Cuando enseñaba en colegio, me llamaba la atención la angustia que tenían varios de mis alumnos cuando preguntaban sobre lo que estaba bien o mal. Había esa típica pregunta que empezaba con la frase: “¿Hasta qué punto puedo o no debo hacer ésto…?”. Eran preguntas sinceras de un niño o adolescente que forma su conciencia buscando hacer lo mejor.
Pero hemos de sincerarnos que son preguntas que muchos las tenemos aún en nuestro interior. Esas en las que buscamos saber el límite, para controlar y tener las medidas o recetas exactas de nuestras acciones.
Y creo que cuando uno crece habituándose a tomar decisiones de esa manera, termina llenándose la mente de escrúpulos y el corazón de angustias innecesarias.
Los escrúpulos tienen distintas definiciones. Una de ellas que me parece interesante dice:
“Exactitud o rigor en el cumplimiento del deber o en la realización de algo”. RAE
Éstos pueden llenarnos de inseguridades, legalismos y distracciones superficiales. ¿Cuál es el beneficio y la paz que podemos vivir si nos dejamos llevar por la duda de habernos pasado un centímetro de lo permitido o haber dejado de hacer un milímetro del deber?
Todo ésto evidentemente nos quita libertad porque nos llenamos de perfeccionismos que nos distraen de lo que realmente importa. Es todo lo contrario a lo que un niño que crece feliz, sano y transparente puede aprender y experimentar en el día a día.
Estoy convencida que quien vive en función de estos escrúpulos, cansa y ahoga el propio espíritu. Éstos pueden envejecernos rápidamente y hacernos sordos a la voz interior, allí donde Dios habla y el Espíritu de amor nos mueve a hacer lo que verdaderamente nos realiza y nos hace bien.
Este domingo el Evangelio nos cuenta un pasaje en el que aquellos que no les gustaba sentirse cuestionados por Jesús, buscaron hacerle daño con una pregunta que era justamente legalista y escrupulosa:
"¿Está permitido o no pagar el impuesto al César?"
Mt 22,17
Es una pregunta redactada de tal manera que, si no hay claridad en la conciencia y libertad en el espíritu, puede no verse la sutileza de la tentación.
Ésta no cuestiona si tenemos que elegir entre Dios o el apego al dinero. Le piden elegir entre dos acciones que no se oponen y que son buenas en sí mismas: pagar el impuesto o ser fiel a Dios.
Le hicieron una pregunta en la que le exigían quedarse en la rigidez de la respuesta dejando de lado el fondo y el espíritu de la acción: Si Jesús respondía que elegía sólo pagar el tributo, implicaba que estaba desobedeciendo la ley de los judíos por apoyar a un gobierno que iba en contra de Yahvé. Si decía que elegía no pagar el tributo, le acusarían de promover una rebeldía ante algo que estaban obligados a hacer.
Entonces Jesús da una respuesta que va más allá buscando vivir la ley desde lo esencial. Una respuesta clara, inteligente y libre:
"Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios."
Mt 22,21
Les dio una respuesta en la que hay una jerarquía, pues Dios es primero, pero en la que una obligación no excluye a la otra.
Y es que quien sigue auténticamente a Cristo no adormece la conciencia. Está dispuesto a revisar en su vida esas trampas y enemigos internos que le llevaron a buscar los límites y ese “¿hasta qué punto?”. Está decidido a no tener una vida forzada y apegada a reglas que no llevan el espíritu de fondo. Está decidido a despejar todo aquello que pueda llevarle a envejecer rápidamente porque su espíritu no está cimentado en el amor.
Quien realmente sigue a Cristo, no opone las exigencias. Con Él las cosas se suman y multiplican.
Con Cristo, no sólo hay que dar a Dios lo que es de Dios, también hay que dar al César lo que es del César.
Bien decía San Juan Bosco: "Honrados ciudadanos y buenos cristianos".
Quien sigue a Cristo, busca hacer el bien y cumplir toda responsabilidad que le toca en este mundo, pues sabe que ello enriquece el bien común. Un buen cristiano paga sus impuestos, hace las facturas que corresponde, recicla la basura aunque no se lo exijan, no paga coimas, no relativiza la mentira, no cobra de más, no aprovecha su cargo de autoridad, no hace trabajar a sus empleados más de lo que corresponde, devuelve lo prestado y paga sus deudas sin esperar que se lo pidan, se capacita y lee sobre los planes de gobierno para hacer un voto a conciencia. En fin… tantos ejemplos concretos que Jesús nos propone vivir.
Pero esta honradez en la vida ciudadana, familiar y cotidiana, no es una carga pesada, es una experiencia que puede vivirse con libertad y plenitud cuando brota de un corazón lleno del amor de Dios. Decía un sacerdote que al "césar" de turno podemos darle lo que toca, pero nunca debemos dejar que nuestra libertad interior sea arrebatada.
Y es que quien busca primero a Dios y se deja amar por Él, sabe lo que es vivir sobrepasando las fronteras, las reglas y las normas. No mide y cuantifica las obras, sino que se entrega sin medida y sin límite.
Quien sigue a Cristo y se deja amar por Él, vive esa fuerza que le sobrepasa y le lleva a darse y entregarse sin medida. Tiene siempre los bolsillos llenos de esperanza y generosidad para donarse. Y en consecuencia, sabe que no necesitamos preguntar escrupulosamente por los límites, porque somos más felices cuando no los tenemos ni lo ponemos...
San Agustín dijo una frase muy hermosa:
“El César busca su imagen, dádsela. Dios busca la suya: devolvédsela. No pierda el César su moneda por vosotros; no pierda Dios la suya en vosotros” (Comentario al salmo 57,11).
Creo que ese es el reto que nos invita a vivir el Señor: vaciarnos la mente y corazón de límites y medidas que nos oprimen para llenarnos del amor incondicional de Dios, ese que nos plenifica y nos hace libres para volar alto...
Que esta semana sea ocasión para revisar nuestra vida para optar en todo momento por el espíritu de amor y desde él se iluminen nuestras decisiones y acciones.
Mateo 22,15-21
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