bendita noticia que podría cambiar totalmente aquella situación desgarradora que vivimos. Una noticia que puede convertir en luz y gozo lo que días o tal vez horas antes era sencillamente oscuro e insoportable de ser llevado.
Ésto es lo que el Evangelio de este domingo
nos puede iluminar. Una historia en la que creo que podemos hasta sentirnos
identificados con la reacción que tuvieron los apóstoles al ver a Jesús muerto
y luego resucitado…
Imaginémonos a los discípulos que amaban tanto a Jesús escondidos por miedo a los judíos y profundamente tristes. Que fueron testigos de su muerte dolorosa en la cruz y saber que estaba enterrado en el sepulcro. Y de pronto, vienen las mujeres contando que ya no está allí porque ha resucitado, vienen los discípulos de regreso del camino a Emaús porque se les apareció y le reconocieron al partir el Pan.
Los discípulos quieren creer que es verdad, es una noticia que sobrepasaría todo y traería la verdadera esperanza. Una noticia que implicaría no haberlo perdido y confirmar que no se ha ido de su lado. La Buena Nueva que sería la garantía inminente de tener a Dios hecho Hombre y resucitado para siempre con nosotros.
Es que no sólo escucharon la noticia. Jesús se les apareció en medio. Recibieron la noticia con los oídos y ahora la estaban recibiendo con sus propios ojos. ¡Tenían a Jesús presente y frente a ellos!
Pero, así como Tomás quería verlo para creer, esa alegría desbordante frente a ellos era misteriosamente incomprensible y demasiado grande y fuerte como para asumir que era verdad.
El eco profundo del dolor seguía resonando en el corazón y la memoria, esta bendita noticia era muy difícil de creer. ¿Por qué les ocurrió eso y nos puede ocurrir a
nosotros? Es como si brotara ese mecanismo de no creernos capaces de recibir
algo bueno, no creemos dignos de algo así o sencillamente pensar que creer en
algo demasiado bueno es vivir una fantasía que nos aleja del “realismo” al que
debemos estar acostumbrados para no estrellarnos más tarde…
Y Jesús como siempre comprende muy bien
lo que experimentaban... Y para que puedan
reaccionar, les insiste que Él no era un fantasma, que no era sólo de
espíritu y que podían ver y tocar sus manos y pies.
"¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo." Lc 24,38-39
Pero no fue suficiente para reaccionar, entender
y creer. Entonces con más paciencia y ternura seguramente, buscó otra evidencia más
concreta aún para mostrarles que estaba vivo y que no era “transparente”
ni un “holograma”. Les pidió algo de comer.
¿Nos imaginamos la escena? Ellos
atónitos, mudos buscando un pescado para servirlo y dárselo de comer. ¿Nos
imaginamos lo que iba surgiendo en sus mentes y corazones al verlo comer? Y
cada uno como era, empezó a creer un poco más que la Buena Nueva de la Resurrección era real.
"Entonces les
abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba
escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y
en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los
pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de ésto." Lc 24, 45-48
Me conmueve mucho, porque estoy convencida, que así como ellos vivieron tal encuentro con Jesús resucitado, también hay una historia que tú y yo tenemos con Él. Jesús se ha revelado resucitado en tu vida y en la mía de muchas maneras.
Cuántas veces nos ha sanado y curado de heridas personales
dándonos la gracia que necesitábamos, cuántas veces hemos podido perdonar a
otros o a nosotros mismos con su ayuda, cuántos problemas difíciles superados en
los que la única explicación es la acción de Dios en nuestra vida, cuántas
veces la salud mejoró de algo casi imposible, cuántas veces esa persona que
tanto queremos pudo cambiar de parecer y salió adelante. En fin… muchas
preguntas donde la única explicación es la bellísima y bendita noticia de haber
podido recibir la acción de Cristo Resucitado y realmente presente en nuestra vida.
Si, Él ha aparecido resucitado
en nuestras vidas más veces de las que creemos y de más maneras que las que
podemos imaginar. Lo hemos visto vivo, le hemos visto comer y darnos de comer
su Cuerpo. Historias de amor y gracia que existen entre tú y Él. Esas con detalles,
cantos, códigos y símbolos que sólo ustedes dos entenderán. Esas historias que
yo atesoro en mi corazón y que solo Él y yo sabemos que fueron obra de Jesús
encarnado, muerto y resucitado por amor para verme feliz y resucitada con Él. ¡Historias que tú y yo no podemos olvidar jamás!
Este es un día para darle
gracias a Jesús por permanecer a nuestro lado, por aparecerse una y otra vez
para creer en lo bueno y necesario. Un día para fijar la
mirada en la vida eterna. Un día para aprender mejor a dejar de lado lo
negativo, el pecado y el dolor. Hoy es un día para contemplar a Jesús con los
oídos, los ojos y con toda la vida entregada. Para volcar con esperanza nuestra
vida al futuro infinito caminando y corriendo junto a los nuestros y junto al
Dios de la Vida Eterna…
No es ingenuidad, es la Buena Nueva de que Jesús encarnado y muerto en la cruz sí ha resucitado para siempre. Y con Cristo Resucitado todo lo bueno es posible.
Demos a los demás con el testimonio de nuestra vida esta noticia, la mejor noticia...
Cómo conoces mi corazón
mis sueños y dolores,
cómo entiendes que sola no puedo
y sin ti, la vida no encuentro.
Cómo comprendes que soy ciega,
que te busco teniéndote al frente,
que tanto te anhelo y sales a mi
encuentro
con un hondo llamado
y tu tierno canto
en mis oídos aún sordos.
Cómo entiendes nuestros dolores
nuestros duelos y reclamos.
Cuánto sufres cuando escuchas
nuestro llanto mudo
y nuestro grito silente.
Cómo sabes que me urge encontrarte
y verte resucitado
en mis momentos de muerte
o en los días claros.
Cuánto me buscas y me dices
que estás a mi lado
que me sostienes y me llevas
y que al resucitar Tú,
al Padre eterno me levantas.
Cómo sabes que con tu Madre
me será más fácil caminar
para aprender a alimentar mi espíritu
mi cuerpo y mi alma
con tu vida divina, con tu amor eterno.
Cómo iré aprendiendo mi Señor amado
a entender cada vez más hondo
que por mi has resucitado
y a mí te apareces tanto
para confiar en tus promesas ya
cumplidas
y caminar juntos y siempre
hacia el cielo regalado
que se inicia aquí a tu lado.
Cómo iré aprendiendo Señor amado
a anunciarte resucitado
cuando me encuentro con los otros
cuando camino y vivo simplemente
Y si mostraste tus manos heridas
si me invitas a palparlos tanto
y me pides verte comer pescado,
es para creer una y mil veces
que es verdad y realmente cierto
que sí has resucitado
para toda la humanidad,
y aquí muy dentro.
Lc 24,35-48
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