¿Quién puede sentirse ajeno ante este misterio?
La fragilidad humana es un tema que tal vez se
vuelve tabú para unos, evidente para otros y cuestionante para muchos. Es una
de esas verdades que nos lleva a grandes preguntas.
Y es que nuestra debilidad está frente a
nosotros o mejor dicho dentro. La vivimos y la sufrimos todos. Unos para un
tipo de circunstancias y otros para otras. Pero ningún ser humano con un poco
de sentido común podría decir que se basta a sí mismo, que puede solucionarlo
todo o que carece de defectos y limitaciones.
La fragilidad es una condición humana que en
realidad puede traernos grandes bendiciones siempre y cuando la aceptemos en
nuestra vida. Bien decía el Papa Francisco:
“En la vida, reconocerse pequeño es el punto de
partida para llegar a ser grande. Si lo pensamos bien, crecemos no tanto
gracias a los éxitos y a las cosas que tenemos, sino, sobre todo, en los
momentos de lucha y de fragilidad. Ahí, en la necesidad, maduramos; ahí abrimos
el corazón a Dios, a los demás, al sentido de la vida. Cuando nos sintamos
pequeños ante un problema, una cruz, una enfermedad, cuando experimentemos fatiga
y soledad, no nos desanimemos. Está cayendo la máscara de la superficialidad y
está resurgiendo nuestra radical fragilidad: es nuestra base común, nuestro
tesoro, porque con Dios las fragilidades no son obstáculos, sino oportunidades”. Papa
Francisco, 3 octubre 2021
Traigo este tema, porque celebramos una
solemnidad sobre alguien demasiado importante e indispensable para atesorar y
acoger en nuestra vida interior: la venida del Espíritu Santo, conocida como
Pentecostés.
Es una fiesta para reconocer la
importancia de Alguien a veces incomprensible o desconocido, pero que en
realidad está más presente y vivo de lo que podamos imaginar.
Es la fiesta de aquella Persona de la
Trinidad que es el mismo AMOR... Nada más y nada menos que Aquel que nos da la
fuerza, la gracia y la fortaleza para cualquier reto.
El Espíritu Santo es Aquel que habita
dentro y permite que podamos entregarnos, que podamos ser generosos, que
podamos luchar de diversas maneras. Es la Persona que nos llena de ese poder
para dar y amar con toda nuestra vida a los que tanto queremos…
Y entonces cuando vengan esos temores,
esas incertidumbres, esas desconfianzas y desánimos porque no nos creemos
capaces de cambiar por el otro. Cuando venga el pensar que no podemos ser
mejores personas, superar ese obstáculo, sobreponernos a esa pérdida o levantarnos
ante una caída. Cuando creemos que no seremos capaces de volver a confiar, de
recuperar la alegría, de motivarnos ante ese difícil reto, de perdonar de
corazón. Cuando creemos que no podremos eso… que yo siento que no puedo porque
me creo frágil y limitado, viene en ayuda nuestra el mismo Dios, el mismo
Espíritu Santo para inundarnos y elevarnos con su fuerza divina a volar alto a aquellos
lugares que pensábamos no llegar….
Hoy la historia de Pentecostés cuenta un
detalle que me ayudó a tomar más conciencia sobre el poder de Dios:
“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados…”
Hch. 2, 1-2
Es que estaban juntos, asustados y con
las puertas cerradas. Seguros que Jesús resucitó, pero con un miedo que no se iba.
Muy amigos, dándose ánimo ante la persecución, pero encerrados. NO HABÍA AYUDA
HUMANA capaz de quitarles el miedo a morir.
Y es que muchas veces el amor de los
nuestros nos da mucha fuerza y ánimo, pero hemos de reconocer que a veces no es
suficiente porque la fragilidad que experimentamos es más grande...
Pero el relato continúa y viene ese: "de
repente vino del cielo un estruendo como un viento recio…”. Continuación del
relato muy parecido al que puede ocurrir en nuestra vida cuando estamos tal vez
en el hoyo más profundo, en el momento más oscuro y difícil, cuando los
consejos y cariños más grandes de los nuestros no pueden consolarnos o
animarnos. Viene entonces ese “estruendo de un viento del cielo…”. Viene
Alguien más fuerte que todos, viene el mismo Dios. Viene la fuerza y el amor
del Espíritu Santo capaz de animarnos, consolarnos, levantarnos, fortalecernos,
alimentarnos, serenarnos, envalentarnos y tantas cosas más para hacer vida lo
que ya parecía muerto.
Hoy es un día para poner en manos del
Espíritu nuestras más grandes y profundas fragilidades.
Hoy es un día para darle gracias al
Espíritu de Amor por abrir nuestras puertas cerradas con ese estruendo del
cielo, para que con las puertas y ventanas abiertas por obra de Dios, nos
llenemos de la verdadera esperanza y fortaleza.
Hoy unidos al Hijo y buscando al Padre, digámosle al Espíritu
Santo la bella oración que reza la Iglesia en este día:
Ven
Espíritu Divino,
manda tu luz desde el cielo,
Padre amoroso del pobre;
don en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven,
dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra
hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si Tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.
Riega
la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte
tus Siete Dones
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
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