Esta
semana tuve la oportunidad de conocer y maravillarme con este árbol que les
comparto en la foto. Es del siglo XVII. Imponente por el tamaño, el grosor de
sus ramas y por estar tan lleno de vida luego de tantos siglos. Está en medio
de un inmenso lugar dejando cualquier otra palmeras o árbol como pequeño e
incomparable. No sé si me impresionó más el ancho del tronco central, las
raíces profundas que no se ven, pero se saben, o la sombra que ofrece. Pero esa
tarde me transmitió mucha paz al verlo junto al atardecer del sol. E inmediatamente
me llevó a la analogía de querer tener esa vida sólida de quien tiene hondas
raíces y consistencia personal.
Y
entonces al rezar el Evangelio de este domingo me detuve particularmente en lo
que justamente el Señor nos dice sobre los frutos de los árboles.
"Cada árbol se conoce por su fruto: no se cosechan higos de
los espinos, ni se recogen uvas de las zarzas" Lc 6,44
Me hice un ejercicio interior que me ayudó mucho. Los animo a hacerlo hoy, para tomar conciencia de varios elementos que nos enseña este buen árbol.
Cómo quisiera ser como un árbol bueno.
Un árbol
bueno deja que se haga en él lo necesario para poder crecer bien y mejor: deja
que se le pode para que crezcan ramas más fortalecidas. O deja que se le muevan
las ramas para que caigan las hojas secas que no dejan crecer las nuevas.
Es el
árbol que recibe el abono necesario porque es humilde reconociendo que no puede alimentarse a sí mismo. Se sabe hambriento
y necesitado.
Es un
árbol que no está pintado con accesorios que le quitan aíre y oxígeno
para respirar y crecer auténticamente. Sólo muestra su color y textura verdadera.
Es libre y sincero.
Es el
que deja que entre la luz del sol para dejar ver con claridad las formas y colores de sus hojas y ramas.
Un sol que le da fuerza y le permite ser mejor.
Es el
que deja que entre el agua necesaria y suficiente. Sabe que está sediento y necesitado
de la frescura de lo sencillo.
Es el
que no espera otros frutos, pues ama los suyos. No se compara con otras
realidades, sino que sueña con ser cada vez más auténtico y mejor.
Un buen
árbol no es egoísta. Tiene la generosidad de querer dar sombra, de albergar a
otras aves para que reposen y den vida. Para dar sin temor a perder o arriesgarse.
El buen
árbol tiene raíces profundas que no se han ganado forzadamente, sino que crecieron
con los años y con profundidad. Raíces que nadie ve por debajo, sólo por los frutos de
ese crecimiento fuerte y sólido. Y es que el tiempo es un maestro que nos
recuerda que los procesos de la vida no se fuerzan ni aceleran.
El buen
árbol puede crecer mejor cuando hay resistencia ante los daños, los vientos, terremotos y tempestades de la vida. Cuando sabe ver las enseñanzas en los momentos de lluvia o de sol.
El buen
árbol no se siente inferior porque ya no tiene la agilidad y rapidez de los más
jóvenes. Se alegra por tener troncos fuertes y anchos como son fuertes y
numerosas las experiencias que la vida y lo que el viento del Espíritu le fue
enseñando.
Es el
que puede transmitirnos paz porque la luz que le atraviesa, la lluvia que le
moja y las hojas que caen forman una melodía y una fiesta de gratitud y alegría
por el regalo de la vida y la misión cumplida.
El árbol
bueno crece cada vez más, y a medida que lo hace, estará más cerca al cielo.
Crece hacia arriba, no hacia lo bajo.
Ese buen
árbol puede dar la madera necesaria para las cruces que Jesús carga conmigo en el
camino, para las cunas que acogen a Jesús tierno y niño en mi corazón, para
hacer bastones cuando necesito de amigos y hermanos que me ayuden a caminar.
Madera con la que pueda hacer mesas para vivir el encuentro de la cena de
la Pascua y la salvación, las sillas para acoger al peregrino que llega al
hogar de nuestras vidas, lechos para cuidar y aliviar a los que sufren y los débiles.
Madera para esas puertas y ventanas que se abren y permiten que el amor de Dios
y de los hermanos entren por todo espacio de mi morada.
Seamos buenos árboles que busquemos crecer hacia el cielo, que busquemos ofrecer los mejores frutos para nuestros hermanos, que ofrezcamos sombra y paz a los que la buscan.
Arboles que quieren ser como el Árbol de la Vida, y la Vid Verdadera
que es el mismo Jesús.
"En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «¿Podrá un ciego guiar
a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo por encima
del maestro. Todo discípulo que esté bien formado, será como su maestro. ¿Cómo
es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga
que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, deja que
saque la brizna que hay en tu ojo’, ¿no viendo tú mismo la viga que hay en el
tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para
sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano. Porque no hay árbol bueno que
dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol
se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se
vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y
el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su
boca»". Lc 6,39-45
Muy bonito i cierto Magally. gracias
ResponderEliminarQuerida Magali, buenos días.
ResponderEliminarMaravillosa reflexión que nos has compartido esta semana, me ha gustado mucho.
Sabes que en cada lugar en los que he tenido la oportunidad de conocer, siempre me
ha interesado mucho contemplar los árboles, no solo su altura, sino también el ancho
de su circunferencia, tocar el tronco, ver sus hojas y las formas de sus hojas e inclusive olerlas, ver los rayos del sol a través de sus ramas, creo que desde siempre me llamó
la atención disfrutar de la belleza de la naturaleza, pero muy en especial observar a los
árboles y maravillarme de su natural belleza.
Sabes querida Magali, hace muchos años atrás, escuchando la homilía de nuestro querido sacerdote, el Padre Padre Manuel Lara, se me quedó grabado y para siempre, lo que hoy nos has compartido en esta bella reflexión :
El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo
malo.
"Porque de lo que reboza el corazón habla su boca" Lucas 6, 39-45.
Y esto es realmente muy cierto, por que muchas veces me detengo a escuchar lo que se dice y me doy cuenta que lo que se dice, no es necesariamente bueno y tampoco cierto.
Gracias querida Magali, por tus generosas entregas, nos das tu tiempo y tu inspiración
guiada por el Santo Espíritu de Dios, por eso nos llegan al corazón, ennoblecen nuestro
razonamiento y acrecientan nuestra fe.
Dios te bendiga y te guarde siempre de todo mal.
Con mucho cariño y agradecimiento te envío un fuerte y grande abrazo.
El amor de Dios se manifiesta en el fruto precioso de tu escritura, a la vez profunda y sencilla. Gracias
ResponderEliminar