Tengo la oportunidad y dicha de tener en mi comunidad el sonido de la risa, los gritos y los juegos de los niños. Me remonta a toda una época hermosa en la que Dios me pidió dedicarme a ellos.
Los niños han sido siempre para mí una experiencia muy fuerte y concreta de percibir la frescura, la libertad y la ternura de Dios. Encontrarme con un niño me lleva a la simpleza de la vida, cuando en una frase pueden decir lo esencial, cuando sin miedo y cálculos pueden mostrar su amor, cuando sabiendo el defecto de una persona son capaces de trascenderlo creyendo y esperando lo mejor de él, cuando el asombro ante algo sencillo o importante le lleva a las expresiones más divertidas y conmovedoras.
Esos niños que despiertan con mil revoluciones para jugar y disfrutar de lo que le rodea sea con un juguete elaborado o con una simple caja de fósforos a modo de un gran bote que navega en un balde con agua.
Aquellos que si se ponen de rodillas a pedir y rezar no es necesario mayores explicaciones porque creen absolutamente que Dios está allí, cuidándoles y escuchándolos. Los que duermen automáticamente y sin alerta, porque no dudan que le cuidan y protegen. Aquellos que no tienen grandes requisitos para querer y abrazar al que tiene en frente. Los que escuchan más de lo que creemos y parecen unas esponjitas que absorben todo lo que le se les presenta creyendo que es verdad sencillamente porque se lo dice alguien que le quiere.
Los niños mantienen esa misma energía
al medio día y al atardecer, para seguir maravillándose de lo que les rodea expresándole a aquel adulto que ya puede sentirse agotado, cansado y
preocupado, pero que si quiere, puede recibir frescura y dulzura de estos niños
que con un abrazo, una pregunta o un comentario puede hacerle olvidar, aunque
sea por un instante, esa gran deuda, esa difícil noticia o gran ofensa que
angustia su corazón.
Me encantó ver en el Evangelio de este domingo la gran enseñanza y actitud que Jesús nos muestra sobre ellos y sobre nuestra vida.
Jesús viene de tener un diálogo que en su época como ahora es muy delicado y difícil de entender. Viene de hablar con aquellos que constantemente le cuestionaban todo, para preguntarle sobre el divorcio. Pongámonos en el lugar de Jesús, y pensemos en aquellas veces que nos tocan situaciones exigentes, con diálogos difíciles o pesados. Son momentos que queremos aire fresco y descanso, como aquel viento sano que nos dan los niños...
Entonces se da cuenta que sus discípulos están despidiendo a padres que vienen con sus niños para serle presentados. Tal vez el diálogo interior de sus discípulos era algo así como: “El Maestro hablando estos temas complicados e importantes, está cansado e incomprendido. Y éstos desubicados vienen con niños a quitarle tiempo…”.
Pero Jesús al ver ésto no solo lo impidió, sino que se enfadó y dijo:
“Dejad que los niños
se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de
Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará
en él.” Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos”. Mc 10, 13-16
Pide que dejen libres a estos niños, que nos hacen tanto bien. Que no sean obstáculo para llegar a
Él, que es lo mejor que pueden hacer los padres por sus hijos. Entonces les abrazó y acogió dándoles tanto amor y seguramente descansando el corazón.
Y nos dice una verdad que no podemos dejar pasar: Quienes son como niños, están en el reino de Dios. Si queremos estar unidos a Él, si queremos el cielo, si
queremos ser felices, si queremos ser sanados, salvados por Dios, necesitamos
hacernos niños. Y entonces Él también estará allí, para esperarnos con los brazos
abiertos y para tenernos a su lado.
¿Qué nos enseña un niño de espíritu?
