En estos días me tocó encontrarme
con personas que están cambiando de dirección, trabajo o país. Seres queridos y
amigos que siguen siendo los mismos, pero en un nuevo lugar. Estar en un espacio
más pequeño, soleado, árido o abierto que el anterior. Pero un dónde que no
cambia el quién soy. Tal vez, hasta ocasión para crecer y madurar. Me
llevó a pensar entonces, que de una u otra manera, todos hemos vivido esta experiencia sea en cosas sencillas o en otras más complejas.
Hoy al meditar en las lecturas de
este domingo, me quedó resonando particularmente el momento en el que Moisés
conoció a Dios por primera vez. Un hombre que a lo largo de su vida y misión cambió y vivió en
tantos lugares sin dejar de ser él mismo y siendo cada vez una mejor persona.
Un hombre que un día común,
realizando su oficio de pastor en la tierra de su suegro, vislumbró en el monte
algo tan particular, que le llenó de curiosidad. Ésta que puede ser dañina la
mayoría de las veces, cuando sólo es movida por impulsos sin razones claras. Pero
curiosidad que otras veces que puede evidenciar una búsqueda interior por algo
mejor. Moisés pues, subió al Monte Horeb para ver de cerca ese fuego que no dejaba
de consumirse ni arder. Búsqueda que le llevó sin imaginarse, que se
encontraría no con algo, sino con Alguien que le esperaba. Era el mismo Fuego
de su vida, de su historia y el de toda la humanidad: Dios.
Y al llegar, escucha su voz llamándole por su nombre con este hermoso diálogo:
«Moisés, Moisés.» Respondió él: «Aquí estoy.»
Dijo Dios: «No te acerques; quítate las
sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.» Ex. 3, 4-5
Un
encuentro sagrado y humano, entre Dios y un hombre sincero y bueno. Encuentro
en el que pasó de la curiosidad por el fuego, al hondo impulso de acercarse a Dios. Diálogo en el que Dios le hace tomar conciencia dónde está: No en un
monte cualquiera, no en la tierra de su suegro, no en un desierto árido. Ahora, Moisés esta frente a Dios. Y sólo puede cubrirse el rostro y quitarse las sandalias,
símbolo de ese despojarse de uno mismo para escuchar y encontrarse con el Dios de
sus padres, de la historia de la salvación y el que seguramente siempre buscó
sin saberlo (como todos y cada uno de nosotros…).
¿No será algo así lo que ocurre en nuestra vida?
Experiencias comunes y cotidianas en las que, al prestar un poco de atención, lo vemos vivo y presente en un diálogo, en una lectura, pastoreando a los nuestros, en una canción, en el trabajo, en el servicio a los otros, en esos encuentros fuertes y sencillos de la vida cotidiana.
Y lo percibimos por ese fuego tan misterioso que
hace eco con el nuestro. Experiencias que arden y despiertan la sed de
infinito, que responden a nuestras preguntas existenciales.
Encuentros con el fuego, la risa, el amor la fortaleza que no deja de arder, porque es el mismo Dios que se nos ha revelado. Esos momentos sobrenaturales en los que Dios se nos reveló donde menos lo imaginamos.
Que hermoso encuentro este de Moisés y Dios, en el que no primaron las
reverencias, las formas o los juicios con sentencias. Sólo un Dios que abre
su corazón y su amor por la humanidad a este nuevo amigo. Le expresa entonces la profunda
pena que siente por la aflicción de su pueblo.
«He visto la opresión de mi pueblo en Egipto,
he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy
a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos
a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.» Ex. 3,7-8
Sí … ¡El mismo Dios afligido por su
pueblo esclavizado, oprimido y sufriente! Un dolor que no le deja pasivo. Que le
lleva a buscar liberarlo; sea ahora a través de Moisés, luego con ayuda de los
profetas y reyes. Y amor que siglos más tarde lo hará con su propio Hijo, que es Él
mismo hecho hombre.
