“Es difícil. Se sufre bastante. Hay mucha discriminación y burlas. Hablan a tus espaldas. Actúan como si tuvieras un bajo nivel intelectual, pero no es así, yo puedo demostrar quién soy, trabajar, hacer distintas actividades, ser mamá”.
“Puede que te de vergüenza o miedo no saber lo que te dicen o no poder expresarte para que ellos también te comprendan”.
Estos, son testimonios
de personas sordas. Un sufrimiento
auténtico que no fue buscado. Una condición de vida
que limita y lleva a vivir un tipo muy particular de soledad.
Por más empatía y buena intención que
les ofrezcamos, el que es sordo vive día a día un tipo de aislamiento. Y por más inclusivo que sea el ambiente, viven una comunicación muy limitada.
Entonces, dan ganas de agradecer el regalo
del oído. Este que nos puede llevar a gozar de las notas, sonidos de la
naturaleza, la risa de un niño, el movimiento de las cosas, el ritmo de la
música, la variedad de volúmenes o la intensidad de decibeles. Ese regalo de poder escuchar
la voz de los que amamos, las emociones que se transmiten en la forma de hablar, los códigos sonoros entre los
nuestros. Todo un universo que podemos percibir.
Y junto a ello, el poder hablar y emitir nuestros propios sonidos, el poder gritar, cantar o imitar el de otros. Ese poder expresar y hacernos entender.
Una dinámica tan humana e importante.
Tan necesaria entre el escuchar a los otros, y el hacernos escuchar por los otros. Ese diálogo, ese encuentro; el tesoro de dos mundos que
intercambian la vida de tantas buenas y sanas maneras. Una
evidencia más de que hemos nacido para vivir en amistad, en amor y comunión.
La historia del Evangelio de este
domingo, nos narra justamente la curación de un hombre sordo que hablaba con
mucha dificultad. Un hombre que estuvo marcado seguramente por mucho sufrimiento,
impotencia y soledad. Un hombre que, por amor de los suyos, fue llevado a Jesús
para ser curado.
Y entonces me conmueve ver los detalles
de entrega y respeto de aquellos que lo llevaron.
Al parecer este hombre no era judío, porque era de la zona de Decapolis (no eran del pueblo
de Israel, y probablemente era de la cultura helénica). Detalle importante, porque
al buscar a Jesús a pesar de no ser de los suyos, arriesgan mucho. Y ya desesperados o desesperanzados hicieron este gran esfuerzo para verlo curado.
Pero me conmueve más aún ver los detalles de
Jesús al responder a este pedido. Bastó tal vez imponerle las manos. Pero hizo más que eso mostrando varios signos que nos hablan también a nosotros:
Lo llevó aparte: como lo hace muchas
veces en nuestra historia, si quiere estar a solas con nosotros. Aquellas
circunstancias aparentemente ilógicas y muy difíciles en las que hemos perdido el trabajo,
hemos estropeado algo importante, hemos tenido una discusión dolorosa,
atravesamos algún tipo de duelo o separación, recibimos la noticia de una enfermedad
difícil o en fin esos momentos de crisis o soledad en los que toda seguridad
personal o material se pierde para sentirnos como un ave sin plumas… y sólo nos
queda buscar y entender qué es aquello que no se va y permanece siempre con
nosotros. Esos en los que hasta podemos quedarnos solos y separados de los que más amamos. Y nos quedamos solos con Él para algún milagro en camino...
Tocó con sus manos los oídos sordos:
Manos divinas que tocan la herida, manos de Dios que nuestros ojos sí pueden contemplar para ver su acción y su obra, para mirarle a los ojos recibiendo su amor y
compasión al curarnos. Manos que muestran su cercanía y presencia. Como esos
momentos en los que el dolor, el cuestionarnos la vida, el reconocer nuestras limitaciones
y fragilidades dejó esa grieta bendita por la que pudo entrar el agua de la
vida, el amor de Dios, la gracia para despertar y ser conscientes de lo que
realmente importa en nuestra vida. Y revisando nuestra vida veremos cómo en
esos momentos tan difíciles y estando a solas, pudimos escuchar todas las notas
del universo despertándonos auténticamente a una vida más plena y madura.
Puso su saliva en la lengua: que, aunque
parezca feo, para los judíos era símbolo de sanación y salud. Como este Dios
que puede destrabar nuestra voz para hablar, para desahogarnos, para dejar de
estar mudos luego de tanto duelo y dolor, para poder estar libres para contar
lo que va obrándose en nuestra vida, para tener la seguridad de decir con
sinceridad lo que pensamos y vivimos. Libertad de hablar bien que sólo puede
darse cuando recibimos la fuerza de Dios y el don del Espíritu que sople en
nuestras mentes y corazones.
Dio un gemido mirando al cielo: que
nos recuerda que Jesús sufre por nosotros, que le apena y duele profundamente
nuestras sorderas, nuestras trabas y limitaciones. Que Jesús sufrió tanto que vino
a dar su vida en rescate de la nuestra. Gemido que nos enseña a hacer lo mismo
cuando no sabemos a dónde buscar y cuando sentimos que hemos llegado al límite…
Gemido en el que no mira al suelo, ni al ombligo de compadecernos ni a los otros para
echar la culpa. Gemido que mira al cielo porque lo único que necesita es pedir
ayuda, y reconociéndonos frágiles buscamos sabernos cargados y sostenidos por
el Único que puede solucionar TODOS nuestros problemas…
Dijo “effatá” que significa “ábrete”:
Voz divina dicha a oídos sordos, Palabra divina dicha a voces frágiles y
tartamudas. Palabra de orden y poder para curar inmediatamente toda herida y dificultad.
Pues solo el poder de Dios que es amor puede abrir todo candado, toda puerta
cerrada, toda muralla levantada, toda reja ya oxidada de tanto tiempo sin intentar
abrirla. Sólo Dios es capaz de ésto y más…
Gestos vivos y reales que fueron ocasión de gozo y conversión para este hombre y que pueden serlo también para nosotros.
Milagros diarios muchas veces imperceptibles,
en los que Jesús no deja de abrir nuestros oídos sordos y voces limitadas. Acciones
reales y constantes en las que Jesús no deja de hablarnos, gritarnos o
cantarnos con la mejor forma para que se despierten esos oídos que pueden ser
muy sanos físicamente pero que puedan tener enfermedades interiores como la
evasión, el egocentrismo, la superficialidad o el vicio. Enfermedades por las
cuales vivimos una sordera selectiva escuchando solo lo que nos
conviene.
Sordera, en la que Jesús con
paciencia y constancia seguirá hablándonos de muchas maneras para que ese” ábrete” sea una realidad que nos sane de
verdad y nos lleve a una vida plena y feliz.
Dejemos que Jesús nos abra el oído de nuestro espíritu, para asombrarnos ante el milagro que es esa variedad de pentagramas, volúmenes y decibeles que nos regala al darnos la vida plena.
Que podamos así escuchar nuevas categorías, nuevas notas, nuevas formas de
comprender lo maravilloso que es dejar que sea el amor el
que atraviese todos nuestros sentidos…
Abrámonos a la vida y hablemos
con el corazón en la mano, para amar cada vez más y mejor…
Y digámosle al Señor con gratitud y esperanza:
“Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza” Sal 50,17
Mc 7,
31-37
Gracias por hacernos conscientes de nuestra sordera, y darnos la oportunidad de empezar a abrirnos al mundo que nos rodea y saber que no estamos solos nunca.
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