Si nos
ponemos a buscar la imagen y la definición de una fortaleza, encontraremos
castillos, ciudadelas y lugares que están fortificados con muros altos que nos
separan del exterior. Construcciones que generalmente nos remiten a siglos
pasados y a construcciones antiguas.
Y si
transponemos esa definición a la actualidad, tal vez sean fortalezas digitales
que no permitan que las redes sociales, los virus o los hackers puedan ingresar
a nuestra información. En otros casos podrían ser vacunas poderosas que evitan
el contagio a ataques biológicos.
Pero
sea cualquier tipo de fortaleza, se habla de una construcción por la cual
estamos fortalecidos y protegidos del daño mediante herramientas o muros que
nos separan para no ser agredidos y para saber defendernos.
Un
concepto de fortaleza muy comprensible y común en todo tiempo y lugar.
Pero
me puse a rezar en este misterio insondable de la Eucaristía que celebramos
este domingo en el Corpus Christi, y me vino esta figura, pero con una forma y
modo totalmente opuesto.
Este
es el misterio de un Rey que nos ha regalado una fortaleza infinita. Un Dios
que nos regaló maravillosos castillos y construcciones. Pero que al venir y
vivir con nosotros aquí en la tierra, nos enseñó a que las mejores
construcciones no tienen muros.
Castillos
y fortalezas SIN PAREDES ELEVADAS QUE SEPARAN, NI LUGARES PARA ESCONDERNOS.
Una fortaleza que no nos aleja, sino que nos une en comunión con Dios y con los demás...
Una
fortaleza infinita que tiene cimientos sólidos y fuertes desde dentro, que se
mantiene firme a pesar de las tormentas o terremotos. Fortaleza inquebrantable
porque fue hecha con gracia divina.
Una
fortaleza que crece y se mantiene cada vez más firme por un regalo que no
terminaremos de comprender y agradecer: el regalo de la Eucaristía.
Fortaleza
que recibe el sinónimo de amor divino, porque sólo con este amor no existe
temor, sólo con el amor de Dios entregado en su Cuerpo y Sangre es que nada
puede separarnos de la fuente, nada puede derrumbarnos cuando estamos junto a esta Presencia silente y constante.
Un
Dios que no le bastó hacerse hombre, niño, morir, resucitar y enviarlos el
Espíritu de Amor. Es un Dios Amor que se quedó bajo una común y blanca forma.
Un Alimento que toma la forma del alimento más sencillo y universal de todo ser
humano como es el pan. Un amor que no eleva muros y se aleja. Que no sabe
quedarse en la ofensa, en el ataque o el daño que pueda recibir. Su entrega y
pasión por nosotros es más grande, más divina y más fuerte que todo y todos.
El único alimento que puede ayudarnos a caminar las distancias más largas en el peregrinar de nuestra vida, que nos permite saltar los retos del esfuerzo, de las cruces y del perdón. Un alimento que hace más grandes nuestras alegrías, más nítidas nuestras historias, más grandes nuestros logros, más inmensos nuestras sencillas muestras de servicio y entrega a los demás. Un alimento que suma y multiplica todo pequeño esfuerzo, y que resta y aminora todo dolor y cruz. El alimento que puede avivar nuestra esperanza cada vez más.
Un
alimento que calma la sed, que alivia los sudores del cansancio y multiplica la
vitalidad para correr al cielo y nadar en el océano inmenso de la eternidad
desde aquí en la tierra…
El
único alimento que puede abrir nuestros ojos y oídos para verle y escucharle desde la fe, y que nos ofrece el milagro de transformar lo amargo, ácido
y descompuesto en dulzura y eternidad.
Con el don de la Eucaristía, podemos aprender a vivir lo que Cristo nos enseñó esa noche cuando la instituyó: hacer que la verdadera fortaleza no sea la de escondernos y cerrar las puertas, sino la de abrir el corazón sin miedo a entregarnos una y otra vez a los demás. Aprender de este Amigo que dio su vida a pesar de traicionarle o fallarle muchas veces. Que nos enseña a no dejar de poner la otra mejilla y seguir entregándonos como Él en la Cruz y en la Eucaristía.
Tenemos un Señor de los Señores que nos enseña a repartirnos y a tomar
fuerzas de su propio Pan para amar cada vez más y mejor.
Fortaleza alimentada con el Amor de los Amores, enriquecida con la Presencia Viva y constante. Presencia que nos espera en el Sagrario para ir a visitarlo, para contarle lo que vivimos, para decirle que le amamos o que le pedimos perdón.
Pan del Cielo que prefirió quedarse y esperarnos en una
cajita pequeña para estar con nosotros hasta el fin del mundo.
Por algo dijo la Madre Teresa de Calcuta sobre este don:
“CUANDO OBSERVAS EL CRUCIFIJO, PUEDES ENTENDER LO MUCHO QUE TE
AMÓ JESÚS EN ESE MOMENTO. CUANDO MIRAS LA SAGRADA HOSTIA, ENTIENDES CUANTO TE
AMA JESÚS EN ESTE MOMENTO”
Este es un misterio de amor que traspasa y nos fortalece desde dentro y desde siempre…
Dejemos
pues que Jesús siga construyéndonos una verdadera fortaleza y dejemos que Dios
sea Dios, habitando en nuestros corazones, dejándose triturar y comer. Así lo
quiso y así lo necesitamos…
Que
este domingo podamos crecer un poco más en asombro como el de los niños, en
hambre como la de un pobre mendigo, en búsqueda como un peregrino, en esperanza
como un poeta, en reverencia como los ángeles y en gratitud como nos enseña
nuestra Madre María, para entender este bendito misterio de la Eucaristía.
Mc 14,12-16.22-26
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Es bueno recordar que Jesús nos ayudó a creer en su presencia real también a través de milagros para que aumente nuestra fe.
Aquí les comparto un pequeño video que relata algunos de ellos…
Hermoso
ResponderEliminarMuy agradecida querida Magali, como siempre maravillosa reflexión y
ResponderEliminarlindísimo el corte metraje de la Eucaristía.
Para nosotros, como católicos la Eucaristía ( Corpus Christi ) es el "alimento principal"
por que nos lleva a estar preparados con el Alma, Mente y Corazón para recibirla debidamente.
Dios te Bendiga siempre querida Magali.