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Tú llevas la mía...


Hace pocos días me contaron sobre una chica que falleció sola en su casa y en otro país. El cuerpo no puede ser recogido aún ni hay vuelos para traerla de regreso. Qué desgarrador el dolor que deben estar viviendo sus padres, con la impotencia de no poder verla ni despedirse de ella. Seguramente ellos hubieran estado dispuestos a morir y asumir todo el sufrimiento por el que su amada hija atravesó...

Pensaba cómo es el misterio del verdadero amor, en el que en un momento podemos quejarnos de nuestros dolores e incomodidades personales, pero al ver sufrir a esa persona que tanto queremos, nos olvidamos de ello y nos lanzamos a consolarle, apoyarle, sacar fuerzas de donde sea y ponernos de pie para cargar la cruz que atraviesa. Éste es el milagro y la fuerza del amor. Una fuerza que proviene de Alguien que es la fuente y el origen de este misterio…

Una vez más el Señor me recordó que solo junto a Él las realidades aparentemente opuestas pueden unirse. Una de éstas es la del rechazo al dolor junto a la del amor verdadero. Dos realidades muy humanas, que al combinarse puede llevarnos hasta la experiencia de una profunda paz.

Y es que ¿Existirá alguna madre que niegue sacrificarse por ver feliz a su hijo? ¿Existirá algún esposo que ame mucho a su mujer, que deje de renunciar a lo que sea por verla feliz?

Hagámonos estas preguntas:

  • ¿Por quién estaría dispuesto a dar mi vida?
  • ¿He sentido esta paz profunda cuando llega la hora de sacrificarme por aquella persona que quiero tanto?

Junto a Jesús, lo más doloroso puede transformarse en una maravillosa ofrenda de amor. Y con Él, la entrega al otro nos hace dar un salto cualitativo para madurar cada vez más en el amor.

Este domingo el Evangelio me habló del reto de la cruz bien llevada junto a la entrega:

“El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.” Mt 10,34

Al rezar recordaba una vez más el llamado a «tomar mi cruz» con libertad y siguiéndole detrás (es decir el llevarla como Él me enseña).

Y al venir a mi mente tantas características, se me ocurrió hacerle a Jesús la mismas preguntas del inicio. Y el corazón me remeció:

Yo-      ¿Jesús, y Tú por quién estarías dispuesto a dar la vida?

Jesús- “Yo ya di mi vida por ti, cargo tu pesada cruz y estoy dispuesto a hacerlo todas las veces que sean necesarias”.

Yo-      ¡Pero soy yo quien ha permitido estas cruces en mi vida y en la de otros. Soy yo quien debe cargarla!

Jesús- «Pero soy Yo quien quiere llevarla. Déjate amar por mí. Yo te busco porque quiero cargarte y tenerte a mi lado».

Y así eres Tú…

decides encarnar mi dolor en tu vida para hacerlo tuyo.

decides cargar el peso de mis pecados para pagar mi precio con tu vida.

decides aliviar y secar mis lágrimas mojando tu rostro y todo tu cuerpo de sangre redentora.

decides llorar por mí y llorar conmigo cuando lo necesito.

decides amarme incomprensiblemente sin pedir nada a cambio.

No me pides cargar una cruz pesada e insoportable.

No me exiges vivir situaciones de las que no soy responsable.

Y no me mandas cruces, pero ya si existen, te solidarizas conmigo y sufres más que yo.

Pero lo más ilógico de tu amor, es que soy yo quien me quejo o huyo de llevar mi cruz, y eres Tú quien me buscas y decides llevarla…

Éste es tu plan de amor: llevar mi cruz. Entonces libremente yo cargo la de mi hermano porque sabes que me es más ligero y me hace feliz. Y entonces ese hermano vive lo mismo, y lleva la cruz del otro.

Y propicias una hermosa cadena de cruces, llevando las de los demás como Tú lo haces.

Toda una cadena de amor, aprendiendo a tomar y llevar las cruces con esperanza y con esa profunda paz que estamos llamados a vivir.

Una cadena que nos recuerda que sólo Tú pudiste ser capaz de sacar bienes de los males y llenar de luz donde antes sólo había oscuridad.

Solo Tú permites que de algo tan duro como la muerte, el dolor y las heridas, brote y crezca algo tan bendito como es el amor sembrado por Dios en todo corazón humano.

Que sea esta semana una ocasión para recordar el llamado tan humano al amor a pesar de toda cruz y dolor. Y siempre dejémonos amar por Él.

Sí Señor,

por eso me haces más libre,

porque Tú llevas la mía…

                                                                                      Mt 10, 37-42

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