Me imagino llegando a casa. Lugar físico
o interior al que busco entrar y permanecer. Ese que me da paz, libertad y
seguridad. Mi lugar más importante.
Y al dirigirme hacia él, me tropiezo con objetos que estorban, que quitan
el aire fresco, que disminuyen la iluminación y desentonan con la armonía que
espero encontrar. Tal vez objetos viejos, cajas con monedas falsas, tal vez
mesas con ofertas inútiles, aparatos para escuchar y ver que me quitarían el
silencio para el encuentro, tal vez objetos extraños y curiosos que ocuparían espacio
absurdamente.
Objetos y estantes que yo no pedí poner, o los que con el tiempo dejé que
se arrimen, posen y se instalen sin ser tan consiente. Objetos que tal vez se
hayan instalado hasta dentro de mi hogar.
Y entonces la persona que mejor me conoce y más me ama viene a visitarme.
Mira todo ésto, y sin preguntarme sencillamente saca todo sin dudar y con la fuerza necesaria. Lo barre y aparta de mi casa porque sabe que lo necesito. Él tiene toda la
libertad de hacerlo porque me conoce más que yo misma, y me ayuda a tomar valor
para hacerlo. Con su ayuda termino de barrer, limpiar y desempolvar esta
entrada y también el interior.
Creo que algo así es lo que ocurre con Jesús cuando llega a mi vida y sabe
hacerme reaccionar y cambiar. Sabe que fue pasando el tiempo y dejé que se acumulen cosas que estorban y no dejan ver mi espíritu con su luz y claridad. Sabe que necesito
despertar, y con voz fuerte o con terremotos me lo dice. Pero con una voz que aún siendo muy fuerte, va
llena de amor.
Otras veces cuando he leído este pasaje de Jesús que grita y despide a los
mercaderes del templo, me dejaba pensando en la violencia bien orientada, ésta
que rechaza el mal y busca el bien. Pero hoy me quedaba resonando en el corazón
la sincera preocupación que Jesús tiene por este templo que no se trata sólo del de Jerusalén
que relata el Evangelio de este domingo.
Hoy Jesús me muestra con fuerza y violencia cuánto se preocupa por mi
templo, cuánto daño puedo sufrir si lo comercio, cómo mi espíritu es
invalorable. Me muestra cómo busca resguardarlo y cuidarlo hasta el punto de dar su vida
por él.
Y es real que muchas veces puede habitar en nuestro corazón esos negocios
dobles y amores divididos que tanto daño nos hacen: el engaño de creer que se puede combinar el
no y el sí a Dios en un mismo camino. Ojalá no estemos tan llenos de esos cachivaches
que confunden y que hayan ocupado incluso lugares principales del interior de nuestra casa. Ojalá no
hayamos malgastado nuestra vitalidad en lugar de orientarnos a lo que sí enriquece,
fortalece y nos hacer auténticamente libres.
No sé… se me vienen muchos ejemplos para identificarnos con estos
mercaderes que venden lo sagrado por falsas riquezas y caprichos. Esos por los que no
podemos entrar al fondo del alma porque estos obstáculos y pretextos nos dejan oxidadas y atoradas las puertas del corazón sin poder abrirlas de par en
par para que entre el Señor con toda su fuerza, ternura y entrega.
Y a medida que vayamos aclarando la entrada del templo y el interior de nuestra casa, a medida que esté despejada y ventilada, nuestros hermanos podrán encontrarse con nosotros
claramente. Entonces irán también motivados a su propio templo y despejar lo suyo para
vivir también la fiesta del encuentro, de la verdad y de ese poder ser personas
íntegras, “de una sola pieza”, para vivir con plenitud la vida para la que nacimos.
Que sea Jesús de quien se dice en la segunda lectura que es: "…un Mesías que es fuerza de Dios y
sabiduría de Dios.” 1 Cor. 1,24, quien nos anime y ayude con su gracia
a barrer el templo para habitar con nosotros en él.
Que esta semana crezca nuestra confianza en Jesús, para dejarle que bote de nuestro corazón todos los mercaderes, objetos y distorsiones que oscurecen la entrada y el interior de nuestro templo. Pues como termina este Evangelio:“…porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.” Jn 2, 25
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A veces vienes con suavidad y ternura
a decirme quién eres y cuánto me amas.
Otras, te acercas
para enseñarme tus lágrimas y dolores
por aquellos que amas
y sufren tanto.
Están aquellas en las que llegas cantando
para gozar juntos las victorias
y las fiestas de los que han vuelto.
Y otras como hoy, que me hablas fuerte,
gritas y hablas firmemente
para denunciar el mal y el daño
para recordarme lo que enferma y destruye
para despertarme del sueño y letargo.
Hoy escucho tu grito y rechazo
al pecado, al daño y al enemigo.
Un grito de amor con violencia y firmeza
para que recuerde quién eres, quien soy
y para qué he nacido.
Gracias por recordarme de tantas maneras
que estarás siempre a mi lado
cuando caiga o cuando me levante,
que la guerra interior es muy sana
y que la paz verdadera se gana
cuando el enemigo sí muere
para que sólo en mí quede
la buena hierba, la buena semilla
y las promesas de amor ya cumplidas
Amén
Jn. 2, 13-25
Señor limpiame y quede transparente...
ResponderEliminarQuerida Magali, muchas gracias por esta nueva reflexión que nos entregas en esta semana.
ResponderEliminarEs verdad a veces no nos damos cuenta de todo lo que vamos llenando en nuestra mente por que vivimos en un mundo en el que muchas veces, nos dejamos llevar sobretodo nos llenamos de informaciones que resultan hasta ser falsas, pero somos nosotros los que permitimos que esto nos altere, o nos preocupe o nos sintamos tristres.
Tienes toda la razón Magali, no debemos permitir que este tipo de temas (cosas) perturbe nuestro corazón.
Tengamos cada día, el firme propósito de entregar nuestra confianza absoluta solo en Dios y que sea siempre él quien ocupe nuestra mente y nuestro corazón.
Dios te Bendiga y te Guarde siempre.