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Respuestas sin preguntas...

 


Ese día inolvidable del 8 de agosto del 83, esa mañana viendo el mar, ver más allá, luego de estar más de 1 hora en total silencio y a solas ocurrió ese maravilloso misterio de saber que había encontrado la respuesta a mis preguntas. Y al hablar con una amiga pude categorizar que había encontrado la respuesta a esas preguntas que no sabía que las tenía. Entendí que las preguntas se me revelaron cuando vi la inminente respuesta para mi vida.

Y me vino este recuerdo importante cuando hoy rezaba en el Evangelio de este domingo. Entre tantos detalles de este bello pasaje, me conmovió lo que hicieron los discípulos de Juan Bautista, que empezaron a observar a Jesús, fueron detrás de él y le preguntan: «Rabí (que significa Maestro), ¿Dónde vives?»

Y Jesús no les contesta con una dirección, o con la descripción de un lugar específico. Sabe que esa no era la pregunta de fondo, quiso responder la verdadera pregunta que había en sus corazones. Y entonces no les da la respuesta ni les explicita la pregunta, solo les dijo: «Venid y lo veréis».

¡Cómo conoce y entiende el misterio que habita nuestro corazón! Éste lleno de preguntas de las que muchas veces no somos conscientes. Y sabe que, al mostrarnos la verdadera respuesta a nuestros anhelos de vida, entenderemos mejor la hondura y la necesidad de esas preguntas sembradas, germinadas y crecidas en lo profundo del alma. Respuestas que nos abre un universo de vida, una ventana inmensa de esperanzas y la certeza de no estar solos ni desorientados en este camino. Sus respuestas son la garantía que está. siempre presente para tomarnos de la mano y caminar por el sendero que necesitamos.

Y así como Andrés y Juan se quedaron con Él, me da mucha alegría reconocer que este maravilloso encuentro de respuestas a mis preguntas de adolescente, que me dieron la gracia de seguirle hace tantos años a su lado y que esta vida compartida no tiene fin...

Y hay una respuesta importante que Él me recuerda cuando le busco: Él no está solamente en el templo o en una iglesia. Hay un sagrario y una vida plena dentro de mí. Que, al invitarme a seguirle, es invitarme a la aventura de ese viaje interior en el que su presencia, su Persona, su amor habita dentro de mí, vive en mí y me espera allí.

Una y otra vez me dice que, cuando quiera buscar dónde ir, donde vivir en paz, dónde encontrar más armonía en mi vida, el lugar iniciará dentro: en el que me encuentro a solas con Él, en el que me habla con el idioma que solo yo puedo entender, donde puede hacerme reír de la forma más encantadora, donde podemos llorar juntos por las heridas e historias que no hubiésemos querido ver y vivir, donde soñamos juntos con el cielo en la tierra y el cielo en el cielo…

Vive en ese lugar dentro de mí, su casa, de donde puede brotar la gracia y fuerza para entregarme a los demás y decirles con mis actitudes, obras y detalles más que con mis palabras, que Él es mi todo, mi Mesías, el Cordero que quita todos mis pecados, el Señor de mi vida que es el único que puede darme esa felicidad y ese amor pleno que tanto anhela mi corazón sin saberlo, sin pedirlo, sin preguntarlo, pero latiendo incansablemente para esperar lo único que no puede faltar en mi vida: Dios.

No esperemos preguntas elaboradas y complicadas y menos esperemos resolverlas para encontrarnos con Dios. Él es el Señor de lo sencillo, de la vida clara e inmediata, es el Dios del encuentro y por ello sabrá siempre vivir a nuestro lado, ofreciéndonos respuestas que harán nítidas las riquezas y los tesoros que habitan y fueron sembrados en nuestro interior.

Tomados de su mano vivamos la aventura de ir con Él a donde quiera llevarnos...

Juan estaba con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: «¿Qué buscáis?» Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿Dónde vives?» Él les dijo: «Venid y lo veréis”. Entonces fueron, y vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce como ‘Pedro’)». Mt 1, 35-42

Comentarios

  1. Oh ! Jesús reina en mi y guíame en mi camino...

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  2. Querida Magali, he releido tu compartir tan propio y maravilloso! Me conmovió mucho.Que Nuestro Padre te siga iluminando y llenando de Bendiciones!

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