Cuando veo a alguien pintar, me asombra las posibles combinaciones de colores que hacen antes de plasmarlas en un lienzo. Y cuando va ganando experiencia, puede sacar aún más matices y posibilidades.
Creo que algo así es lo que nos ocurre a medida que pasan los años; descubrimos cada vez más matices en la vida…
Dicen que cuando estamos en los 20´s los ideales grandes que buscamos conquistar los vemos posibles porque sentimos toda la fuerza y vitalidad. Y estamos seguros que todo dejará lo negro y será blanco de un día para otro. Que a los 30, empezamos a escandalizarnos o impresionarnos con los defectos y errores propios y ajenos iniciándose un “cierto realismo” o llegando a pensar que todo se volverá negro. Que a los 40 concluimos que “la vida es dura, que ya nada nos asombra”, y que la vida es gris. Y dicen que a partir de los 50 podemos ganar serenidad y gratitud para entender que la vida y las personas no son ni blancas ni negras, sino que tienen diferentes matices…
No lo digo porque ya estoy en los 50´s, pero es verdad que con los años la vida y las personas que me rodean las voy comprendiendo mejor. Puedo ver lo negro, lo gris o lo no tan gris. Pero voy admirando cada vez más lo blanco que permanece en cada corazón.
Siempre me ha parecido fascinante contemplar las maravillas que tiene cada ser humano y el don que nos ofrece Dios cuando podemos trascender a los que conocemos y amamos.
Es un misterio insondable lo que habita en cada ser humano. Nace siempre con una innegable búsqueda del bien, una evidente necesidad de ser feliz y una insaciable hambre de algo más. Eso nadie lo puede negar.
¿Podemos acaso negar que aunque una persona haya cometido un grave delito pueda tener a la vez un deseo noble por algo o por alguien? Gracias a Dios no me atrevo a juzgar o dar alguna sentencia. Pero sí estoy convencida que todos tenemos un vestigio de humanidad, esta huella imborrable de querer el bien para nosotros y para los nuestros más allá de lo negativo que exista en nosotros.
Muchas veces por ignorancia, hábitos o esos defectos tan apegados podemos tomar decisiones erradas, acciones equivocadas o actos indebidos. Otras veces vemos esa herida de pecado, esa extraña pero real tendencia al mal. Es innegable que tenemos como una herida que nos lleva a tener pensamientos, deseos y acciones que nos hacen daño. Opciones que sabiendo que están mal, las hacemos. Esas experiencias que luego nos dejan el sinsabor de no haber encontrado la satisfacción que esperábamos recibir.
Y ante esta realidad, podemos llegar a ser como jueces injustos que en lugar de alegrarse por el cambio y los logros de las personas, se fijan sólo en lo que falta. Y es más duro cuando somos jueces injustos de nosotros mismos.
Felizmente la mirada auténtica y noble es la de Jesús, quien nos enseña a mirarnos y mirar a los demás de otra manera.
Él nos enseña a dejar de ver los números de caídas y defectos. Y a mirar con una verdadera confianza en nuestra dignidad y esperanza en nuestro futuro.
Jesús no dirá: “él es un orgulloso” sino “aún no es humilde, pero busca algo grande en la vida”.
Jesús no dirá: “éste es un vanidoso porque le importa el qué dirán” sino “aún le falta confiar en si mismo, pero busca encontrarse con los demás”.
Y con estos ejemplos no quiero pensar que Jesús es ingenuo o que niegue la realidad de nuestros problemas. Él tiene puesta la mirada ante todo en lo más importante de nosotros.
Jesús nos enseña a trascender y ver más allá de nuestros defectos.
Siempre me ha ayudado pensar que nuestros pecados o defectos son como un tumor. Están dentro de nosotros, pero no son lo que define nuestra humanidad. Y por ello, los tumores pueden salir de nosotros con la ayuda de Dios y nuestro esfuerzo para ser más humanos y ser lo que verdaderamente anhelamos.
Qué hermoso es tener frente a nosotros a esa persona que amamos o admiramos, y no porque sea incapaz de equivocarse o caer, sino porque confiamos en lo que vive por dentro que es también lo que Dios ama en él.
Qué hermoso es tener al lado a esas personas que no se escandalizan con nuestros defectos y el aprender a no escandalizarnos con nuestros pecados. Qué bueno saber que más bien éstos pueden ser la oportunidad para recordar nuestra fragilidad que nos anima a elevar la mirada al Único que es capaz de transformar lo malo y negativo en una experiencia de misericordia y amor.
Y Jesús en una de las parábolas del Evangelio de este domingo, es el primero que nos recuerda cuánto vale nuestra humanidad y dignidad al punto de dejar que la cizaña siga creciendo en medio del trigo. Sabe que la cizaña le puede quitar agua, luz, nutrientes y minerales. Sabe que son plantas similares por fuera pero diferentes por dentro pues la cizaña no da fruto. Pero no está dispuesto a arrancar nada bueno de nuestro ser por si se confunde con la cizaña.
El enemigo intentará siempre sembrar la cizaña de la duda, desconfianza y desesperanza. Pero solo podrá hacerlo cuando encuentre corazones dormidos e inconscientes ante el misterio de la vida porque han perdido esperanza en la grandeza de nuestra humanidad y no valoran el trigo que llevan dentro…
Pero creo que la clave para saber qué es bueno y qué no dentro de nosotros, estará en tener a Jesús como nuestro termómetro y nuestra medida. Quien le busca y está unido a Él puede distinguir en el corazón qué es cizaña y qué es trigo. A su lado y escuchándole mejor, podemos diferenciar en una misma acción qué nos ayuda y qué no.
Con Él aprendemos a no caer en la famosa y sutil trampa que nos sugiere el enemigo: que por no cometer un defecto, dejemos de hacer una buena acción. Como esas famosas ideas que nos vienen a la cabeza como por ejemplo:
«Cada vez que ayudo a la gente me siento buena y héroe de los demás. Por eso no ayudaré a la gente para no ser vanidosa”
“Cada vez que pongo esfuerzo por llevarme mejor con mi hermano me sigo impacientando. Ya no le contesto, pero siento cólera por dentro. Por eso no le buscaré más para no caer en la ira”.
Frases que pueden sonar muy lógicas, pero en las que está la trampa de darle más peso a la cizaña que al trigo. Dos situaciones en las que Jesús nos diría algo diferente:
“Tú sí ayudas a los demás. Esfuérzate en no envanecerte, pero me alegro por tus buenas intenciones y acciones. Sigue ayudando a los demás”
“… me alegra mucho que te esfuerces por ser más paciente con tu hermano. Has avanzado, sigue haciéndolo”.
Así nos ve y nos juzga Jesús: desde el trigo que hay en el corazón. Y con su gracia, la cizaña irá muriendo y cayendo poco a poco porque el fuego del amor alimenta el trigo y quema la cizaña…
¿Qué otras frases y ejemplos podrían resonar en nuestra mente y corazón? ¿Cómo las leería Jesús?
Que esta semana podamos darle gracias a Dios por todo el trigo que nos ha regalado.
Que aprendamos a verlo en los que nos rodean para trascender y ver lo bueno, lo bello y verdadero que hay en ellos.
Y que con la mirada de Dios, podamos ver lo blanco, la luz y la eternidad que ha sembrado en todo aspecto de nuestra humanidad.
Mt 13,24 -43
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