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Subirse al avión...

 


Me subí ayer a un avión luego de mucho tiempo. Y empecé a comparar lo que se siente al subir a uno de estos y el subir a un carro o un bus. Y me acordé que hace poco leía en un artículo que por sorprendente que parezca, viajar en avión sigue siendo el medio de transporte más seguro. Así es…

Y uso esta analogía porque creo que es algo así lo que puede suceder en nuestra vida interior. El carro o el bus serán aquellas experiencias que se ven, que se manejan y que ofrecen la posibilidad de “bajarse del carro” cuando estemos cansados, dolidos, desalentados o asustados. Pero es importante entender que aquello que es realmente valioso y fundamental en la vida, aquello innegociable y que podríamos buscarlo con todas nuestras fuerzas, siempre implicarán experiencias de exigencia, de esfuerzo, de renuncia y de diversos arrancones... porque vale la pena, pues los verdaderos tesoros cuestan.

Es muy humano buscar la seguridad, el estar resguardados y a salvo. Algo que nos lleva más de una vez a elegir las acciones que estén bajo tierra, que esté controladas y manejadas. Y por ello, aunque la realidad  nos diga otra cosa, terminaremos más de una vez haciendo lo que podamos controlar a pesar de perder cosas valiosas en la vida.


 Y hablo de esta analogía porque el Evangelio del domingo nos cuenta la historia del joven rico. Este joven que hacía las cosas bien, y seguramente mejor que nosotros. Él fue capaz de decir que se esforzaba de corazón en cumplir todo lo que Dios le había pedido hasta ese momento. Pero incluso así su sed interior era más fuerte y más honda. Esa sed existencial que no se calma con lo que el mundo puede ofrecer, que no se calma con los logros y con la eficacia en la vida. Este joven tenía un sincero deseo de ser más pleno y más feliz.

Y Dios con su mirada de amor y comprendiendo mejor que él la sed que vivía, respondió a esta sincera pregunta con un llamado especial. Le pidió esos arrancones y renuncias que le pudieran hacer más libre para vivir esa vocación impresa en el alma. No se lo pidió a otros, se lo pidió a este joven, porque este joven era así…

Pero sabemos de su triste respuesta, sabemos que tocó falsas seguridades incrustadas en su vida como sucede en las nuestras. Le pidió regalarle sus bienes, su fama y su juventud. Le pidió todo lo valioso de su vida, para caminar no al ritmo del joven, sino caminar al ritmo de Jesús. Le pidió 10 para devolverle 1000.

Le pidió bajarse del carro para subir a un avión que va por encima de las nubes, por encima de las seguridades terrenas, para ver a los cerros más firmes o las carreteras más sólidas pequeñas y cortas. Ver los problemas de la vida y los dolores del camino como algo pequeño comparado con el cielo, con la eternidad ya aquí en la tierra. Le pidió que su verdadera seguridad sea estar en las manos de Dios, que su verdadera medida sea lo que Dios le da, lo que Cristo le permite y le ofrece. Le pidió confiar y soltar todo en sus manos, para que su vida vaya lejos y alcance esa plenitud que busca no al fin de sus días, sino desde ya…

Este domingo y esta semana te animo a subirte al aparentemente inseguro avión cuyo piloto es Dios Amor, para tomar las opciones que te llevan al cielo y a la auténtica plenitud de la vida.

Deja todo en sus planes, en sus tiempos, en sus ritmos, en su amor. No hay nadie en el mundo que te pueda comprender mejor, que te pueda amar más y que busque el bien tuyo y de los tuyos.

 

Mc 10, 17-27



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