Él es esa Zarza Ardiente que no deja de consumirse. Ese Fuego que despierta nuestro espíritu. Fuego que con una abismal comparación, es como la inquietud constante que tenemos por querer
ayudar a liberar a la humanidad del dolor, del sinsentido, de la desesperanza y la muerte por negar a Dios.
Creo de verdad, que hay en
nuestro espíritu, un pequeño montículo llamado Horeb, en el que Dios una y otra
vez busca mantener esa zarza que corre el riesgo de apagarse. Ese monte pequeño
donde Él nos espera día a día llamándonos de tantas maneras por nuestro nombre para abrirnos su corazón una vez más como lo hizo con Moisés.
Este es
un día para seguir el ejemplo de Moisés:
Para
buscar ese fuego vivo de Dios en el monte de nuestra vida cotidiana o donde
se nos quiera revelar y llamar.
Para unirnos a la compasión de Dios preocupándonos sinceramente por el dolor y el daño que se hace la humanidad a sí misma.
Para vencer el miedo, pues, aunque nos creamos débiles, pobres o incapaces, debemos ir al faraón que domina las esclavitudes de los nuestros para recordarles que solo Dios salva y libera.
Para saber buscar a Dios donde sea que esté, escuchando sus mandamientos y su
voluntad para vivirla y ayudar a que los demás la vivan.
Para que cuando nos equivoquemos o impacientemos, regresemos a Él para renovar la
alianza que Dios nos ofrece.
Para dejar que Dios actúe siempre. Sabiendo recibir todo que bien necesitamos para peregrinar estos 40, 20 o 50 para llegar a la tiera prometida.
Que en
esta cuaresma se avive la zarza ardiente de nuestro espíritu, para encontrarnos
cada vez más con Él. Y aguardemos así la salvación eterna traída por Dios, por
Cristo nuestro Señor.
Subamos
al monte, quitémonos las sandalias y tomemos la decisión de estar siempre junto a Él.
Pero dejemos primero que sea Dios quien nos libere de toda esclavitud, mentira y engaño. Dejemos que Él nos lleve al mejor monte que necesitemos. Pues donde sea que estemos con Él, estaremos cada día mejor.
Demosle gracias por tanto, y cooperemos con Él a que este mundo pueda ser libre y feliz como Él tanto lo anhela...
Éxodo 3,1-8a.13-15
Buenas tardes querida Magali.
ResponderEliminarEn este sorprendente y maravilloso relato del Libro del Éxodo, en el que Dios, se comunica con Moisés y le indica que se quite las sandalias por que esta en suelo sagrado, me cuesta imaginar, lo que debió haber sentido Moisés cuando escuchaba que alguien lo llamaba y
no atinaba a ver a nadie a su alrededor, pero él se quedo mirando la zarza que nunca se
apagaba y pienso que fue invadido por el Espíritu de Dios y logro entablar un diálogo con
el mismo Dios.
Escuchando la Misa dominical, celebrada por Monseñor Carlos Castillo, explicaba que una
de las traducciones de "Yo soy el que soy" a la pregunta de Moisés, cuál es su nombre?, también es "Yo soy el que está" me sorprendió esta traducción, por que me parece más cercana a lo que verdaderamente es Dios, es nuestro Dios omnipotente, rico en piedad y
de infinita misericordia, Dios de Amor, de sabiduría infinita, Dios verdadero, Dios cercano,
Dios hermano, Dios Padre, Dios Madre en fin, no terminaría nunca de señalar todo lo que
Dios es, en si mismo, por que "Él, lo es todo".
Y como dices en tu bella reflexión, querida Magali, donde sea que estemos con Él, estaremos cada día mejor.
Como cada semana quiero darte las gracias, por que ahondas en mí ese maravilloso sentimiento de amar cada día más y mejor a Nuestro Dulce Señor Jesús.
Dios te Bendiga y te guarde siempre Magali querida.
Elvira Orellana.
di
rico en piedad