Cuando era niña y veía que mi mamá salía a la calle, siempre le decía: “cómprame algo” y ella me decía ¿Qué quieres que te compre? Y yo le respondía: “No sé, algo…”. Tal vez el que tenga niños en casa haya tenido esta misma experiencia. Pero hemos de reconocer que incluso siendo adultos, es una sensación o experiencia que puede brotarnos de diversas formas: esperar “algo” de una persona, resentirnos de otra sin saber bien por qué, buscar a una persona sin tener claro el por qué, y algunos otros ejemplos por el estilo. Pero creo que el punto en estas situaciones es que nosotros como les sucede a los niños, a veces no tenemos claro qué buscamos, qué necesitamos y qué es lo que nos está faltando en nuestra vida. Rezando el Evangelio de este domingo, con el ejemplo de un ciego llamado Bartimeo, tan lleno de fe y confianza al que Jesús curaría su ceguera, escuchó de Jesús una pregunta que dejó resonándome el corazón: “¿Qué quieres que haga por ti?” Mc 10, 51 Y esa pregunta me rebotó
Todos tenemos experiencias cotidianas que nos llenan de asombro y nos llevan a encontrarnos con la presencia de Dios en nuestra vida. Quiero compartirles mis propias experiencias sencillas y reales, que puedan animarles a descubrir las que están a su alrededor...