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Descansar...

 


Estamos a mediados de año, y en muchos espacios de la vida ya nos aflora el cansancio.

¡Qué humano y comprensible es el cansancio! Ese físico, fruto de tantas horas de actividad sin parar ni dormir bien. Cansancio mental, de tanto estudiar, investigar, producir o solucionar problemas y situaciones que nos puede dejar hasta confundidos. Ese cansancio emocional,  luego de situaciones personales, laborales o de otros contextos estresantes o intensos llevándonos a sentir ansiedad o desánimo. Cansancio por la inactividad, que paradójicamente nos lleva a una sensación de letargo y fatiga. Y esos cansancios más existenciales sentirnos rutinizados, sin sentido, frustrados, fracasados o “cansados” de caer siempre en lo mismo; una especie de estar cansados de nosotros mismos.

Quise detenerme en este tema,  porque esta es una experiencia muy humana y muy concreta en la que de una u otra manera nos topamos con nuestra fragilidad y con la inminente necesidad de descansar, parar y saber apoyarnos en algo, más aún en Alguien. Experiencia y necesidad de aliviar el dolor y el peso de esa sensación de ya no poder seguir adelante y sin energía para caminar.

Y estoy convencida que al reconocer nuestros cansancios, necesitamos elevar la mirada y ver más allá de nuestros ojos. Porque generalmente no  basta con dormir más y mejor.

Por eso la lectura del  Salmo y el Evangelio de este domingo, nos muestra quién es el único que puede llevarnos a un verdadero descanso:

“El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas”. Sal. 22,1

Imaginémonos entonces ser ovejas cansadas, asustadas, en peligro, desorientadas. Ovejas que agotadas por caminar sin rumbo o que están extenuadas de tanto defenderse del peligro del lobo. Y el Pastor, que como dice el salmo es mío, con el cual NADA ME FALTA, me da TODO lo que necesito para caminar. 

Un pastor que además me HACE DESCANSAR, porque me lleva a praderas verdes y buenas para reposar. Un Pastor que me enseña el mejor camino, que me da seguridad, que me conoce y comprende como nadie. El único que tiene la fuerza de traerme de regreso. Un Pastor que identifica los lobos que están incluso dentro de mí, con el cual me siento protegida. Y con Él puedo dormir como hacen los niños: tranquilos y seguros de tener un Pastor que vela mis sueños.

Un Pastor que me hace vivir un verdadero alivio, porque puedo poner en Él todas mis cargas, mis tensiones y dolores. 

Pastor con el que puedo desahogarme y apoyar mi mente y corazon sobre su pecho. 



Un Pastor que nos dice en el Evangelio como les dijo a sus apóstoles:

«Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Mc 6,31

El que nos invita a ti y a mi a estar a solas con Él, en el desierto, en la soledad, sin distracciones, sin tentaciones de escuchar ecos de mentira y falsedad. A solas, para que el dolor salga y sea consolado y aliviado por Él. A solas para escuchar lo que me dice, me pide y aconseja.

Busquemos pues el verdadero descanso en el amor de Dios, en el consuelo y cuidado de nuestro Pastor. 

OK Busquemos el verdadero descanso de enfrentar la verdad, de reconocer nuestra fragilidad, de recibir la fuerza de su gracia. 

Descanso al recibir el apoyo de los nuestros como si viniera del mismo Dios.

Descanso que nos lleva a salir de la rutina, a no quedarnos conformes con la mediocridad. Descanso sin miedo a la soledad, sin buscar falsos alivios. Un descanso auténtico que se puede asemejar al sueño de un bebé en brazos de su madre, capaz de dormir profundamente porque se sabe seguro, protegido y profundamente amado por su Pastor.

Descansemos el alma, el corazón, el cuerpo y el espíritu poniendo toda nuestra confianza en su amor, en su fortaleza y en lo perfectamente grandiosos que son sus planes, sus tiempos y sus medidas.

Descansemos el pasado de nuestra historia con la reconciliación y el perdón, descansemos el futuro sin anticiparnos y preocuparnos confiando en los planes de Dios y descansemos el presente al gozar y dejarnos amar en su presencia y su amor.

Descansemos en su presencia, en sus promesas, en su grandeza, en su poder en su amor infinito que nos pueda llenar de esa honda paz que tanto anhela nuestro corazón.

San Marcos 6, 30-34 y Salmo 22

 



 

 

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