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Los gritos del alma...

 



¿Alguna vez has tenido la experiencia de haber dado un grito sin haber tenido el control de hacerlo o dejarlo de hacer? Esos que salen del alma por distintas razones… A mi me ha sucedido más de una vez…

Evangelio de este domingo me hizo recordar esa experiencia. Y me llevo a dar gracias a esta mujer extranjera que nos dio grandes lecciones y en las que podemos identificarnos de una u otra manera.

Una mujer extranjera (en relación al Pueblo de Israel) que al ver llegar a Jesús era como dejar de lado sus creencias y tradiciones para ver la realidad de Alguien que puede lograr algo que parece ya imposible.

Y cada uno de sus gestos y palabras expresan muchas cosas:

En primer lugar, tiene un gesto muy humano: Le grita. Reacción que podemos tener, aunque no se escuche, cuando algo o alguien realmente nos sorprende, nos saca lo más espontáneo y sincero que tenemos dentro. Esos gritos de miedo ante algo que nos evoca las emociones que guardamos dentro, gritos de sorpresa y alegría ante una buena nueva o aquellos de desesperación que pueden evocar el “Ya no puedo más…”

Pues sí, hay momentos en los que no vemos salida, en los que todo se juntó. En los que se dice “tras piedras palos”. Y creo que a medida que pasan los años, las etapas de nuestra vida, familia, comunidad, proyectos o trabajo, nos puede ocurrir más seguido. Es como una sensación de estar en un túnel angosto en el que nos falta el aire y la luz. Momentos en los que de pronto tenemos a los nuestros con la misma experiencia, y nos buscan para sostenerlos y sacarlos pronto de allí. Situaciones límite en las cuáles ya no sabemos qué puerta tocar hacia fuera y hacia dentro del alma.

Una mujer que a pesar de ser extranjera, le pide que le tenga compasión. Le pide a este ser a quien ya miró frente y del que ya no conoce por historias, sino por su sola presencia. Le toma confianza para pedirle que comprenda su dolor, que se una a sus clamores, que llore con ella y entienda lo que una madre puede vivir si ve a su hija en una situación tan terrible. Le pide a Jesús que se compadezca del dolor inenarrable de una madre por su hija. Una mujer que puede animarnos a pedirle a Jesús que se compadezca de ese dolor que ya no sabemos cómo llevarlo, que nos ayude a sobrellevar ese duelo, que nos de fuerzas para enfrentar ese problema tan difícil, que nos ayude a salir adelante ante la grave situación económica, que nos de esperanza ante esta tan difícil enfermedad, que nos de sabiduría para encontrar salida a ese problema.

Una mujer que le llama “Hijo de David”. Expresión que los fariseos judíos no se atrevían a decir de Jesús, pero esta mujer extranjera sí. Y no por un milagro ya hecho. Le llama Mesías esperado, porque su espíritu ve a la promesa de la humanidad. Le llama de la forma como otras personas sufridas y dolidas piden con fe al Hijo de David para recibir la salvación esperada. 

Hoy te pido Señor que tenga siempre la humildad, fe, esperanza y amor de poder reconocer en mi alma que sólo Tú eres el Hijo de David, el Mesías esperado que me trae la salvación. Que no existe en mi vida y en la de mis hermanos otro Hijo de David. Sólo Tú….

Una mujer que le cuenta a Jesús su problema “Mi hija tiene un demonio muy malo”. Y Jesús sabe de su dolor, pero siempre quiere escucharlo de nuestros labios. Quiere que aprendamos a reconocer y categorizar lo que vivimos, para que con conciencia y fe, sepamos lo que pedimos, sepamos desahogarnos con los demás y con nosotros mismos para enfrentar la vida. Espera que expresemos el dolor, para que seamos sanados con conciencia. Sabe lo sanador que es llamar las cosas por su nombre para así sanar una a una las palabras de esa experiencia…

Una mujer que luego del pedido de los apóstoles va y se postra ante Él. No basta un grito de dolor e impotencia. Es ese dolor que nos hace más humildes, más sinceros, más capaces de abrir el corazón para sacar toda la fragilidad que tenemos dentro. Un gesto que rompe el alma para romper el cielo...



Y particularmente esta actitud me es tan sanante, liberadora y me alivia el corazón. Porque ante esos momentos en que podemos sentirnos más frágiles, vulnerables, inseguros, angustiados, desalentados o humillados que nunca, podemos postrarnos y poner a los pies de Jesús que tanto nos ama, todo aquello que nos sucede. 

Qué liberador es dejarlo en sus manos y su corazón. Dárselo porque Él hará nuevas todas las cosas y hará el milagro de transformar el dolor en risa, la herida en ungüento de amor. Sólo dejando a sus pies el propio corazón herido y débil, es que nos tomará en sus brazos, nos curará, y nos sorprenderá de la forma que menos podamos imaginar.

¿Y es que, quién de nosotros, luego de esas grandes pruebas y dolores hemos vuelto a ser los mismos? Luego de ello, hemos madurado, hemos sido más humildes, más sabios y sobre todo: hemos podido amar más y mejor….

Hoy Señor te pido tener ese corazón humilde para gritarte, hablarte, reconocerte Hijo de David y postrarme con todo mi ser para que transformes todos los túneles oscuros en campos de trigo y flores llenos de vida y esperanza.

Gracias Señor porque hasta en los momentos más oscuros Tú estás allí presente, a veces haciéndote el sordo como en esta historia. Pero siempre con el sueño y el entusiasmo de querer escuchar de nuestros gritos del alma todo lo que nos sucede: lo bueno y malo, para acompañarnos a ser mejores cada día. Para ser eternamente felices a tu lado en la Mesa del Banquete, y el Pan que nos da la vida eterna.

 



Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Él no le respondió nada, pero los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando». Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel». Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas: «Señor, socórreme». Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos». Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel momento quedó curada su hija. Mt 15, 21-28

 

 


Comentarios

  1. Muchas gracias querida hermana muy linda tu reflexión.

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  2. Padre , aumenta mi fe.En tus manos estoy, guíame.

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