Creo que todos hemos
escuchado hablar de esta cualidad que parece cada vez más necesaria en un mundo
como el nuestro. Dicen que es conocida también como el lenguaje del corazón. Y
aunque pudiera tener otros nombres o adjetivos a lo largo de la historia, ha
sido siempre en esencia algo que ayuda efectivamente a construir mejores
relaciones con los demás.
Su término procede de dos
palabras griegas que significan “dentro de él” y “lo que se siente”. Coloquialmente se dice que es ese : “poder ponerse en los zapatos del otro”. Y su definición entre tantas, tendría en común
que se trata de esa capacidad para comprender las emociones,
pensamientos y sentimientos de otra persona en casi toda su complejidad.
Implica comprender al otro saliendo de los propios esquemas para mirarle con
reverencia. Y exige por ello, salir del ego para mirar al otro con apertura y con
una escucha activa que lleve a comprenderle de la mejor manera posible. Solamente así podremos encontrarnos con esa persona y ofrecerle el apoyo
que necesita. ¡Es una cualidad que me encanta!
Y me puse a pensar en ella, cuando rezaba
el Evangelio de este último domingo de Cuaresma. Un pasaje en el que Jesús
muestra esa empatía por los griegos que le buscan y con sus apóstoles que no
saben qué hacer. Pero que en realidad se puede concluir rápidamente que ésto
sobrepasa toda empatía y todo acto de generosidad.
Es
este pasaje en el que con el corazón en la mano les dijo a los
apóstoles que llegó su hora. Les dijo que ya no le toca ir de ciudad en
ciudad para que evitar su muerte. Ahora Él por solidaridad y amor infinito va
en camino a Jerusalén para ofrecerse y pagar nuestro rescate, el de esos
griegos y el de todos nosotros. Llegó la hora de revelarse a todos, de darlo
todo y caer en tierra para morir como el grano de trigo y dar mucho fruto: el
fruto de nuestra salvación.
Es
en ese contexto que Jesús dice esta frase que me conmovió de manera especial
porque expresa esa mezcla de amor infinitamente solidario e incondicional con
esa sincera angustia y turbación:
“Ahora mi alma está turbada, y ¿Qué diré?: Padre,
líbrame de esta hora. Pero si por ésto he venido, para esta hora.” Jn 12, 27
Cómo
no turbarse cuando sabe perfectamente lo que ya se le viene. Pero a la vez cómo
es consiente que más allá del miedo habita en Él ese amor infinito y ese deseo
hondo de vivir lo que le toca: vivir su hora.
Y es
que Jesús no sólo comprende, se conduele y sabe bien lo que vivimos. Jesús va
infinitamente más allá…y por ese amor solidario de Hermano, por buscar que
acabe nuestra turbación, es que HACE SUYO TODO NUESTRO DOLOR Y
ANGUSTIA…
Él
siempre va más y más allá. No sólo comprende mi condición, no solo se conmisera
con mi fragilidad y caídas, no sólo conoce mejor que yo misma cada experiencia
que paso y se apiada de mí. Es tal su amor, su misericordia y comunión con mi
espíritu, es tal su deseo de hermandad para hacerme hija en el Hijo, que hace
lo incomprensible, inimaginable e inabarcable.
Es
este Hermano que se entrega, muere, y se ofrece a cambio. Paga el precio de mis
faltas y pecados con su propia vida y su propio sufrimiento. Este es el
misterio que meditaremos de manera especial desde el próximo Domingo de Ramos.
Confieso
que entonces, me puse a pensar que fue abismalmente corta, atrevida y ridícula
la relación de la empatía con el amor de Jesús. Qué pobre y limitado queda ésta
y toda categoría o adjetivo junto a su corazón divino…
Entonces
creo que es mejor no intentar describir y explicar este misterio.
Definitivamente no podremos comprender la trascendencia y la magnitud de su
entrega hasta el día que podamos verlo cara a cara. Creo que se trata
simplemente de abrir el corazón y dejar que sea Él quien se revele en nuestras
vidas y en nuestra casa.
Y si
buscamos nosotros desde la pequeñez de nuestra humanidad tener empatía con su
corazón de Hombre que se angustia y turba por temor y amor, hagámoslo con un
profundo silencio para no llenarnos de categorías, palabras y formas por
adelantado. Seamos empáticos solamente escuchando en el vacío y en el presente
lo que nuestra frágil condición nos permita ver sin maquillajes, sin adornos
que distorsionen ese amor apasionado y divinamente infinito que tiene por cada
uno de nosotros. Usemos la empatía para guardar silencio y sencillamente
quedarnos junto a Él…
Y
aprendamos de Él a saber acoger la hora que nos toca, aprendamos a ir más allá
de nuestras angustias y temores, de nuestras inseguridades o miedos. Aprendamos
de Él a vivir la hora de cada día, nuestra hora para amar y servir. Aprendamos
a caminar hora a hora, pero a su lado.
Estamos
en manos de Aquel que ya ha pagado el precio de nuestra infelicidad con su
angustia y dolor infinito hasta la muerte, para poder recibir inmerecidamente
esta vida eterna.
Les
aliento a que, en esta última semana de Cuaresma, preparemos la tierra, sacar
toda hierba mala y dejar los surcos de nuestras mentes, corazones y espíritu
muy abiertos y removidos para poder acoger la semilla que el Señor querrá
sembrar. Esa Semilla que morirá para resucitar en nosotros y hacernos personas
nuevas y más unidas a su amor.
Seamos
a ejemplo de Jesús, granos fecundos acogiendo la vida de Dios en nuestra vida y
estemos dispuestos a entregarnos por los demás no sólo con empatía y buenas
intenciones, sino con un amor efectivo, incondicional y generoso como nuestro
Hermano lo hizo contigo y conmigo.
Juan
12,20-33
Les comparto el extracto de esta película antigua muy tierna, que nos puede ayudar a buscar tener un corazón abierto y sencillo como los niños para conocer, amar y darle gracias a Jesús su amor eterno y solidario.
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