Qué interesante y
actual es lo que Jesús nos ha enseñado en el Evangelio de este domingo, ese
alentarnos a no quedarnos en las formas y costumbres.
No es que no sean buenas
y sanas muchas de ellas, pero más que un “o” es un “y”, que sobretodo nos pide hacer el bien sin dejar de cultivar lo que sale
desde dentro de nuestro corazón:
«Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro». Mc. 7, 21-23
Me puse a pensar entonces
lo que ésto implica en diferentes aspectos de la vida. Por ejemplo, ese mal
hábito de echar la culpa a los demás por lo que nos sucede para justificar nuestros errores. Ese pensar que la raíz de los problemas está fuera. Ese victimizarnos de diversas maneras en lugar de no dejarnos afectar por lo que viene de fuera…
Y es que lo de fuera
no nos contamina. Quien maneja
la puerta y llave del corazón soy yo, y por lo tanto, la posibilidad de dejarme
o no afectar está de mi lado…
Pero lo que se
cultivó y creció dentro, sale desde dentro. Y hay muchas cosas que nacieron, se alimentaron y avivaron dentro
con el buen o mal uso de nuestra libertad.
Si dejé crecer el
mal, si dejé crecer la mentira, si dejé crecer las inseguridades, si alimenté
la poca autoestima, si avivé el fuego de las envidias o celos, si fortalecí los
malos deseos y pensamientos, si sembré cizañas o comparaciones, si dejé crecer
los engaños y egoísmos, fue mi responsabilidad.
Y si el día de mañana
hay dolor y sufrimiento por ello, no puedo echar la culpa a los demás.
La raíz de los problemas tiene otro origen y si soy sincero conmigo y con Dios, sé donde está...
Porque un corazón
sano, al ver una herida, al ver una duda o el inicio de una desconfianza, va inmediatamente en busca de la medicina, de lo que lava y desinfecta.
Porque un corazón puro, lava lo más pronto posible toda suciedad y oscuridad para que no se oscurezca más.
Porque en un corazón sano busca curar la ofensa y la cruz con el ungüento de la gracia y el amor. Y la sangre
de la venganza o resentimiento con la dulzura de la misericordia.
Porque en un corazón sano alivia la herida del fracaso o caída con la esperanza que Dios nos regala, y la herida del desengaño con las segundas oportunidades y las 70 veces 7 de Jesús.
Porque en un corazón
bueno y honesto, no permite engaños para echar la culpa a otros y menos para creerse
víctimas de la vida.
En un corazón puro hay libertad, porque solo hay verdad y transparencia para reconocerse humano, frágil y vulnerable. Se entiende hijo del Padre, que le lleva a elevar el alma para pedirle ayuda, para estirar los brazos y terminar en un abrazo de misericordia y reconciliación.
Sólo un corazón bueno y puro entiende lo que es la auténtica paz y a la esperada resurrección en el día a día.
No nos engañemos, y
tengamos la valentía de sabernos débiles y necesitados por el Único que puede
lavar todas nuestras heridas, dolores y necesidades.
Busquemos un corazón
sano y puro al ser lavados con la Sangre de su amor y salvación.
Pidámosle a Dios tener un corazón bueno, puro y sano.
Muchas gracias querida hermana, realmente sanos de corazón y al servicio de nuestro Dios
ResponderEliminarMil gracias por compartir la verdad y con gozo de poder siempre estar al servicio de los demás.
ResponderEliminarAmén Amén Amén. Me encanto’. Es tan cierto!! Gracias Georgy!!!!❤️
ResponderEliminarGracias x la reflexión, un çorazon sano nos trae La Paz.
ResponderEliminarAmen
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