Cuando era adolescente, no existía el celular y teníamos que hablar por
teléfono fijo. Me gustaba hablar por mucho tiempo. Pero algo que siempre me
llamó la atención fue el saber que no llamaba a un número equivocado porque la
persona que contestaba tenía el mismo tono de voz. Tenía un estilo, o un “no sé qué”, garantizándome que vivía en esa casa.
Y es que las
personas que vivimos en la misma casa, tenemos como un aire, una forma de ser y
una familiaridad que se refleja de muchas maneras. Viviendo juntos, cultivamos
costumbres, gustos, temas de interés, expresiones de cariño o rechazo y formas
de pensar entre otros que se afincan a lo largo del tiempo. Es como que se va
sembrando una comunión, eso que a veces nos lleva a asombrarnos porque cuando
ese niño es idéntico a su padre no es por algo físico, sino por la familiaridad
que se respira.
Y desde esta
experiencia, me atrevo a concluir que todos los seres humanos, creamos en Dios
o no, tenemos no sólo un aire familiar, sino su huella sembrada en lo más profundo
de nuestro espíritu. Eso que hace que todas las personas tengamos
características comunes: como esa necesidad de ser amados, ese miedo a
quedarnos solos, ese anhelo constante de ayudar o esa naturalidad para buscar
el bien. Características que son constitutivas en todo ser humano y que
hablan de una realidad sembrada en lo más profundo de nosotros, realidad que no
fue heredada sólo por nuestros padres en la tierra, sino fundamentalmente por
el mismo Dios.
Cuando iba
meditando en la fiesta de este domingo que es la de la Santísima Trinidad,
pensaba que éste es un misterio que ha costado siempre entender. Pero también
pensaba que, si tenemos el eco de Ella dentro de nosotros, es muy bueno
intentar comprenderla desde estas características tan humanas que habitan
dentro.
Me quedé
meditando en la primera parte de esta cita que dice:
“Porque
tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en
él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Jn 3, 16
Y daba gracias por este sello de amor imborrable en nuestro espíritu, éste
que nos permite buscar y gozar la eternidad en esta
vida, ésta que siempre lleva el anhelo del encuentro y la comunión…
Y entonces
aunque sea difícil de comprender, me atrevo a dar unas pequeñas pinceladas para
encontrarnos con Él. Y aunque sólo veamos la pequeña punta de un iceberg, o la
pequeña punta de un infinito ovillo, vale la pena intentarlo, porque podríamos
maravillarnos al encontrarnos más con este infinito amor de Dios.
Y me atrevo a
hacerlo compartiéndoles mi experiencia personal y lo que muy pobremente puedo
categorizar. Ésto que encuentro cuando entro en mi espíritu y veo en mi morada,
donde la Trinidad habita familiarmente obrando y amándome de una manera que no
termino de comprender.
Es en este lugar
familiar que Dios creo en mí, donde habitan las tres Personas. Éstas que sin yo
saberlo, han ido modelando mi vida, mi espíritu y mi historia.
Entro en el interior de mi morada y me encuentro con mi Padre, el que pensó en mi desde toda la eternidad, el
que me hizo así, el que no deja de pensar en mí, el que soñó con mi felicidad
desde antes de existir, el que me protege y me cuida. En el que me apoyo y de
quien recibo la vida y mi ser
Y si no entiendo
este amor del Padre, Él me regaló el amor maravilloso e incondicional de mi
papá en la tierra. Y puedo comprender entonces que, si el sentirme querida y
cuidada por él me dio seguridad, cómo será el que tenga desde siempre un Padre
eterno que no deja de amarme y velar por mí…
Entro en el interior de mi morada y encuentro al Hijo, el que me habla, me canta y me enseña con su vida
cómo vivir la mía. Este Hijo que me ama tanto y que lo veo crucificado en este
símbolo que llevo en el pecho. El que me espera en el Sagrario para recibirlo y
encontrarme con Él. Quien me llena de esperanza al verlo resucitado. El que ríe
y llora conmigo. El que me llama tan claro con palabras, en sueños y con su
presencia constante caminando conmigo día a día.
Mi mente no
entenderá del todo el amor del Hijo. Pero sé que se hizo Hombre para hacerme su
hermana e hija de su Padre que ahora es el mío. Este Hijo que es mi modelo de
vida plena y la garantía de poder ser feliz aquí y ahora…
Entro en el interior de mi morada y encuentro este Espíritu de Amor que se pasea por toda mi casa,
que da ese olor fresco y bueno, que ofrece este ambiente de familia, que
agranda lo hermoso y achica lo triste, este Espíritu que hace de mi morada el
mejor lugar para permanecer, el mejor lugar para reposar y tomar fuerzas, donde
aprendo a dejarme amar y amar a los demás. El que cultiva mi memoria de
recuerdos buenos y santos, que limpia mi memoria de lo insano, que ensancha mi
corazón para saber perdonar y comprender, que limpia mi mirada para vislumbrar
mejor el horizonte y las promesas que se avecinan.
Mi mente no
entenderá del todo quién es la Persona Amor, el Espíritu Santo. Pero sí puedo
entender en mi vida cotidiana que el amor no es abstracto, sino que se da en
rostros concretos: ese amor a los demás, ese amor a mí misma, ese amor a Dios.
Un amor que a medida que se entrega, madura más.
Entro en el interior de mi morada y encuentro esta bendita comunión.
Misterio de
comunión que viene de Dios, del que brota una fuerza maravillosa que pinta con
los colores más diversos y únicos todo mi universo, que hace todo lo que me
rodea más hermoso y más brillante porque tiene el amor como fuerza y el amor
como origen.
Misterio de
comunión con el que puedo entender, comunicarme y entregarme al hermano. Esta
comunión con la que puedo descubrir lo valioso que habita en cada corazón.
Misterio con el que puedo vislumbrar a cada uno como las diferentes notas que
se pueden dar en un mismo canto.
Misterio de
comunión, que es el nítido eco del misterio del amor de la Trinidad.
Misterio de
comunión que me remite a lo infinito y lo eterno. Éste que va calando hondo en
mi vida, mis sueños y mis luchas. Experiencia de comunión con la que nada cae
al vacío y nada deja de tener una razón de ser. Porque en comunión, Dios obra,
Dios vibra fuertemente y Dios vive firmemente.
Misterio de comunión,
de esta dinámica de entrega constante. Entrega que no acaba porque el amor no
acaba.
Misterio de amor
que tuvo un inicio para mí el día que empecé a existir, pero que, por dicha, no
tendrá final.
Y llegará un día que me encuentre con la
Trinidad…
Ese día habrá
una gran fiesta y un gran banquete de Amor indescriptible porque la huella con
la que soñaba, será una eterna realidad.
Ese día estaré
con la cabeza recostada sobre el pecho atravesado del Hijo, cargada en brazos
de mi Padre y con el corazón elevado más allá de las nubes por el soplo del
Espíritu.
Ese día estaré
de rodillas, pero también dando saltos de gozo.
Ese día la
experiencia de comunión no necesitará ser explicada, porque el entender y el
vivir serán una misma cosa.
Ese día no habrá
más diálogo en el tiempo, sino ese divino encuentro .
Ese día junto a
mi Madre daremos gracias, porque todas las promesas fueron cumplidas por Dios
que se hizo tan familiar en mi morada y porque pude vivir también la comunión
auténticamente con los demás…
Gloria al
Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Jn 3,16-18
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