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Verdad que cuesta y libera





Sí, creo que ésto es lo que Dios nos dice muchas veces de una u otra manera. Palabras vivas y actuales en todo momento que nos hacen más libres y felices. Palabras verdaderas que cuestan, pero que liberan.

Y lo pensaba cuando veo una vez más a Jesús llegando a nuestras vidas para decirnos y ofrecernos lo que necesitamos, y no lo que quisiéramos escuchar.

Y es que en el Evangelio de este domingo, le vemos dando un discurso que es todo lo contrario a palabras bonitas y suaves. Dijo palabras que fueron directamente al corazón como lo hacen aquellos verdaderos amigos que nos dicen la verdad porque nos aman.

Palabras que les hicieron sentirse comprendidos también porque categorizaban lo que todos hemos vivido, vivimos o viviremos. Aquello que nos cuesta vivir. Situaciones que están escondidas y guardadas en la memoria y el corazón. Historias de hambres, pobrezas, rechazos o llantos de muchos tipos pero que son parte de toda realidad humana.

Les habló ese día de estas situaciones que no son inventadas ni queridas por Dios, pero por las que sí vino a darle un sentido, una promesa de vida y de esperanza. Éstas que se anticipan con la palabra “bienaventurados” (dichosos y felices).


“Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas”. Lc 6, 17.20-26


Hoy Jesús me invitó a detenerme especialmente en una de ellas. Me despertó un poco los ojos del espíritu para abrir más ventanas en mi vida y dejar entrar la luz de su Palabra diciéndome:

“Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” Lc 6,20

Me llamó la atención y me pregunté por qué todas las demás bienaventuranzas tienen promesas en futuro “seréis saciados… reiréis…vuestra recompensa será grande en el cielo… etc.”. Pero la promesa de aquel que es pobre se cumple hoy. 

Y es que la pobreza, o pobreza de espíritu como dice Mateo, no sólo tiene que ver con desapegarnos de lo material, sino que en ella se vive algo más profundo que nos lleva a aproximarnos ante la vida, ante uno mismo y ante Dios de una forma diferente. 

Seamos pobres o ricos materialmente, el pobre de espíritu es el que sabe poner como única riqueza y origen de ellas a Dios: fuente de su felicidad, de la paz que anhela y el amor que necesita.  Sabe que depende de Él para vivir, para caminar, para ser mejor cada día, para ser feliz y para amar.

Me vino entonces desde su Palabra, distintas características que vive una persona que se sabe pobre. Y al hacerlo, pude entender un poco más por qué puedo ser feliz así. 

Creo que en primer lugar es una persona que se sabe limitada y frágil. En otras palabras, reconoce su humanidad. Sabe que es ingenuo creer que puede hacerlo todo por sí mismo. Busca que Dios sea Dios para su vida, pues no piensa competir o negociar con alguien más poderoso, más sabio y que nos ama más que nosotros mismos. Sabe que cuando es débil entonces es fuerte, porque entonces la fuerza de Dios vendrá en su ayuda.

Los pobres de espíritu son como los niños que viven confiados, porque alguien mayor y fuerte le cuida y protege. Estos niños que no se complican con el futuro, porque alguien les dará lo que necesitan. Y con esa capacidad de asombro por la que saben admirar todo lo que reciben, lo que aprenden y lo que les rodea. Los pobres de espíritu al igual que los niños, saben contar con transparencia y sencillez lo que les han dado y saben pedir ayuda cuando ya no pueden y no tienen fuerzas.



Es una persona que se sabe rica. No tiene miedo a vaciarse de otros cachivaches que ocupan su vida, su tiempo y sus que haceres para tener la barca de su vida vacía para llenarla de los verdaderos tesoros. No tiene miedo a quedarse con las manos vacías, porque sabe que tiene una riqueza guardada que crece como la semilla de mostaza en lo más profundo de su espíritu. Y eso le basta para ser feliz. Tal vez por eso transmite paz.

Es una persona agradecida, porque sabe que todo lo que vive y tiene es un regalo de Dios. Sabe recibir las muestras de cariño y ayuda con humildad y libertad porque ve en ellas también la obra de Dios. Y sabe ver incluso las cruces y problemas con serenidad pues puede ver en ellas una ocasión para madurar y aprender.

Es humilde y libre para estirar las manos y pedir ayuda. O para aceptar la ayuda ofrecida. Reconoce cuando está enfermo y anémico en el cuerpo, alma o espíritu que le impulsa a dejar todo orgullo o autosuficiencia para acoger el amor de Dios a través del de los demás. 



Es una persona que no tiene miedo a soñar y buscar lo que le hace feliz. No le paraliza el realismo o los problemas, porque su vida está alimentada de una fe probada y una esperanza viva.  Una esperanza y una fe simple y transparente.

Y creo que ante todo es una persona que ha recibido el mayor fruto y riqueza: saber amar. Sabe que el amor no requiere de ingredientes, ni métodos, ni algo material. El que es pobre de espíritu, aunque no tenga nada, sabe que puede darlo todo. Ha dejado crecer en su corazón una solidaridad y generosidad que le lleva a grandes sacrificios de forma simple y silente. Es el que sabe entregarse sin esperar nada a cambio, porque su riqueza no está en esa retribución, sino en el amor recibido de Dios, ese que le mueve a dar y donarse espontáneamente. 

 

Cuántas cosas más vive quien es pobre de espíritu. Cuánto más nos enseñará el mismo Jesús quien siendo rico, se hizo pobre por nosotros. 2 Cor 8,9

Quien es pobre de espíritu sabe que la promesa se cumple hoy, porque el que ama desde la riqueza de Dios ya es feliz...Optar por vivir la pobreza de espíritu, es optar por ser feliz hoy mismo.


Creámosle a Jesús. Él nos quiere felices y bienaventurados. Y Él hace que lo bueno que vivimos nos haga felices y lo difícil que vivimos se transforme en una bienaventuranza. Por ello aceptemos todo lo que venga con fe y confianza para poder ser bienaventuados.

Bien decía el Padre Tomas Spidlik: 

"Las situaciones concretas de las bienaventuranzas llegan a menudo solas, la providencia las permite para probar y reforzar nuestra confianza en el Padre cleste que da a cada uno lo que necesita" 

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Les dejo la historia de este cuento muy bonito de Oscar Wilde que se llama el Principe Feliz. Creo que nos puede recordar también cuál es la verdadera felicidad. 



Comentarios

  1. Querida Magali buenas noches muy linda y profunda reflexión sobre las
    Bienaventuranzas, me encantó.
    Las bienaventuranzas como dices en uno de los párrafos, una persona
    sabe reconocer y agradecer con humildad que todo lo que se es y se
    tiene, esta unido al infinito amor de Dios y todo nos llega con el
    beneplácito de Dios.
    El cuento del Príncipe feliz, también encierra una gran enseñanza para
    cada uno de nosotros, la solidaridad hacia el prójimo, es una de la más
    grande muestra de humanidad.

    Dios te bendiga y te guarde de todo mal.

    Elvira Orellana.

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