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Más allá del asombro

 



Más de una vez al rezar el pasaje de la Transfiguración, busqué ponerme en el lugar de Pedro, Santiago y Juan que fueron llevados por Jesús al Monte Tabor para verle glorioso, “con el rostro brillante como el sol y los vestidos blancos como la luz”. Experiencia en la que el asombro unido a un gozo muy profundo, hizo decir a Pedro estas palabras: “qué bueno es estar aquí, si quieres hagamos tres tiendas”. Como que fue lo primero que le brotó decir, porque la emoción ya no podía contenerse. Un sentimiento muy fuerte en el que Pedro no quería dirigirse a sus amigos con frases como: “¿están viendo lo mismo que yo?” o “no puedo creer lo que estoy viendo…”. A Pedro le brotaba dirigirse a Aquel que es Dios, a quien tanto le conoce y sabe lo que puede estar habitando en su corazón.



Pero entonces, este asombro no solo continuó viendo la presencia de Moisés y Elías que dialogaban junto a Él. Vino luego otra experiencia más fuerte aún:

“Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo”. Mt 17,5-6

Es decir, no sólo le ven glorioso, no sólo ven a Moisés y Elías. Además, una nube les cubre y escuchan la misma voz del Padre. Una voz que no le habla a Jesús, les habla a ellos tres pidiéndoles que escuchen a su Hijo. Una experiencia que pudo estremecer el espíritu de tal forma que les llenó de miedo hasta caer rostro en tierra. Una experiencia que les llevo a doblar las rodillas de forma inmediata.

Y entonces me preguntaba y le preguntaba a Jesús: ¿Por qué sintieron miedo? ¿A quién, a Dios que se ha revelado?

Trataba de ponerme en su lugar. Y sólo se me ocurrió evocar esa experiencia tan humana en la que sentimos un contraste entre la grandeza de alguien y la pequeñez de uno.

Tratemos pues de vislumbrar un poquito de esto que vivieron sus grandes amigos. No solo vieron la gloria de Jesús transfigurado, fue ver el AMOR DIVINO entre el Padre y el Hijo, el corazón del Hijo encontrándose con el Padre, la voz amorosa del Padre que se encuentra con el Hijo. Pero además ¡un Padre que se dirige a ti y a mi! para decirnos “ESCUCHADLE”. Una voz divina que traspasó el corazón de los apóstoles, voz del Padre que sobrepasó el asombro, y que ocasionó como un dolor, como un estallido, como un grito que caló el alma.

Y cómo no sentir una especie de miedo (que tampoco es creo la palabra exacta), cómo no sobrecogerse, postrarse en tierra y cerrar los ojos para que la mirada y la voz en este encuentro y Misterio de Amor, no estalle el corazón y el alma de los apóstoles. Contemplar este AMOR y ENCUENTRO divino que lleva a convertirse también en un espejo hacia nuestros anhelos más profundos y hacia nuestras fragilidades más hondas. Una grandeza que evoca nuestra pequeñez. Y a la vez un amor que desborda y derrite todo corazón.

Fue entonces que el brazo cálido del mismo Jesús, fue el que se ofreció como alivio y serenidad para que apoyen el miedo sobre Él y se puedan levantar. Brazo fuerte sobre el cual puedan descender a la vida cotidiana. Brazo cálido de Aquel amigo y hermano que les abrió su naturaleza y corazón, con este regalo lleno de misterio que les sobrepasó el espíritu.

Experiencia que quedó grabada en ellos, que les hizo releer sus vidas, sus prioridades, sus tesoros y sueños. Ya no vieron solo a un Dios hecho carne, vieron al amigo humanado transfigurado y revelado, al  único Dios verdadero que sacia todo sueño y sobrepasa incluso el asombro más grande.



Por eso hoy Señor,

quiero ofrecerte mi pobre alma y espíritu

ofrecerte mis grandes anhelos, sueños y alegrías

pidiendo además por el alma y espíritu de los míos.

 

Ofrecerte todo,

porque Tú nos quieres devolver

más que esos gozos maravillosos

o esas alegrías simples y plenas.

 

Sí, nos ofreces incluso más.

Te ofreces a ti mismo, Uno y Trino

nos revelas el amor en plenitud.

Te nos revelas,

para que tu Palabra viva y tu presencia eterna

penetre absolutamente todo nuestro cuerpo, alma y espíritu,

para quedarnos postrados rostro en tierra,

para quedarnos mudos y silentes.

 

Te nos revelas, para que, luego levantemos la mirada al cielo,

para caminar, saltar y correr en este mundo

al descender del monte del encuentro.

 

Descender transformados, para hablar de ti y contar tu amor

aunque sea en pobres palabras y diminutas dosis

y reflejemos aquello que no tiene ni nombre ni categoría

contar un poco de esos momentos en los que entraste al fondo, hasta el abismo del corazón.

 

Por eso hoy solo te digo,

que cada vez que tenga el privilegio de ser llevada a un Tabor,

buscaré no sólo asombrarme y maravillarme con el esplendor de tu belleza

quiero que, a pesar del miedo de ser tan sobrepasada por ti,

pueda acoger el dolor misterioso de ese amor,

porque sé que me lleva a la paz, cielo y eternidad verdadera.

Llévame a donde quieras mi Señor.

AMEN.


Mt 17,1-9

 

 

Comentarios

  1. Gracias Magaĺi linda reflexion

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  2. Muchas gracias querida hermana.
    Muy linda tu reflexión 🙏

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