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Como agua fresca...

 



Hace unos días tenía mucha sed y encontré en el frigider una jarra con agua de piña. Me serví un vaso, pero al beberla, la sentí ya fermentada. Me serví uno de agua, y me fue mejor.

Me quedé entonces pensando cómo la sed no se calma sólo con algo frío y aparentemente rico, sino que es mejor con el agua fresca. Pensaba que el agua es un elemento muy importante y no podemos prescindir de ella. Pero que, si ésta se queda estancada en una jarra por horas y días sin ser consumida, no ocasiona la misma experiencia de aquella que está fresca y nueva. Agua que, al beberla, aunque venga de la misma fuente, es como que alivia mejor nuestra sed, y hasta puede darnos la sensación de un sabor diferente y mejor. ¿Les pasa lo mismo?

Fue una experiencia que me llevó a pensar lo que ocurre cuando tenemos una vida estancada o rutinizada, en la que no solemos hacer un alto para reflexionar y retomar decisiones auténticas para mejorar hasta el sabor de nuestra vida. Decisiones que no necesariamente implican un cambio de rumbo, pero en las que nos damos el espacio para cuestionar formas, tiempos, ritmos o distintos ingredientes que si estamos dispuestos a mejorarlos pueden llevarnos a alcanzar nuestras metas hasta más pronto. Y qué bueno si con valentía y humildad nos atrevemos a preguntar  nuevamente sobre el sentido de nuestras acciones para reafirmar nuestras opciones y propósitos. Ser valientes para tener la libertad de lavar esa jarra y beber agua fresca que calme mejor y más saludablemente nuestra sed de eternidad.

Es que estoy convencida que cuando tenemos clara una meta que realmente nos anima y motiva, nuestra vida es muy diferente. Cuando nuestros propósitos hacen eco en todo nuestro ser, nos levantarnos cada día con entusiasmo y empeño. Una meta que no se apaga en momentos de crisis y dificultad, llevándonos a mantenernos firmes y de la mejor manera posible pase lo que pase. Una motivación auténtica que no cambia, pero que camina mejor cuando ésta es renovada, refrescada y confirmada cada vez más.



Y cuando ésta tiene un rostro concreto y tiene el amor de fondo, no hay fuerza que la pueda doblegar. Quien busca entregarse a los demás, querer estar unido plenamente al Señor quien nos amó primero y ayudar incondicionalmente a los nuestros, es aquel que se sabe siempre refrescado y fortalecido para seguir caminando lejos.

Contemplemos cómo es el sacrificio de una madre que está dispuesta a dar la vida por sus hijos, de dejar de comer para darle un bocado a los suyos. Cómo es un médico que ama el servicio que presta, estando dispuesto a quedarse sin sueño o descanso por velar por la vida de su paciente en peligro. Cómo es un maestro que adora a sus alumnos estando dispuesto a quedarse sin dormir para no descuidar su familia, pero también para no ser mediocre en su enseñanza y encuentro con sus alumnos.

Cuántos ejemplos de grandes y escondidos santos que vivieron con heroicidad el amor y la entrega porque supieron dejarse amar por Dios y entregarse con todo a los que le rodean. Tantos miles y miles de ejemplos vivos que vivieron heroicamente las virtudes que brotan del verdadero amor y que nos animan a confirmar esta verdad: que la meta del amor de Dios, a Dios y por Dios es como esta agua fresca que se renueva:  “Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación” Is. 12,3

Y entonces, todas las cosas y todas las experiencias de nuestra vida cobran su justo lugar y peso. Y así no hay renuncia ni esfuerzo que pueda parecernos demasiado.

Teniéndolo claro, lo que nos dice firmemente Jesús en el Evangelio de este domingo no suena pesado, sino como algo necesario que cae por su propio peso. Es lo que nuestra humanidad nos exige para alcanzar ese tesoro tan importante que anhelamos de verdad:

“Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga”. Mc 9,43

“Cortar” o renunciar a ello… Dirá lo mismo de los pies y el ojo. Y diría lo mismo de cualquier aspecto de nuestra vida. Cortar lo que nos juega en contra, pero hacer más y mejor lo que nos juega a favor. 

Un ejercicio que podemos aplicarlo a distintos aspectos de nuestra vida:

La mano: que habla de nuestras acciones y obras. Éstas que pueden jugarnos en contra si nos llevan a malos hábitos y nos hacen daño. Pero que por el contrario nos pedirá usarlas más cuando nos llevan a vivir esas buenas obras, buenos hábitos y esfuerzos que nos hacen mejores personas y nos une a Él.

El pie: ese medio que nos permite caminar para llegar por la ruta planeada. Que nos puede llevar al precipicio del daño y los vicios. Como el pie que nos puede llevar a las colinas más altas y las rutas más seguras estando cerca del Sol.

