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Sin prisa y sin pausa…

 




Esta es una frase que una amiga me la dijo una vez, y se me quedó grabada animándome a hacer las cosas con serenidad y perseverancia a la vez. Pero hoy rezando me encantó pensar más que es una frase que le pertenece a Aquel que me da el ejemplo y ha creado el mismo tiempo.

Y junto con esta frase, en estas últimas semanas tuve la experiencia de haberme reencontrado con distintas personas luego de tiempo, que me dieron la alegría de verlas mejor. Unas más serenas, otras más maduras, otras con mejor carácter, otras más abiertas a Dios, otras con el dolor y la pérdida más asumida y aceptada, otras más generosas, otras más dóciles.

No es novedad que, a lo largo del tiempo todos pasamos por distintas etapas y cambios significativos de los cuales no somos conscientes muchas veces y en los que alguien nos lo hará notar. Cuántas virtudes y logros personales que no se ganaron de un día para otro, sino que a lo largo de los meses, años o décadas nuestro interior fue modelándose y cambiando. Cambios y crecimientos que nos hicieron mejores personas, nos hicieron más felices y más realizadas en la vida. Cambios que se dieron luego de decisiones difíciles, de acontecimientos inesperados, de esfuerzos conscientes o esos que sencillamente se dieron poco a poco como en “segundo plano”.

¿Qué cambios y mejoras importantes en nuestra vida podemos reconocer desde que inició la pandemia por ejemplo?

Es por ello que las parábolas de este domingo me apelan mucho. La primera especialmente me encanta, porque habla de esta semilla que crece sin saber cómo…

 «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega.»    Mc 4, 26-28

Crece, aunque el hombre que la siembra duerma o se levante, de día o de noche. Crece en orden y poco a poco. Una la ley de toda vida; sea la de una planta o un ser humano.



Y una primera idea clara que nos deja Jesús es que esta semilla crece sin ser acelerada o presionada, pues hay elementos escondidos que toman tiempo y progresan sin parar, aunque aparentemente se demoren. Él nos alienta entonces, a no impacientarnos con nosotros mismos. Y que tampoco lo hagamos con Dios pensando que no nos escucha, que le pedimos por gusto, que no nos comprende o no sabe lo que nos ocurre. Estoy segura que cuando necesitamos cambiar y mejorar algo, Él ya lo sabía y había estado obrando en nuestro interior para fortalecernos, para desarrollar esa virtud, para vencer ese obstáculo o alcanzar y construir el tesoro personal sembrado a cada uno. Más bien, Él pudo ver las distintas situaciones de nuestra vida, aprovechándolas para crecer.

Qué distinto es ver nuestra vida con horizonte y perspectiva, como cuando podemos ver desde arriba y desde lejos para contemplar el conjunto y la amplitud del camino. Y así, también podemos vernos en un espejo y asombrarnos cómo luego de 10, 15 o 20 años o meses somos mejores. 

Sorprendernos con lo que vivimos, con lo que pudimos lograr, lo que pudimos vencer y lo que fuimos capaces de construir sobre situaciones que antes no nos creímos capaces de alcanzar. Crecimientos que se dieron sin saber, pero que ahora nos lleva al asombro, pero también a la gratitud. 


Gratitud sobre todo a Dios por obrar en nuestra vida: con su gracia, su amor, su pedagogía, su presencia, su ejemplo que nos acompaña todo el tiempo y obra en nosotros. Ocasiones para escribir en el libro de nuestra vida la acción amorosa de Dios sobre nuestros sencillos pasos y caminos.



Jesús nos regala una parábola para tomar conciencia que tenemos un Dios que creo esta semilla que somos nosotros y las semillas de los dones y características muy nuestras. Nos recuerda que somos hijas de ese Padre bueno que no deja de regarnos y mantenernos vivos para crecer hacia arriba.

Y así como hay semillas que demoran en germinar, otras, en crecer, otras en dar frutos, habrá un tiempo y un calendario espiritual para cada fruto regalado. Y como bien diría un jardinero, no vale la pena arrancar el tallo antes de tiempo, ni regarlo demasiado, ni ponerle injertos o elementos para forzar el crecimiento. Pues el mejor fruto y tallo se dará cuando con esperanza y confianza dejemos que Aquel que nos regaló la semilla vaya actuando junto con nuestra apertura y libertad.



Y entonces la frase “sin prisa y sin pausa” me apela mucho más porque es ante todo la forma de obrar de Dios y cómo es el tiempo de Dios.

Tenemos un Dios Amor:

…que no deja de pensar en nosotros, no deja de obrar en nosotros, no deja de escucharnos, no deja de estar a nuestro lado, no deja de soñar con nuestra felicidad: SIN PAUSA…

…y lo hace con tal delicadeza, cariño, amor, paciencia por nuestras caídas o errores, poniéndose a nuestro ritmo, usando nuestro idioma, esperando el tiempo que necesitemos para aprender, repitiendo cuantas veces sea necesario para asimilar una verdad, esperando el tiempo que sea necesario a que le busquemos o le pidamos lo que necesitamos: SIN PRISA…

Que esta semana tomemos conciencia que tenemos una semilla llena de tesoros por dejar crecer y fortalecer. Y que sepamos confiar en los ritmos y las formas de Dios, quien nos conoce mejor y con su acción creceremos de la manera más inimaginable sorprendiéndonos una y otra vez como siempre lo hace.

Que el misterio de la vida regalada nos sorprenda y el amor de Dios nos abrace siempre…

Mc 4, 26-34

Comentarios

  1. Preciosa reflexión querida Magali, gracias, gracias y mil veces gracias,
    me ha llegado al Alma, aquello de tenemos un Dios que no deje de pensar
    en nosotros, no deja de escucharnos, no deja de "soñar en nuestra
    felicidad" y lo hace delicadamente, usando nuestro idioma, esperando el
    tiempo necesario para que lo busquemos o le pidamos lo que necesitamos.
    Amén, amén, amén.
    Dios te Bendiga siempre Magali querida.

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