Te invito a un reto muy especial en este día.
Entrar en tu interior y tu historia. Y trata de evocar algún momento en el que fuiste muy feliz. Ese o esos momentos en los que no te quedó duda de sentir la presencia y el amor de
Dios. Como cuando fuiste madre o padre por primera vez, cuando la naturaleza
y el paisaje te hizo llorar de asombro, ese encuentro inolvidable y bendecido
con alguna persona querida, esa experiencia de servicio y entrega que te
sobrepasó de amor y gozo, haber descubierto el rostro de Cristo en un ser
frágil y necesitado, alguna experiencia de oración donde sentiste el abrazo
maravilloso de Jesús, ese momento de silencio profundo en el que la paz inundó
todo espacio de tu vida y corazón. En fin, ese muy tuyo que es inolvidable. Los que marcaron un antes y un después en tu camino de fe
y vida.
Creo que si sabemos abrir los ojos del espíritu, podremos vislumbrar que le ponemos a veces más atención a los momentos difíciles de la
vida, pero que en realidad existen de los otros mucho más de lo que esperábamos. Momentos que no pueden ni deben borrarse del corazón porque son los que permitieron elevar nuestro espíritu y
llenarnos de amor, de esperanza y gratitud.
Y al contemplar el Evangelio de este domingo en el
que Pedro, Santiago y Juan tuvieron el privilegio de encontrar al Señor
transfigurado, podemos verlos sobrepasados y hasta con un cierto temor por un misterio hondo y divino. Experiencia en la que Cristo se les
reveló como Dios. Experiencia en las que solo le brotó a Pedro pedirle al Señor
hacer 3 tiendas para quedarse allí. Experiencia luego de la cual ya no pudieron
bajar de la misma manera a la vida cotidiana.
Un tabor que haga que mi mirada y mis recuerdos
sean constantes viajes al interior de mi espíritu, donde Él me espera para poder encontrarnos una y otra vez. Y a la vez un viaje hacia todo lo que me rodea en la
sencillez o lo complicado de la vida, pues también está allí a mi lado para
cargarme, animarme, escucharme y caminar juntos.
Me vienen entonces las ganas de contraponer en una
balanza estos tabores junto a los otros momentos. Pero me queda luego la certeza de que mi
vida no se mide así: entre los bendecidos y los que no lo son. Sencillamente al
mirar al Señor y tantas revelaciones de su amor en mi vida, Él hace que todo lo
difícil, lo oscuro o lo triste también empiece a convertirse en algo bendito y
blanco, porque solo Él es capaz de hacer el milagro de esta transfiguración en todo aspecto de mi vida.
No tengamos duda: Con Cristo, todo puede ser
transfigurado. Absolutamente todo puede convertirlo al color del amor divino que endulza, enriquece
y bendice cualquier paso y peldaño que toque vivir.
Gracias Señor, porque el día de hoy me revelas
junto a tus amigos que las tres tiendas no están sólo en el monte, que están aquí
en mi casa, aquí en mi corazón, aquí entre los míos, aquí junto al que sufre,
aquí en las calles y todos los surcos de la humanidad.
Gracias Señor porque una vez más me recuerdas que
el cielo se inicia aquí en la tierra, cuando dejo que tu presencia amorosa inunde mis años, mis sueños, mi llamado y la misión maravillosa de anunciarte en
cualquier experiencia que me toque vivir y acoger.
Amén
Lucas 9, 28-36
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