El ojo: con el que podemos permanecer poco o largo tiempo frente a una dañina distracción, con el que podemos dejar impresionarnos o estimularnos demasiado. El que si dejo que se acerque mucho al fuego puede quemarnos la retina haciéndonos daño. O aquel por el cual podemos admirar los regalos que Dios nos da en la vida o encontrarnos desde la mirada con los que tanto amamos. 

El oído: mediante el cual podemos hacernos daño si escuchamos más de la cuenta, si nos dejamos llevar por el chisme o la avaricia de la información. El que nos hace tanto bien si escuchamos historias y sonidos que elevan nuestro espíritu, como aquellas que necesitamos cortar si dañan el corazón y vida interior. Cortar el oído si nos lleva a relativizar la dignidad de las crónicas humanas o minimizar el drama de los demás. Un oído que necesita estar afinado para saber escuchar con el espíritu y corazón. Que sepa escuchar solamente las notas del amor y del verdadero encuentro.

La boca: por la cual podemos hablar y edificar a los demás con nuestras alegrías, amores y verdades. Que puede enriquecer y refrescar a los demás cuando sabemos agradecer, pedir perdón y avivar sus corazones como Jesús nos enseña. Pero cortar las veces en que pueden sacarnos insultos, desconfianzas o burlas. Cortar todo aquello que no alimente el espíritu enfermándolo más y más… Cortar cuando la curiosidad por probar gustos y sabores puedan llevarnos a correr el peligro de graves enfermedades interiores o eternas…

O incluso el famoso sexto sentido: estas experiencias de suponer que sabemos leer la mente de los demás, como si estuvieramos demasiado seguros sobre lo que el otro vive y siente. Estos falsos sextos sentidos por los cuales nuestra subjetividad no deja escuchar a Dios ni a los demás, para escuchar sólo la voz del orgullo y terquedad. Pero sí dejar que crezcan esas voces interiores que provienen de la conciencia y esas mociones que nos llevan a obedecer a Dios que habla claro, para hacer cada vez más el bien y el amor que nos invita a vivir.

Y entonces, sin ser ingenuos, reconozcamos que  somos responsables de vivir o no esa meta y propósito. El punto no son las prohibiciones, sino la decisión de poner todos los medios a nuestro alcance para ser consecuentes con aquello que sabemos que es lo mejor y para siempre. 

Y perdón si les parece duro ésto: pero si no estamos dispuestos a renunciar o cortar algo que nos puede hacer daño, tal vez sea porque la meta que tenemos. consiste en vivir aquello que no estamos dispuestos a cortar; y entonces es probable que hemos cambiado una meta por un medio...

Pero que este realismo nos lleve también a reconocer con alivio que somos frágiles y muy vulnerables. Y que Jesús comprende perfectamente cuánto nos cuesta ser consecuentes. Por ello, da mucha paz saber que no basta con el sincero deseo (que siempre es el primer paso de nuestra libertad), sino que Dios que anhela más que nosotros nuestra felicidad, sale al encuentro una y otra vez para ayudarnos con sus fuerzas a cortar lo dañino y hacer crecer el trigo del bien y lo eterno.

Que este Evangelio no nos llene de miedo y desanimo por sentir que Dios sólo prohíbe… Las cosas son al revés. Y no dudemos en creer que Jesús es el primero que nos da las fuerzas necesarias para poder amar al hacer el bien, al mirar,  caminar y escuchar las notas de la vida.

Los sentidos, las acciones y este mundo se acabará. La pregunta es entonces: ¿Qué es lo que perdura más allá del tiempo y nuestros deseos? ¿Qué es lo que no se va de nuestra vida aquí y en la eterna?

Y desde esta respuesta que intuímos y sabemos reconocerla en lo más profundo del corazón, tomemos las mejores decisiones y mejoremos las rutas para refrescar cada vez más este maravilloso sendero que es nuestra vida.

No lo olvidemos ni dudemos: el amor que proviene de la fuente que es Dios, crece y nos refresca como el agua. Y Cristo es esa Agua Viva que calma mi sed y tu sed. 

No tengamos miedo y confiemos, porque Él nos dirá cómo lograrlo...



Y así como la poda hace crecer mejor una planta y permite germinar nuevos brotes para dar vida, dejemos que Dios corte lo que nos aleja de Él para dejar espacio a la vida  fresca. 

Señor, que mi vida unida a ti me de siempre el frescor de tu gracia y el agua viva para aliviar mi sed, para aliviar mis cansancios y seguir perseverando por ser cada día más tuya, más feliz, mejor persona y más unida a tu corazón. Sólo Tú sabes mejor que yo lo que puede darle más sentido a todos mis sueños, mis ilusiones y deseos.

Gracias Señor…

Mc 9,38-43.45.47-48

 

 

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