Y me vienen a la mente distintas y necesarias cosas: Como la confianza libre de saber que su Padre no le falla y le sostiene siempre. La gratitud imparable por todo lo que recibe a lo largo del día. Los bolsillos vacíos con mucha paz, porque sabe que recibirá todo lo que necesita. Saber trascender y ver el auténtico poder en aquellos que ama. La alegría constante porque sabe gozar y disfrutar del presente, de la vida cotidiana, del encuentro con los que están a su lado, de los logros y retos que vive, del viento o el sol que le acompaña, de la música que le hace bailar o cantar sin ningún motivo, de las preguntas que le pueden llenar de curiosidad y expectativas, de aquello nuevo que aprende y que puede enseñar a sus amigos, de las historias sobre personas fuertes y generosas que le enseñan a ser mejor, de las muestras de amor que recibe de los suyos.
Niños que no dejan de vivir en un
asombro constante y con naturalidad, porque saben que mañana y al
día siguiente habrá nuevas experiencias para seguir llenando el corazón y
alimentando el espíritu que le hacen más niño y más feliz.
Dejemos que estos grandes maestros
alimenten nuestra vida. Dejemos que ellos también lleguen a nuestra vida y corazón para que nos enseñen siempre cómo amar la vida, cómo dejarnos amar por Dios, cómo dejarnos amar por todos sabiendo que el
viento del Espíritu de amor puede hacer cada día algo nuevo y mejor.
Y dejemos en primer lugar que Dios, que fue el primero en hacerse niño y hacerse pequeño, nos enseñe a vivir esta
sencillez, humildad y generosidad. Bien lo dice esta hermosa frase:
“…la grandeza de Dios yace en el hecho de que
Él sea capaz de hacerse pequeño” Benedicto
XVI
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Encontré una oración que escribí hace muchos años sobre los niños. Hoy al rezar confirmo y agrego
más gratitud a lo vivido y aprendido con ellos. Y le pido especialmente por
todos aquellos niños que fueron mis alumnos y mis grandes amigos, enseñándome tantos tesoros
para mi vida y vocación:
Que sed tan dulce y fuerte
es la que un niño vive.
Sed simple y constante,
profunda y encendida.
Sed que no se mezcla con la fama
sed que no se apaga con la bulla,
sed que se expresa en la risa
y en esas preguntas tan hondas
que él entiende, sin saberlo.
Quiere comprender todo
en colores, formas o tamaños,
pero tiene la reverencia de un ángel
para ponerse de rodillas y sin máscaras
ante el Señor de los Señores.
Tiene miedo de perder las reglas
pero sabe confiar en el otro a ojos
cerrados.
Cree que es demasiado el reto de ese juego
pero indescriptible la confianza al arrojarse a ciegas
en los brazos de sus padres.
Sabe pedir permiso y perdón con sencillez,
como sabe también expresar la gratitud
por todo y cada cosa
desde ese sincero corazón.
Cada día entiendo más
porque nos pides
ser como niños,
y te agradezco tanto que sea así.
Darte gracias nuevamente
por este privilegio
de ver en primera fila
el encuentro indescriptible que vives con
ellos
donde las palabras se diluyen en el camino
donde las miradas desde el corazón
se hacen
hondas y firmes
y son ecos de sus ojos y tu mirada de eternidad.
Niños de corazones generosos y tiernos
que saben brillar de gozo y asombro,
y toman decisiones firmes y radicales
por amor y mayor entrega.
Manitos tiernas y a veces torpes
que saben expresar en un dibujo o una oración
todo el misterio de tu amor,
o saben estirarlas para pedir ayuda
y darla
de manera incondicional.
Oídos como los de la Madre
que escuchan y saben guardar
todo muy bien en la memoria nítida
y en su gran corazón.
Los niños son como aquellos santos
que
dialogan familiarmente contigo.
Son como aquella viuda pobre
que dan sin dudar lo mejor que tienen.
Son como los humildes pastores
que al ver al Niño abrigado por su Madre
se asombran y callan para contemplar el misterio.
Que hermosa es la experiencia mi Señor,
de ser una maestra, que es alumna de los
niños,
ser como una madre que al estar con ellos se entiende
hija del Padre,
ser una mujer que al estar con ellos se
hace niña y amiga de ellos,
ser una fraterna que se deja amar y cuidar
para estar siempre en tus brazos, para
dejarme cargar y abrazar siempre por ti.
AMEN
Marcos 10,2-16
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