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Esos momentos imborrables…

 


Me siento afortunada. Tengo la certeza de varios momentos, no sólo uno, en los que pude experimentarme feliz, segura de lo que quiero vivir, realizada, comprendida y en comunión anhelada. Sí, diversas experiencias que no he borrado ni borraré de mi memoria. Esos recuerdos que me ayudan a caminar día a día y que son una verdadera vitamina para cuando las cosas son oscuras o difíciles de llevar.

Y cuando estos tesoros además se divinizan por ver en ellas la acción y la presencia evidente de Dios, es como que la experiencia indescriptible se multiplica, y no tiene fin. Difícil de categorizar y explicar; y tampoco pretendo hacerlo.

Pero les invito a hacer una línea de tiempo para tomar conciencia que todos podemos identificar esos momentos felices e importantes que marcaron nuestro corazón y alentaron nuestro camino más de una vez…



El Evangelio de este domingo de Cuaresma cuenta la historia de Jesús que fue a un monte, distinto al de las tentaciones y desierto que vimos el domingo anterior. Subió a uno llamado “Tabor”, y en el que que Pedro, Santiago y Juan tuvieron el privilegio de poder estar con Él. 

Fue algo tan fuerte e indescriptible lo vivido, que se sienten sobrepasados y se cuenta que Pedro no sabe qué decir y le propone a Jesús hacerles 3 tiendas. Pero lo que sí supo hacer en medio del asombro y el misterio, fue reconocer lo realmente bueno que era estar junto a Él, la bendición de ver tan de cerca su divinidad y su identidad más profunda. Percibió lo maravilloso que es verlo junto al Padre y lo imborrable al verlo resplandeciente. 

Quisieron quedarse allí relatando el Evangelio que fue una experiencia que se quedó hondamente grabada en el corazón. Y creo que fue un regalo que Jesús les dio para evocar esta experiencia cuando la misión se les presente difícil y ausente de toda luz y esplendor...

¿Y qué hubiera hecho yo en el lugar de ellos? 

¿Qué es lo que brota de mi alma en esos momentos especiales e indescriptibles? Esos privilegiados en los que percibo claramente su presencia, su llamado, cuando comprendo esos códigos y mensajes evidentes con los que me dice que me ama y me invita a vivir tantas cosas maravillosas y buenas. O cuando percibo claramente que está a mi lado a través de los demás.

Son momentos en los que yo también quiero hacer 3 tiendas y quedarme allí. Es algo tan humano y comprensible el querer hacerlo… Nuestro espíritu anhela estar así: estar bien, seguro y feliz todo el tiempo. Por ello buscamos estas 3 tiendas en todo lo que hacemos y vivimos. Y aunque muchas veces nos equivoquemos dónde buscar este Tabor, buscamos esa felicidad eterna.



Y la pregunta siguiente que me surge es ¿Qué ocurre cuando ya me toca bajar del monte? ¿Qué hago cuando llego nuevamente al llano? Allí nos encontraremos nuevamente con las heridas, los problemas, los conflictos de la humanidad, de los nuestros y los propios que siguen y que probablemente duelen más porque se contrastan con lo vivido.

Lo primero que el Señor me recuerda es que viva ese presente con paz y alegría. Sin compararme. Que lo acoja con un corazón agradecido, porque sencillamente me lo quiere regalar. Que lo contemple resplandeciente y transfigurado al recibir esos imborrables momentos junto a los míos, sirviendo a los demás, estando a solas, encontrándome con Él dentro de mi corazón y de tantas otras formas…

Pero también Jesús mismo con el ejemplo de su vida y en medio de nosotros, me responde una verdad muy importante que habita en Él:

Me recuerda que Él vivió en el llano y cotidiano para encontrar el Tabor en cada corazón humano. Que vive el Tabor cada vez que camina a nuestro lado, cada vez que se alegra con un corazón convertido y de regreso a la casa del Padre, que vive el Tabor cuando se queda en medio de nosotros para enseñarnos a amar de verdad. Me atrevería a decir que el Tabor de Jesús hecho Hombre, fue cumplir la misión que el Padre le encomendó para regalarnos la salvación y hacernos libres.

Señor, hoy me enseñas que es necesario y maravilloso guardar en el alma esos regalos imborrables en los que tocamos un pedazo de cielo en la tierra, esos recuerdos que se graban y nos garantizan tu presencia y tu acción amorosa en nuestra vida.

Pero hoy me enseñas también, que cuando cumplo mi misión, cuando me entrego a los demás, cuando puedo servir a mis hermanos, cuando puedo dar razón de tu amor en medio mundo, puedo traer un poco del Tabor a los demás. Y así, vas formando en mi espíritu un monte profundo que tiene la forma de tu rostro, que es modelado por tu Espíritu y es una realidad por la voluntad de tu Padre...

¡No tengamos miedo a ningún monte que nos toque vivir! Pues en el que toque estar, será siempre junto a Jesús resplandeciente para alumbrar nuestra vida y señalarnos el mejor camino.

Qué importante en este tiempo que vive nuestra humanidad, poder ser testigos de este Tabor, para recordar y avivar la esperanza en tantos hermanos nuestros que experimentan inseguridades, miedos y preguntas. Mostrémosle a Jesús Transfigurado que ya ha dado la vida y es la única medicina que ofrece la vida eterna donde no morimos, sino que viviremos felices para siempre. 

Acojamos el regalo de poder estar seguros y felices junto a Él, con vestidos brillantes y claros por sentir con nitidez la plenitud a la que hemos nacido y para la que fuimos creados.

 


Gracias Señor por ofrecernos:

Un Tabor en esos momentos imborrables y un Tabor en la vida cotidiana.

Un Tabor permanente, porque lo grabado en la memoria del espíritu no se queda en las nubes, baja y se impregna en todo lo que somos y vivimos.

Un Tabor que puede entrar si lo permitimos, hasta el lugar más escondido de nuestra casa, de nuestro trabajo, de nuestras relaciones, de nuestras misiones.

Un Tabor que puede hacer todo nuevo, todo mejor, todo divino y ligero.

Un Tabor que puede alentarnos a llevar las cruces y las lágrimas de la vida, de la forma más dulce y sencilla porque Tú Transfigurado, nos consuelas y las llevas por nosotros.

Un Tabor que nos permite gozar del cielo en la tierra y de la tierra hecha cielo por el poder de tu amor.

Un Tabor en los montes más áridos, más elevados, más fríos o más frondosos, porque el Tabor para mí eres Tú mismo: encarnado, amante y presente en mi historia y existir.

Amén

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 «Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los llevó a solas a un monte alto y se transfiguró ante ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos. Se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Estaban tan asustados que no sabía lo que decía. Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube: “Éste es mi Hijo amado; escuchadlo”. De pronto, cuando miraron alrededor, vieron sólo a Jesús con ellos.  Al bajar del monte, les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos. Ellos guardaron el secreto, pero discutían entre sí sobre lo que significaría aquello de resucitar de entre los muertos».  San Marcos 9, 2-10 


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