Cuando era niña y
veía que mi mamá salía a la calle, siempre le decía: “cómprame algo” y ella me
decía ¿Qué quieres que te compre? Y yo le respondía: “No sé, algo…”.
Tal vez el que tenga
niños en casa haya tenido esta misma experiencia. Pero hemos de reconocer que
incluso siendo adultos, es una sensación o experiencia que puede brotarnos de diversas
formas: esperar “algo” de una persona, resentirnos de otra sin saber bien por
qué, buscar a una persona sin tener claro el por qué, y algunos otros ejemplos
por el estilo. Pero creo que el punto en estas situaciones es que nosotros como
les sucede a los niños, a veces no tenemos claro qué buscamos, qué necesitamos
y qué es lo que nos está faltando en nuestra vida.
Rezando el Evangelio
de este domingo, con el ejemplo de un ciego llamado Bartimeo, tan lleno de fe y
confianza al que Jesús curaría su ceguera, escuchó de Jesús una pregunta que
dejó resonándome el corazón:
“¿Qué quieres que
haga por ti?” Mc 10, 51
Y esa pregunta me rebotó
al alma, asumiendo ser yo la que se encuentra con Él y me dijera: “¿Magali, qué
quieres que haga por ti?”.
Y entonces a primera
impresión le digo: “¡Uff, tanto por pedirte!”. Y luego quedarme pensando, buscando
y preguntándome: ¿Pero qué es lo que más me falta o necesito para ser plenamente
feliz?
Y creo que entonces,
al igual que el ciego Bartimeo le podría decir: “Rabbuní, ¡que vea!” Mc 10,51.
Ese ver para mirar lo esencial y lo que verdaderamente necesita mi vida. Ver
con sabiduría y hondura para esperar lo más importante, lo que no se acaba, lo
que me lleva al cielo y la eternidad.
Son como dos
movimientos: ese dejarme preguntar por Él, ese dejarme amar y encontrar por Él.
Pero también ese acto de querer curarme de la ceguera para ver desde sus ojos,
para que contemplando el infinito sepa qué pedirle, qué esperar, qué hablarle
para que el “algo” de un niño tome forma, color, sonido y tamaño de esa
humanidad, grandeza y plenitud para la que he nacido.
Les comparto una
pequeña oración que le hice al rezar este hermoso Evangelio en el que todos,
grandes y pequeños, podemos identificarnos y acoger para nuestra vida cotidiana
y eterna.
Una vez más vienes y me preguntas,
aunque sepas mejor que yo lo que necesito.
Una vez más me preguntas,
no para saberlo, sino para que yo
pueda
descubrirlo y comprenderlo hondamente
en el corazón.
Una vez más me preguntas
para que yo sepa responderlo
topándome con esos anhelos que tu sembraste en mi espíritu.
Una vez más me preguntas,
porque solo Tú puedes hacerlo por mí,
porque solo Tú eres capaz de responderme,
y de aliviar mis
heridas y temores,
incluso esos que yo mismo no termino
de mirar y descubrir.
Una vez más me preguntas,
para darme tu seguridad al responderme,
esa que solo Tú puedes ofrecerme.
Una vez más me preguntas,
para que tu dulce respuesta sea ese consuelo
y ese único amor que cubre toda duda y dolor.
Te pido entonces que pueda ver,
para entender este camino vislumbrando
el horizonte,
éste que no es importante por las flores
y frutos,
sino por aquello que marca el sendero
al cielo
y a lo realmente importante.
Que pueda vislumbrar y ver con tus
ojos,
que pueda mirar a través de tu dulce
mirada,
que pueda ver con tu luz divina.
Mirada que no deja que la tristeza y
la oscuridad
apaguen la claridad y la certeza de la
fe.
Mirada que no se cierra
al dolor del hincón de la cruz,
porque sabe que sólo el amor
es capaz de transformarla
en un salto de eternidad.
Que con tus ojos pueda ser capaz de
ver
cualquier ocasión de riesgo o de miedo
en un respiro de esperanza y confianza.
Que con tus ojos serenos y tiernos
pueda transformar la más honda
incertidumbre
en certeza de camino directo
al cielo y a esa eternidad
cantada con las notas de tu Espíritu,
y con los arrullos de mi dulce Madre.
Amén.
Mc. 10, 46-52
Comentarios
Publicar un comentario