Ahora que meditaba en la parábola de este domingo, me acordé lo difícil que es elegir a quiénes invitar y tener que esperar la respuesta para aprovechar lo mejor posible.
Esta es la historia de un rey, que celebra la boda de su hijo. Un padre, que por ser quien es, puede ofrecer la mejor fiesta del reino, la mejor música, los mejores manjares y bebidas. ¿Quién quisiera desaprovechar una fiesta como ésta que en esa época además duraba una semana? Celebración a la que todo miembro del reino podría sentirse honrado de ser invitado.
Pero por más ilógico que parezca, cuenta Jesús que muchos de los primeros en ser invitados tenían excusas y otros planes que les interesaba más. Y hasta fueron re-invitados, rechazándola nuevamente.
Y entonces por ser un momento importante no sólo para la familia, sino para el futuro del reino, el rey decide invitar a los más débiles y pobres, aquellos que se encontraban en los cruces de los caminos donde habitaban indigentes y gente sin hogar ni alimento. Buscó acogerlos y celebrar también con ellos, pues es un bien y un gozo así no puede pasar desapercibido.
Es una parábola que lleva a cuestionarme ¿Qué es mejor que aquello que ofrece un rey a los suyos? ¿Qué nos quiere decir, enseñar o advertir el Señor con esta parábola?
Lo primero que se me viene es considerar, lo que ocurre si lo trasladáramos a nuestra realidad. ¿Qué experimentamos cuando alguien significativo nos invita? Seguro que nos entusiasmamos y nos queremos unir a su alegría. Queremos participar bien de esa fiesta, preparar la vestimenta adecuada y hasta preparar un regalo o detalle significativo para expresar nuestro cariño. Una invitación que nos anima y entusiasma hasta el punto de ir contando los días que faltan para ese encuentro.
Pero otras veces podemos recibir invitaciones que nos incomoda. Esas que son recibidas “por compromiso u obligación” y a las que uno “debe de asistir". Esas que además pueden competir con otros planes e intereses, con actividades que sí nos importan y gustan más. Esas que implican dejar de estar con las personas que sí nos importan. Entonces nos gustaría tener buenas excusas para no asistir o sencillamente no vamos.
Jesús nos pregunta con libertad esperando que nos sinceremos con Él y le abramos el corazón:
¿Qué tanto queremos estar con Él?
¿Cómo nos sentimos cuando nos invita a estar a su lado?
¿Nos sentimos incómodos, como si nos “quita tiempo” cuando nos invita a encontrarnos con Él en la oración, en el Santísimo o al leer el Evangelio?
¿Nos sentimos forzados cuando tenemos ocasiones para hablar con Él, hablar de Él o espacios que nos ayudan a ser como Él?
¿Nos sentimos obligados cuando nos invita a ser más coherentes o más maduros en nuestro caminar?
¿Nos sentimos así cuando somos invitados a la fiesta de la Misa?
Cuántas veces nos pudimos dejar engañar con ideas negativas, prejuicios, desesperanzas, críticas o tentaciones que puedan predisponernos a pensar que junto a Dios la pasamos forzados, aburridos o que nos lleva a una exigencia que nos abruma. Pensar que con Él nos acartonamos, nos rutinizamos, nos volvemos “nerds”, alienados o débiles.
Qué mentira llegar a pensar que tenemos muchas cosas que hacer en las que Dios nos quita tiempo y nos complica una agenda llena de pendientes y preocupaciones.
Pero Él no nos quiere alejar del trabajo, de nuestros amigos, nuestra familia y pasatiempos. Lo único que nos invita y nos ofrece es que todo lo que vivamos pueda estar lleno del gozo de esta fiesta que puede habitar en nuestro corazón cuando caminamos a su lado, en su presencia y en esa honda seguridad que nos regala.
¡Cuántas cosas pueden ser esas invitaciones a participar de la Fiesta del Hijo, del camino de la vida, de ocasiones para hacer una fiesta en el espíritu porque somos más libres y más auténticos!
Qué importante es entonces abrir bien los ojos y escuchar la verdadera invitación que nos hace para vivir en una fiesta continua y llena de alegría cuando estamos junto a Él.
Qué importante es creer que Aquel que nos ama más que nadie, sólo nos llama para ser felices, para gozar ya en la tierra del cielo prometido.
Qué importante es abrir el corazón para acoger esa paz que tanto, pero tanto anhelamos.
Qué importante abrir todos nuestros sentidos, facultades y espíritu para escuchar ese llamado personal y único que nos hace El Padre, el Hijo y el Espíritu para ser dichosos desde ahora y para siempre.
Entonces, tomando conciencia una vez más quién es Él para nosotros, pongámonos el mejor traje.
Usemos el traje apropiado. Ese blanco del bautizo. No le importa que tenga remiendos o zurcidos por venir de lugares donde nos resbalamos y caímos, pero nos levantamos con su ayuda. No le importa esos lavados varias veces por venir de lugares lejanos y difíciles. No le importa que tengan colores desteñidos por el sol que nos quemó y dejó sedientos. Todo ello lo puede hacer más bello y más importante porque habla de la disposición sincera que viste nuestro corazón.
Pongámonos ese traje que le gusta y nos gusta. Él sabe de nuestra mejor intención y del deseo de ponernos el mejor que podemos usar, del regalo humilde que le podamos llevar y del hambre y sed que tenemos al buscarle en esa fiesta de vida eterna.
Allí está esperando nuestro Señor y Rey. Quién mejor que Él para saber cuál es la fiesta que anhela nuestro corazón, cuál es el alimento que necesitamos, cuál la danza que más aviva nuestro espíritu, cuál el mejor lugar para estar unidos.
Es la fiesta del Hijo, fiesta para celebrarla contigo y conmigo.
Acojamos una y otra vez esta invitación que nos hace todos los días, hora a hora hasta el fin de nuestro peregrinar y para toda la eternidad.
Aceptemos su invitación una y otra vez…
Mt. 22,1-14
Dios nos quiere libres no quiere que seamos falsos sino nos quiere auténticos,.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Nos invita con libertad y busca lo mejor para nosotros....
EliminarDios prepara un banquete, el mejor de todos y nos invita a participar del mismo.
ResponderEliminarEs la llamada de Dios, es su invitación y nos espera para recibirnos con amor, pero como dices querida Magali, a esta invitación le anteponemos el "pero" hoy no, ahora no y olvidamos que Dios en su infinito amor, nos invita él mismo, a participar de esta gran fiesta, pero nosotros en respuesta a ese llamado muchas veces le decimos "no" tengo otras cosas por hacer, tengo pendientes, tal vez en otro momento sin darnos cuenta que es a "él" a quien le debemos la vida misma.
Solo me queda decir gracias Dios mío, por que siempre estás presente en nuestras vidas, en mi vida, invitándonos a recibir el banquete de tu "Amor" por medio de la FE.
Gracias querida Magali por tu preciosa reflexión.