Lleva varios días de enfermedad y no recupera. Y es una mujer de edad ya avanzada.
Ella escucha que alguien llega a casa, quisiera levantarse, pero no tiene fuerzas. Y es que cuando la fiebre lleva días, el cansancio, la descompensación, los dolores y el malestar general se suman a la inseguridad de no saber qué más hacer. Probablemente ya intentaron curarla, pero no se puede sanar aún.
Cuántos rostros podrían venirnos a la memoria
en el contexto que vivimos este tiempo…
Su yerno que también está preocupado por ella, llega a casa con un amigo
que es el mejor médico. Este amigo entra hasta su cuarto a buscarla, la mira con compasión, entiende
por lo que pasa, diagnostica qué enfermedad tiene y le cura...
¡Cómo está la familia de admirada y contenta al verla recuperada! Pero ella lo está más aún. El alivio y tranquilidad de saber que ya pasó es una experiencia grande.
Y esta mujer tiene un detalle importante que además es señal de estar curada: agradecida se levanta de la cama y se pone a atenderle.
Sí. Esta es una historia real de la vida de Jesús: la historia de la
curación de la suegra de Pedro. Ella como se cuenta en el Evangelio de este
domingo, nos muestra un síntoma de estar curada que me dejó
resonando en el corazón: una gratitud expresada en el servicio.
Creo que todos y cada uno de nosotros somos como esta mujer: consientes de distintos
tipos de enfermedades no sólo físicas, sino también interiores.
Enfermedades a causa de heridas no bien sanadas que se infectan y contaminan el resto de la vida, otras enfermedades evidentes y escandalosas que son como las fiebres altas, otras que pasan desapercibidas pero que van dañándonos poco a poco sin darnos cuenta, otras ocasionadas por la desnutrición al no haber alimentado el alma quedándonos vacíos, otras que tienen el síntoma de la cuarentena porque optan por la soledad y el individualismo o aquellas graves de los que están tan enfermos que ya no quieren alimentarse ni beber porque sienten que no lo necesitan y más aún de aquellos que no se recuperan muriendo poco a poco porque hace mucho que no se ponen de pie para servir a los demás. Enfermedades que, como una pandemia, también se contagian y se difunden rápidamente.
Jesús con su poder y su actitud compasiva, nos recuerda siempre que no deja de buscarnos para entrar a nuestra casa, a nuestro cuarto y a lo más íntimo del
corazón para curarnos de raíz. Siempre está dispuesto a hacer los más grandes
milagros y los más grandes sacrificios pues nunca es demasiado tarde en
esta vida para dejarnos amar, cuidar y curar por Él.
Pandemias, virus y enfermedades letales desgraciadamente habrá y hubo en la
historia de la humanidad. Y es muy importante pedirle a Dios por ello. Pero qué
importante es también recordar que la salud principal es ante todo la
espiritual. Tener sana y salvada aquella vida que nunca se acaba, tener un espíritu
siempre renovado y fortalecido por la mano poderosa, bondadosa y misericordiosa
de Dios que nos quiere plenamente felices hoy, pero también toda la eternidad.
Pidámosle al Señor una y otra vez tener la humildad de reconocer que necesitamos de su gracia y amor para curar todas nuestras dolencias y enfermedades. Y tengamos la esperanza, alegría y gratitud de reconocer cuántas heridas, enfermedades y dolores ya ha sanado a lo largo de nuestra historia de vida. Démosle gracias de todo corazón al mejor y único Médico de nuestra vida.
Y al igual que la suegra de Pedro, levantémonos siempre para servir a los
demás, para amar y anunciar con el testimonio de nuestra vida el estar agradecidos por el inmenso amor
que Jesús nos tiene.
Hoy Señor
inclino mi cabeza
y elevo mi
espíritu
para pedirte una
vez más
que entres
todas las veces que quieras
a mi casa y a
lo más íntimo de mi vida.
Hoy te quiero
pedir
que con tu mirada
divina
me des una
vista sana y clara
para descubrirte
más adentro
cuando te
busco y trato de comprenderme
pero verte también presente
en el corazón de todo ser humano.
Que con tu
mano poderosa y firme
me señales el
mejor camino
me indiques lo
que me lleva al cielo
y también aquello
que me enferma.
Que con tus
labios llenos de palabras de vida
me cantes al
oído
cuánto me amas
cuantas batallas
hemos vencido juntos
y me relates
las maravillas que me has regalado
y las veces que me ha curado.
Que con tu
inteligencia y sabiduría
ordenes mi mente
confundida
aclares con
lógica mis opciones
y me ayudes a
discernir siempre
para elegir
libremente lo mejor.
Que con tu
vitalidad y fortaleza
me ayudes a
levantarme siempre
para mantener
viva la esperanza
para seguir
caminando juntos
y para animar a
los que desfallecen.
Dame Señor un corazón
semejante al tuyo
que late más
fuerte y firme
cuando reconoce
tu presencia
en este hermoso y misterioso camino.
Dame un
corazón verdaderamente agradecido
por tantas
historias de salud, vida y entrega
con mi
servicio, entrega y mi alegría
en lo
sencillo, en el silencio y la bulla
a tantos que te
necesitan
y que mueren
si no te tienen.
Amén
Mc 1, 29-39
Querida Magali: gracias nuevamente por tu compartir,tan vivencial, motivador, dulce y lleno del Amor al Señor!!! Que El te siga colmando de Bendiciones.
ResponderEliminarQuerida Magali una vez mas y como cada semana quiero agradecerte por tus meditaciones, reflexiones y oraciones.
ResponderEliminarEs por medio de ellas que nos haces sentir y conocer, al Amor mas puro, verdadero y santo que nos ofrece Dios.
Dios te Bendiga y te colme de Bendiciones querida Magali.
Elvira Orellana.