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La luz de su mirada...

 


Era un hombre de mucho prestigio. Un buen líder y referente para su pueblo. Sus opiniones eran de mucho peso para los que le rodeaban. Alguien que podía ofrecer seguridad a los demás.  

Pero al conocerlo, cuestionó todo en su vida. Sabía que Él tenía algo muy importante que nada ni nadie le había dado antes. Se despertó entonces en su alma la conciencia de una sed más profunda. Esa sed que solo Dios puede evocar.

Entonces fue a buscarlo como a escondidas. No le daba el orgullo para decir a plena luz del día que quería conocer a aquel Hombre cuestionado y rechazado por los demás fariseos. Y Jesús comprendiendo este temor, se vio con él de la forma y en el lugar que Nicodemo le pidió. 

Se encontraron, y se quedaron conversando mucho tiempo. No sabemos todo lo que hablaron, sólo algunas cosas que nos relata el Evangelio.

¡Qué encuentro tan misterioso! Cargado de amor y respeto de uno por el otro. 

Una noche oscura, pero llena de luz en sus corazones…



Creo que más de una vez podríamos identificarnos con Nicodemo cuando buscamos resguardar ciertas “seguridades” en la vida. Y cuántas veces el encuentro con Él de diversas maneras nos conduce a la imperiosa necesidad de sincerarnos para revisar la verdad en nuestra vida. Y cuántas veces ésto nos llevó a confirmar la intuición de que esas "seguridades" en realidad eran falsas y estériles…

Más de una vez podremos entendernos como Nicodemos sabios en esto o aquello, y a la vez como Nicodemos que reconocemos que hay Alguien más sabio, poderoso y fuerte que nosotros. 

Y hoy meditando en este bello encuentro, me quedó resonando una frase que Jesús dijo. Palabras que me invitaron a acoger una vez más la verdadera paz que Él me ofrece. Pues ante el contraste de su verdad y la mía, de mi fragilidad y su entrega, Jesús dijo: 

“Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.” Jn. 3,17


¿Quién más que Él podría tener todo el derecho y poder para juzgarnos y sentenciarnos por el daño cometido de muchas formas? 

¿O quién más que Él tendría toda la autoridad moral para exigirnos ser coherentes y fieles a la verdad como Él sí lo hizo?

Pero a través de Nicodemo, nos dijo algo distinto. Nos afirmó que no vino al mundo para juzgarnos, ni para castigarnos o sentenciarnos. Nos dijo que vino para algo muchísimo más importante: para SALVARNOS, para rescatarnos del dolor y la mentira, para regalarnos la VIDA ETERNA. 

Sencilla y profundamente... vino por puro amor... 

Y desde este amor incondicional y esta entrega infinita, creo que podemos entender un poco mejor por qué luego nos dijo que era Él la luz que alumbra toda verdad. 

Es que, quién más que Él sabe perfectamente cómo somos, qué vivimos, qué no vivimos, qué pensamos y sentimos. 

Tiene el poder de alumbrar nuestra vida como con un cañón de luz que enfoca con fuerza divina cada recóndito espacio de nuestra alma.

Y lo maravilloso de Dios, es que esta luz trasciende, atraviesa y ve mucho más allá…

Me atrevo a afirmar que ve mucho más allá, porque la luz de su mirada tiene una debilidad que toma la forma de un imán. Uno, que le lleva a atraer y buscar lo bueno que late en nuestro corazón: nuestros anhelos, nuestros sinceros deseos de cambiar y de amar, nuestros grandes y pequeños esfuerzos. Y entonces mirándonos con esa luz poderosa, viene conmovido una y otra vez a encontrarse con nosotros...

¡Qué luz es esta que hay en su mirada! Ésta que  trasciende todo error. Luz en su mirada capaz de calentar y encender hasta el corazón más frío. Luz en su mirada capaz de mantener vivo el fuego de su Espíritu dentro del nuestro. 

¡Qué tal luz de amor es la de este verdadero Amigo, Hermano y Esposo, que alumbra y alegra el sendero por donde vamos caminando y creciendo junto a Él.

Hoy con este Evangelio creo que Jesús nos anima a abrirle sin miedo todo el corazón. A buscarlo sea de día o de noche, para que con la luz de su mirada podamos contemplar con libertad y esperanza nuestra historia de amor con Él, sea en lo sencillo y cotidiano o sea en esos momentos inolvidables que nos miró profundamente para quedar habitando cada vez más adentro.

Hoy es como si me dijera (y les invito a reemplazar mi nombre por el vuestro):

“Magali, aquí estoy. Nunca olvides cuánto te amo y que te conozco desde antes y desde siempre. Sé lo que habita en tu corazón, sé mejor que tú qué esperas y qué anhelas. Sé de tu historia, de tus sueños, gozos y lágrimas. Estoy aquí, e iré a donde quieras que vaya para salvarte y tenerte entre mis brazos: abiertos para acogerte, clavados en la Cruz para rescatarte, fuertes y firmes para cargarte siempre. Y alégrate siempre, porque ¡ya estás salvada!”.



Démosle gracias a Jesús por la luz de su mirada. Y con ella, sepamos mirarnos a nosotros mismos y a todo ser humano con quien nos encontremos.

Que a pocas semanas de recordar el misterio de su amor hasta el extremo, podamos ir abriendo todo candado, ventana y puerta para que su luz y su gracia nos llene de gozo, esperanza y gratitud porque ¡Ya hemos sido salvados por Él!

Juan 3,14-21

 




Comentarios

  1. Gracias querida Magali por tu envío y personal compartir.Ahora, con la vivencia de Nicomedes y su encuentro con El Señor! y Su profundo.Amor que nos ilumina y rescata del dolor y nos llena de Esperanza! Dios te Bendiga!

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  2. Graciasss Magali por tu compartir, espero con ansias y alegría cada fin de semana para leer, aprender y entender que Dios está siempre a nuestro lado, con su Palabra nos da la vida!!!!! Mil gracias por tanto, Dios te bendiga!!! 😘

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