Cada vez se acuerda menos y su memoria es más frágil. Cada vez más cansada y limitada. Pero cada vez crece esa dulzura y ternura que le agranda una alegría especial. Cada vez me conmuevo más de esa serenidad mezclada con esas travesuras de niña.
Muchas
veces no se acuerda cómo me llamó y qué parentesco tenemos. Pero cuando nos
vemos y nos encontramos, el amor traspasa cualquier barrera lógica y oficial.
Recibo de ella esos abrazos y muestras de cariño que siguen alimentando mi
corazón porque su espíritu y el mío se siguen encontrando y creciendo cada vez
más.
Una
buena amiga me preguntó, qué era lo que me mantenía firme para que no me gane
la pena por verla así. Y pude categorizar mejor que este encuentro no depende
de capacidades humanas, de inteligencias fuertes o pobres, que no va al ritmo de
conocimientos o sabidurías. Esto que vivimos es un misterio muy fuerte y hondamente
simple que se llama amor. Ese amor que no le destruye ninguna enfermedad o
limitación. El que permite que pase lo que pase, sigamos unidas y muy
conectadas en las cosas más simples y hermosas de la vida. El amor verdadero
que enriquece cada vez más nuestro ser y existir.
Fue algo que me tocó más fuerte en estos días y que me llevó a darle gracias a Dios cuando meditaba el Evangelio de este domingo en el que Jesús nos habla de muchos signos mostrándonos que Él llega y llegará a nuestras vidas. Y dice al final algo muy importante que no quiero borrar de mi mente y corazón:
“El cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” Mc 13,31
Cuántas
cosas nos han pasado. Cuántas alrededor que nos afectan de una u otra manera.
Cuántas que giran a nuestro alrededor influyendo en nuestras decisiones,
nuestros caminos, nuestras misiones y acciones. Cuántas cosas en esta tierra y
en nuestra historia ha permitido Dios para que vayamos formando y moldeando
nuestra personalidad y nuestra forma de ser.
Cuántas
experiencias pueden evocarse en tu historia y en la mía confirmándonos que nada
es casualidad, que todo fue permitido para algo. Cuántas experiencias también
difíciles y tristes que fueron insoportables en su momento, pero que, vistas
ahora de lejos, pueden ser ocasión para comprender y acompañar el dolor o la
historia de los demás. Cuántos momentos inolvidables por agradecer a otros, a
nosotros y sobre todo al mismo Dios que estuvo a nuestro lado. En fin, cuántas
experiencias en este mundo que han ido tejiendo quiénes somos…
Todo
puede pasar, cambiar o removerse en este mundo. Las cosas más incomprensibles
pueden darse, porque para Dios todo es posible. El cielo se irá llenando de más
gozo y más plenitud con la llegada de más de los nuestros encontrándose cara a
cara con nuestro Señor. Vendrá el fin de los tiempos y veremos al Señor Jesús ya
no sencillo y débil para acercarse a nosotros en la tierra, sino cómo es de
verdad, con todo su poder y gloria. Todo irá sucediendo en cielo y tierra. Muchas
cosas cambiarán. Pero como nos dice hoy, lo que queda, lo que no se va y
permanecerá eternamente son sus Palabras que en último caso es la misma esencia
de Dios: El AMOR.
Todo
puede pasar, todo puede cambiar, todo nos puede afectar, todo puede ocurrir a
nuestro alrededor. Nos despediremos por un tiempo de los nuestros. Pero lo que
perdura, lo seguro, lo que nos da fortaleza y verdadera estabilidad y seguridad
es sencilla y maravillosamente Dios amándonos eternamente…
Y
entonces, al creerlo y comprenderlo, cuando aprendemos a aferrarnos a Dios
antes que otra cosa u otra persona, cuando tomamos conciencia del poder inmenso
que tiene, todo ocupa su lugar. Y entonces las dificultades, las pruebas, los
enemigos, las amenazas, las enfermedades, los sufrimientos y las pérdidas
podrán doler, pero no destruirnos. Porque cuando estamos de su mano y su amor,
nada le vence y nada le gana.
Creo
que esa es la esperanza y la paz que brota cuando veo a esta mujer que quiero
tanto. Veo que estamos unidas por este amor que no pasa y que habita en nosotras.
Y a pesar que no se acuerde quién soy para ella en esta tierra, compartimos una
mirada espiritual e interior que nos lleva a rezar juntas y mirar la eternidad,
dejando que el amor de Dios transforme y plenifique nuestro ser. Una experiencia
inexplicable y honda que muestra el misterio del amor de Dios que traspasa y
trasciende el mismo tiempo, el mismo espacio y toda limitación humana.
Hoy le
pido al Señor de mi vida, que me enseñe a mirar todo en la vida así. Para ver
sus signos, sus muestras de amor y sus señales de verdad en todo lo que vivo y
experimento
No
dejemos de abrir los ojos con mirada de eternidad, para no quedarnos pegados en
lo inmediato, en lo concreto y práctico. Tenemos la semilla de la eternidad y
del amor de Dios sembrada y germinada en nuestro espíritu. Vivamos desde ella y
dejemos que sea su gracia y su amor lo que ilumine y guíe nuestra historia.
Bien
nos dice el salmo de este domingo:
“Me enseñarás el sendero de la vida, me
saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha” Sal 15,11
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