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Me encanta conocer las historias de vida. De personas ejemplares, como la de aquellos que quiero.
Creo que cada historia al igual que la mía, tiene
dos personajes constantes: un yo y un otro, porque todas están marcadas por el
encuentro.
Nuestra historia es un camino hermoso, marcado por
tantas bondades y riquezas dadas, como también con esas fragilidades porque somos contingentes y necesitados.
Al rezar la lectura de este domingo sobre la
curación de un ciego, me remitió a muchos aspectos constantes en mi vida y
seguro que en la de ustedes también. Y si Jesús quiso que esta historia quede grabada en el
Evangelio, fue por una razón importante.
Se me ocurrió por ello, ir escribiendo algunos
detalles y enseñanzas de este encuentro. Y les animo a leerlos para remitirnos a nuestra propia historia y camino, poniendo en ella rostros
concretos y situaciones específicas que recorremos o que ya hemos vivido.
Busquemos qué es lo que Jesús nos quiere decir particularmente este domingo. No tiene que ser todo lo leído, sencillamente quedémonos en aquello que más resuene en el corazón, donde el Espíritu quiera detenerse.
Vayamos de su mano y en su presencia:
“En
aquel tiempo, cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de
una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba
sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a
gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Muchos le increpaban
para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión
de mí!». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle». Llaman al ciego, diciéndole:
«¡Ánimo, levántate! Te llama». Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino
donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El
ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha
salvado». Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino”. Mc 10,46-52
Un ciego: Este gran impedimento
de no poder ver lo que ocurría a su alrededor. Un hombre que forzosamente
dependía de los demás, que sólo le quedaba confiar y creer en lo que otros
podrían decirle; o decepcionarse más de una vez de aquellos que no comprendían
su dolor.
Cegueras
físicas, como aquellas interiores que se manifiestan en la ignorancia, el
engaño, la falta de fe y confianza, la falta de esperanza, la cerrazón entre
otras. Impedimentos que no nos permiten encontrarnos y ver lo que nos rodea ni
con lo verdadero, bueno y bello de la vida.
· Un mendigo sentado junto al camino: Una persona limitada y sola, pero además forzada
a pedir dinero y comida al borde del camino.
Cuántas
personas y situaciones pasan por nuestro camino, y cuánto necesitamos de unos y
de otros. Cuántos sí nos ayudan y ayudamos; cuantos pasan de largo o pasamos de
largo.
Pobreza tan
humana, cuando necesitamos de lo esencial para vivir en felicidad, y que, si
seguimos ciegos, la buscaremos erradamente mendigando falsas seguridades y
amores que luego nos hacen más ciegos y más pobres en el alma.
O pobreza de
espíritu que nos lleva a recibir y valorar lo que tenemos y lo que Dios nos da
a través de los demás. Pobreza de espíritu para recibir la mayor riqueza que es
el amor.
· Se enteró que pasaba por ese camino Jesús y se puso a
gritar: Cómo habrá sido su
asombro y necesidad, que los otros sentidos afinados por la ceguera le llevó a percibir una presencia fuerte y poderosa que pasaba por el mismo camino
por el que pasaron tantos tipos de personas y naciones. Por eso preguntó y supo que pasaba Alguien que no podía dejar pasar como uno más, pues iba a curarle y saciar la
verdadera hambre y sed de vida.
Por eso el
grito fue tan fuerte y hondo que quedó grabado en el Evangelio. Grito que al
querer ser callado por los que se sentirían incómodos ante su dolor, le lleva a
no apagarse, sino a hacerlo más fuerte aún. Grito firme, que lleva de fondo su
historia de vida y sufrimiento. Pero grito de esperanza...
Grito como
el que puede brotar de nuestros corazones cuando algo sobrepasa nuestras
expectativas, o grito que implora desde el fondo del alma ante el peligro
inminente, cuando sentimos que ya no podemos más con esa prueba. Grito que conmueve y remece en el corazón de los nos aman y con más razón en Él.
· Ten compasión de mí: Un grito que tiene un pedido como contenido: el de alguien que humildemente
reconoce necesitar su ayuda, un pedido a ser comprendido y compadecido. Un grito
que expresa un hambre de encuentro y amistad.
· Jesús se detuvo: Se detiene porque sabe que no es un grito más. Ni de reclamo o
rechazo (por el que también se detendría). Clama por una verdadera necesidad.
La que despierta esa bondad solidaria y esa hambre profunda por aliviar sus
enfermedades, sean físicas o interiores.
El mismo que
también se detiene por ti y por mí. Sólo necesita que se lo pidamos. Se detiene
en nuestro camino por el que quiso pasar para encontrase con nosotros.
¿No será que
hasta hace la ruta de ida y vuelta varias veces, como haciéndose el encontradizo,
hasta que nos animemos a reconocer cuánto le necesitamos sea en las malas, pero
también en las buenas?
· Él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde
Jesús: Cuando sabe que es
escuchado, no duda en ponerse rápidamente de pie inmediatamente, deja una
postura de desánimo para brincar, para dirigirse a Él.
Y con ese
brinco deja lo único que tenía: su manto que le protegía del frío y la dureza
del suelo. Deja todo, para ser abrigado, curado y animado por la verdadera
salud.
Brinco de
alegría y gratitud que podemos dar, rápidamente, cuando estamos ante Aquel que
nunca dejó de estar en nuestro camino para sanar todas nuestras cegueras,
sorderas, dolores y enfermedades.
· «¿Qué quieres que te haga?»: Pregunta abierta, tierna y generosa. No pone
condiciones ni límites. Y aunque sabía lo que necesitaba Bartimeo, siempre
esperará que aprendamos a pedirlo y decirlo desde el fondo del corazón.
Pregunta que
nos hace cada día al despertar, cada momento que atravesamos, cada experiencia
nueva o antigua.
Hoy también
me dice el Señor ¿Qué necesitas que haga por ti?
· "...tu fe te ha salvado»: Le curo todas sus dolencias y penas.
Y lo hará
siempre con nosotros de la mejor manera. Nuestra fe nos llevará “a la
salvación”. Pero recordemos un detalle importante: a unos cura inmediatamente,
y a otros con un proceso más largo. Cada uno como mejor lo necesite.
Pues lo más
importante no es que cumpla exactamente lo que le pedimos, lo que hace por nosotros
y es más importante: cumplir sus promesas. Eso es lo que verdaderamente
necesitamos…
· Y le seguía por el camino: Se puso de pie y recuperó la vista para seguirle
por este camino que les llevaba nada más y nada menos que a Jerusalén, lugar
del calvario y momento más difícil y amoroso de Jesús. Camino a Jerusalén que
ni los mismos apóstoles querían llegar y huían de alguna manera. Pero es este
ciego curado que luego del dolor, la pobreza extrema y el alivio divino, no
duda que siempre lo mejor será estar a su lado dándonos la vida y salud eterna.
Entonces
aprendamos también a ser como Bartimeo, que sigue a Jesús sea a Belén, Nazareth
o Jerusalén, sea en las buenas o en las malas pues de su mano y con su gracia
no caeremos en la ceguera, indigencia y muerte interior.
Que este domingo podamos reconocer nuestra ceguera,
nuestra fragilidad y pobreza. Sólo abriéndole el corazón, escucharemos su voz y
brincaremos para salir a su encuentro dejándonos amar y curar por el Único que
puede darnos la vida y felicidad eterna…
Jesús mío aumenta mí fe.
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