Ese día Miranda de forma exaltada gritaba frente a
su mejor amiga acusando la injusticia de otros. Lo hacía de forma descontrolada. Ya no
escuchaba a su alrededor, ni era capaz de mirar a quien tenía al frente. Sólo
expresaba esa amargura y resentimiento que tenía dentro y que evocó muchas
otras. Es como si se hubiera destapado tantas decepciones y dolores vividas a
lo largo de los años.
Su mejor amiga sin asustarse, no dejó de mirarla
con serenidad y hablarle con cariño. Sabía quién era ella más allá de ese
momento. Y apenas vio la oportunidad, la tomó desprevenida con un abrazo muy
fuerte. Miranda reaccionó con un golpe y un grito. “Suéltame… ¿qué ocurre?”, dijo. Pero
Karina, su buena amiga, no dudó en abrazarla más fuerte aún con amor y
paciencia.
Y entonces Miranda rompió en llantos. Soltó lágrimas
y sollozos como de niña. Se sentó con la carita agachada y confundida. Levantó
la mirada y empezó a hablar sin parar. Evocó lo que había en lo más profundo de
su corazón.
Esa tarde los gritos y las palabras hirientes
quedaron traspapelados y reducidos a insignificantes frente a la verdadera Miranda
que el amor de una amiga destapó. Se supo verdaderamente mirada, amada,
trascendida y comprendida. Y esa tarde estas buenas amigas tuvieron un diálogo
inolvidable en el que pudo salir lo verdadero y bueno que habitaba en sus corazones terminando con una sincera acción de gracias por el don de la amistad y el amor.
Luego de rezar el Evangelio de este domingo me vino el recuerdo de esta historia. Y quise compartirla porque también tomé conciencia que lo que Jesús nos pide podría ser mal acogido y comprendido.
Les invito por ello a ponernos en el lugar de Miranda a ver si este ejercicio nos puede dar luces para comprender mejor cómo comprender y acoger esta invitación:
Miranda tal vez no crea tener enemigos porque no rivaliza con ellos, pero
puede tener personas que le ofenden, que le difaman, la rechazan, que le roban
ideas y personas, que le humillan y agreden. Puede tal vez serlo de sí misma por
no quererse bien. Miranda puede sufrir de muchas formas que le llevan a guardar
deseos de venganza. Y como un alud, a medida que pasa el tiempo, esto crece ahogándose
el mundo interior y su verdadero yo. Enemigos y obstáculos que necesitan ser enfrentados
y solucionados. Pero curaciones y dolores que es imposible ser sanados con las
propias fuerzas.
Y si dice que “debería perdonar y
no reclamar” porque “debo ser una buena cristiana”, está ante una situación que es
imposible de vivir.
Creo que los estallidos y gritos que Miranda tuvo
ese día, tenían una buena dosis de impotencia. Y tal vez parte de su resentimiento
y amargura tenía como causa el saber y sentir que era incapaz de tener una verdadera
salida.
Y ese día Karina le dio un abrazo fuerte y firme que derritió su corazón. Y es que el amor de un ser querido es algo invalorable que nos da fuerzas y nos levanta. Ese abrazo que nos hace bajar las defensas. El que nos cubre y protege, ese que da calor de incondicionalidad y nos sostiene. Ese que puede despertarnos a mirar con libertad lo más importante y esencial que llevamos dentro.
Abrazo que destapa la lengua para empezar a contar
las historias escondidas y tiernas que guardamos, los sueños más sinceros y
generosos, los deseos más nobles para los demás, los proyectos más lindos y
buenos.
Y recién desde este punto de partida, creo que podemos aproximarnos a esos “enemigos” sin miedo y de forma diferente.
¿Saben? Yo quiero ser como Miranda, pero no sólo
ser abrazada por mis amigas y hermanas que me conocen bien. Quiero ante todo
dejarme abrazar por Jesús.
¿Pues, se pueden imaginar lo que es vivir en un
permanente abrazo con Él?
Despertar y dormir todos los días en sus brazos,
con sus palabras, sus muestras infinitas de amor, sus bromas, sus enseñanzas.
Y sobretodo con su ejemplo de incondicionalidad y generosidad cuando soy yo la
que le robo, le ofendo, le difamo o le humillo.
Un abrazo suyo que me llena de gracia para pedirle
perdón y para entender esto de “perdona nuestras ofensas, así como nosotros
perdonamos a los que nos ofenden”.
Entonces, el deseo de vivir el perdón, de dar con
generosidad, de confiar, de dar una segunda oportunidad a quien nos traicione o
dar una tercera oportunidad a nosotros mismos sí es posible. Y será posible no sólo por su ejemplo que nos derrite y nos anima. Podremos hacerlo
porque será con el abrazo de su gracia y su acción divina, solamente así. Y entenderlo nos llena de tanto alivio y paz...
El perdón, el amor a los enemigos como también el
verdadero amor a uno mismo es con el amor y la gracia de Dios, no basta con fuerza de voluntad…
Que esta semana tomemos conciencia de todos los
abrazos que Jesús nos da, para que esa ternura recibida podamos contagiarla a los nuestros. Sólo así seremos capaces de devolver el mal con el bien, tal como
Él nos lo ha enseñado con su ejemplo.
Dejémonos abrazar por los demás para difundirlo a otros. Y sobretodo, dejémonos abrazar por el dulce Jesús.
Porque la verdadera fuerza del amor es desde Dios…
¡Buena semana Miranda, Jesús siempre te está amando y mirando...!
Lucas 6,27-38
Buenísimo, gran reflexión. Gracias por compartir.
ResponderEliminarNos haces reflexionar que Jesús está en todos y como tal, en nosotros, lo que nos lleva a ir al encuentro y abrazar a quien lo necesita y perdonar tantas veces como Él.
ResponderEliminarBuenos días querida Magali y muchas gracias por la bella reflexión que nos has compartido.
ResponderEliminarEs muy cierto cuando nos escribes acerca de la "importancia del abrazo", hemos vivido una
etapa durísima con motivo de la pandemia y en varias ocasiones, hemos debido de enviar
un abrazo de manera virtual a través de los medios, junto con un mensaje escrito que llegue
a sentirse como lo que se ha querido expresar, un abrazo sincero, solidario, profundo, sentido y solo ha sido posible enviarlo y hacerlo "sentir" de esa manera con la Gracia de
Dios, con la ayuda del Espíritu Santo.
El mejor consuelo por lo general, ha sido acompañado de un fuerte y grande abrazo, esa clara necesidad humana de sentirnos acogidos, acompañados, cercanos según el momento, en el dolor, en el perdón, en la reconciliación, en el reencuentro amoroso de
quien mucho se quiere y se ha dejado de ver por largo tiempo, un hermano, un hijo, padre,
madre, una amiga entrañable, pero sin duda alguna, sentirse abrazado de Jesús es la
"Gloria del cielo en la tierra".
Dios te bendiga y te guarde siempre querida Magali.
Con cariño te envío un fuerte y grande abrazo.