Qué hermoso es confiar, maravilloso poner así como esta imagen nuestro corazón en manos de alguien. Y sin embargo, es una
virtud cada vez más dañada. Deseada
por todos, pero cada vez menos vivida por la cizaña de la ambición. Confianza tan
humanamente necesaria, pero tan humanamente herida.
¿Quién puede decir que no desea sentirse seguro,
sin pasar peligro y daño? Deseo de dormir tranquilos por esa sensación de paz, porque hay alguien fuerte y bueno que vela
por nosotros, garantizando el bien de nuestros pasos y caminos.
Qué natural es este anhelo de vivir seguros, con la certeza de que vamos por la mejor ruta, de tomar las mejores decisiones. Seguridad al
caminar, porque vamos de la mano de Alguien más fuerte que nosotros que nos guía y no nos falla.
Hoy que rezaba sobre la cita de esta Solemnidad de
Cristo Rey del Universo, me sonó mucho lo que Jesús le dijo a Pilato:
“Mi reino
no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían
para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”. Jn 18,36
Me llevó a este valor de la confianza, porque lo dice un Rey que rompe muchos esquemas de nuestro mundo, porque no busca afirmarse en su poder y gloria. Que no ataca ni nos usa, sólo quiere servirnos y salvarnos. Sin nada a cambio...
Un Rey que es el más poderoso y rico de todos, y sin embargo es el mayor mendigo y necesitado de una una sola cosa: nuestro sí y nuestro amor.
Un Rey dueño hasta del mismo universo. Pero que respeta nuestra libertad, y sólo espera nuestra mirada, nuestro encuentro, nuestra felicidad.
Un Rey todopoderoso que se hace misteriosamente débil, dependiente de nosotros, que se hace un bebé pequeño y un frágil pedazo
de pan que hasta puede ser maltratado y trasgredido.
Un Rey en el que sí podemos confiar…
Reino sembrado en nuestro espíritu, que crece
silenciosamente, como una semilla de mostaza o un tesoro escondido, por el que
vale la pena dar todo a cambio de permanecer en este lugar de
verdadera paz.
Reino donde el perdón y la compasión es el olor
que se respira a lo largo de todo el territorio.
Reino al que pertenecen los que confiando en su Rey buscan serle fiel aunque pasen persecución, rechazo y dolor.
Reino eterno donde se vive una boda eterna de
encuentro, de amor y gozo al permanecer junto al Rey.
Reino en el que necesitamos estar siempre
vigilantes, con nuestras lámparas encendidas de esperanza, para que la luz de
Cristo nos permita identificar las malas semillas y lo que nos puede alejar del
banquete preparado para siempre.
Reino de este Rey
que tiene por corona una de espinas
que tiene por trono el árbol de la Cruz
que tiene por lenguaje el de la verdad
que tiene por moneda la fe y la confianza
que tiene de territorio nuestro espíritu y corazón
que tiene por ley la misericordia y perdón
que tiene por poder el ejército del AMOR DIVINO.
Día para recordar y reconocer que, sin nuestro
verdadero Rey, todo se acaba, todo es vacío y estéril.
Día para reconocer que podrán faltarnos muchas
cosas y hasta personas que se nos van por un tiempo, pero que, desde las claves
de su reino, todo puede ser trascendido y redimido porque estamos en manos de Aquel
que tiene el verdadero poder y don: el del AMOR.
Confiemos en nuestro Rey, este que nos ama tanto. Confiemos en Aquel con quien dejaremos de temer,
dejar de llorar y dejar de defendernos estérilmente, porque su poder vence la
misma muerte y la oscuridad más profunda de nuestro corazón.
Ya no tengamos miedo, porque junto a nuestro Rey el reino del amor ya empieza en este mundo. Y junto a Él muchos de los nuestros y nosotros mismos, aprenderemos a ser como nuestro Rey.
Venga a nosotros tu reino Señor…
Venga a nosotros tu eterno amor…
Confiamos en ti Señor...
Jn 18, 33b- 37
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