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Luz, NO y verdad...

 


Llegué a mi cuarto en la noche, y la luz del techo no funcionaba, así que decidí organizarme rápidamente con la lámpara del escritorio. Y al día siguiente cuando abrí las cortinas, la luz entraba por todos lados. Una luz fuerte y natural, mejor que la artificial del techo. Encontré entonces el lapicero y el papel que no pude ver la noche anterior.


No es una novedad. Pero el contraste de oscuridad y luz me dejó pensando esa mañana en la diferencia de las cosas cuando están iluminadas. Con la luz, las cosas se ven mejor y como son. Algo que también ocurre en nuestro interior cuando dejamos que nuestra vida se vea desde la luz de la fe, la del amor y de la esperanza…


Siempre está en nuestras manos cómo ver la vida. Somos libres de permitir que entre o no esa luz…


No sé si por ser profesora o por mi manera de ser, nunca dejo de maravillarme cuando veo a una persona que descubre algo nuevo en su vida. Me encanta ver cómo de ese asombro surge luego esa alegría, fruto de esa verdad descubierta. Alegría porque esa verdad descubierta es un don para su vida.


Si eso nos ocurre en las experiencias de la vida cotidiana, cómo describir cuando las verdades descubiertas fueron develadas con la luz de Cristo…


El Evangelio de este domingo de Adviento llamado el domingo de la alegría, habla nuevamente de Juan Bautista. Y me preguntaba por qué toca un pasaje tan distinto al de la primera y segunda lectura que evocan el tema de la alegría de forma más directa.


Y meditando el pasaje, me llamó aún más la atención la forma como Juan Bautista se describía a si mismo: Ante las distintas preguntas que le hacían, tenía la certeza y libertad interior de decir no: No era el Mesías, no era Elías, no era un profeta esperado… A medida que decía quién no era, podía dar mejor razón de él.


Juan es un ejemplo de cómo esos NO van perfilando y dejando caer falsas sombras y engaños que distraen, para que se pueda ver con fuerza la verdadera riqueza de nuestra identidad. Los NO que pueden llevarnos a los profundos SÍ.


Cuántas veces puede surgir la tentación de querer tomarnos títulos o ser autores de logros que en realidad no son nuestros. Cuántas veces puede ser tan liberador el decir un NO que nos lleve a ser como Juan Bautista, que aclaró no ser la luz, pero que busca reflejarla.


“Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él.”  Jn 1,6


Bueno, me pareció iluminador ver su humildad y sabiduría, pero no terminaba de comprender cómo se relaciona con el tema de la alegría en este pasaje del Evangelio…


Y luego al seguir rezando, iba contemplando cómo el dar razón de si mismo le podía llevar a encontrarse más con su verdadera identidad. Una experiencia que permite brotar espontáneamente la verdadera alegría porque esta verdad, es obra de Dios. Una profunda alegría que nadie se la puede quitar.


Juan sabía que el no ser digno ni de desatar la correa de sus sandalias, el bautizar con agua y no con Espíritu, que aclarar a sus discípulos que deben seguir a Cristo y no a él, iba perfilando su ser más profundo y el camino trazado para él. 


Era por la luz de Cristo que podía ver como en un espejo la grandeza de su vida y vocación.

Hoy Juan nos recuerda que nunca seremos felices buscando ser otras personas, o teniendo  dones y características que no son nuestros. Nos enseña a decir muchos NO para encontrar el SÍ auténtico que nos ha regalado Dios.


Aprendamos a decir NO a todo lo que no somos, lo que no nos responde o lo que no necesitamos. Y aprendamos a decir SI a Cristo, SI a su luz, SI al llamado que nos hace, SI a los retos de cada día. 


Pero sobre todo, SI a su amor, a su gracia y al don que nos ha regalado para una vida plena.


Comprendamos y recordemos siempre, que la alegría que buscamos se encuentra cuando nos encontramos con la verdad profunda de nuestra identidad, ésta que sólo la luz de Cristo nos la puede revelar.


Y que este domingo, tomemos más conciencia que hemos nacido no sólo para estar alegres, sino para ser felices


Y la verdadera felicidad nos llevará a la verdadera paz, ésta que no se va a pesar de las pruebas, retos y exigencias, sino que crece cuando en esos momentos estamos tomados de la mano de Dios para superarlas. Esa felicidad y paz que van más allá de todo y de todos.


Caminemos de la mano de María, la Mujer del Magníficat, para poder ser como ella: un reflejo de la luz de su Hijo amado.

«Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron donde él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: “¿Quién eres tú?” El confesó, y no negó; confesó: “Yo no soy el Cristo”». Y le preguntaron: “¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?” Él dijo: “No lo soy.” – “¿Eres tú el profeta?” Respondió: “No.” Entonces le dijeron: “¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?” Dijo él: “Yo soy – voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.” Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: “¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?” Juan les respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia.” Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando».

Jn 1, 6-8.19-28

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