Hay lugares físicos que evocan
mucha paz, esos en los que uno necesita estar o imaginar cuando quiere
tranquilidad y una alegría serena. Y hay lugares que no se describen
físicamente pues la belleza no está en la forma, distancia, clima o ambiente.
Son lugares en el alma en los cuales uno puede experimentar esa verdadera paz y
armonía que va más allá de lo que rodea.
Creo que ese lugar lo encuentro cuando hago aquello bueno que queda escondido. Guardar en el
corazón aquellas batallas, acciones, aquellas decisiones que sólo Dios y yo
conocemos. Esa sensación de saberme cómplice por esas historias de amor,
sacrificio, perdón y esfuerzo que sólo Él y yo sabremos comprender y atesorar en todo su valor. Esas en
las que Él me animó y me dio su fuerza para saberme consecuente, auténtica
y feliz. Historias maravillosas que pierden su encanto si son reveladas a los
demás.
Una vez escuché que era muy
bueno preguntarnos cuál era nuestro público. Si en realidad estamos más interesados
en agradar a la gente que nos rodea, o si preferimos que nuestro público sea Dios quien tanto nos ama y conoce. Cuestionémonos con sinceridad si nos
interesa más el tener muchos “like”
de la gente, o el alcanzar la paz de una vida que se sabe consecuente con los
verdaderos anhelos de su corazón.
Y bueno, no se trata de buscar el rechazo de la gente, pero sí de ser consecuentes y coherentes con lo mejor y con la verdad de nuestra vida. Los tesoros verdaderos cuestan pero valen la
pena.
Estoy convencida que el Señor es nuestro mejor público. Sabe mirar todo con sabiduría y compasión. Mira lo que se ve por fuera, pero también lo que sucede dentro del alma. Sabe y conoce mejor que uno mismo lo que va atravesando nuestro espíritu y corazón.
Por eso me conmovió mucho
meditar en el Evangelio de este domingo. Una historia en la que se puede
graficar exactamente ésto.
Este es un pasaje en el que Jesús
exhortaba a no ser como aquellos que sólo esperan alabanzas y
reconocimientos. Y empezó a observar a los que ponían dinero en el arca de
las ofrendas. Vio a ricos que ponían grandes cantidades recibiendo aplausos de la gente. Pero vio también una viuda pobre que puso sólo dos monedas de
poquísimo valor, lo que pudo llevar a burlas, rechazos y humillaciones de los demás.
Ofrenda, que para los ojos de
Jesús tuvo otro valor. Y desde su mirada, esas monedas fueron de mucha riqueza, convirtiéndose en el símbolo de lo
que significa la generosidad:
«Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el
arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les
sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»
Mc 12,43
Era una mujer sin nadie que le proteja y mantenga. Alguien que tomó la decisión de ir al arca de las ofrendas, pero también a este lugar de paz y libertad
que habita en su corazón, donde sólo Dios podría comprender cuánto significaban esas dos monedas ofrecidas a Él. Una
viuda pobre materialmente pero muy rica en amor, que recibió el asombro y admiración
del mismísimo Dios.
Qué ganas de ser así. Qué ganas
Señor de tener una fe tan grande en tu providencia y en tus cuidados. Qué
ejemplo el de esta mujer, que aún sin conocer al Mesías, vivía confiada en tus promesas.
Intercede por nosotros, mujer viuda y ahora plenamente rica, que al lado de tu Señor gozas del consuelo y el gozo eterno. Gracias por enseñarnos a confiar y tomar decisiones desde la medida del amor.
Ayúdame Señor a permanecer en este lugar secreto donde Tú y yo sabemos lo que nunca se acaba,
lo que crece y mejora cuando se reparte. Ayúdame a saber dar y ofrecerte todo,
porque este lugar escondido tiene un pozo hondo del que proviene el agua más fresca
y el alimento más fuerte que me da fuerza para caminar siempre contigo.
Ayúdame Señor a que todas mis
decisiones broten de este lugar en el que sólo importa tu mirada, tu medida,
tus tiempos y tus formas.
Solo importas tú de testigo que sabes mirar las verdaderas intenciones del corazón.
Sólo quiero caminar eternamente contigo, guardando los secretos de mi corazón. Y amar a los demás desde allí.
Solo importa permanecer en este maravilloso lugar que nos tienes
preparado. Permanecer aquí, donde somos cómplices de las mejores opciones cuando te damos nuestras dos monedas o nuestros 5 panes para que los transformes y multipliques en ofrenda agradable que podemos compartirla con los demás…
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En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la
gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje
y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las
sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las
viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más
rigurosa.» Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas,
observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad;
se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos,
les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas
más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que
pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.» Mc 12,38-44
Hermosa!! Reflexión. Me identifico con aquello de que hay experiencias o actos que quedan entre Dios y uno sin público, sin buscar el aplauso y reconocimiento humano.
ResponderEliminarExcelente Magali. Muchas gracias
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