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10 kilómetros...

 



Cuántas cosas pueden pasar en 1 hora, en 10 kilómetros de camino…

Y es que me quedé prendida, pensando y preguntándome qué pudo ocurrir en ese último encuentro, ese espacio de tiempo y distancia de Jerusalén a Betania. El último viaje que caminaron con Jesús antes de subir al cielo.

Ya pasaron 40 días de tu Resurrección Señor, en los que los apóstoles te vieron vivo, luego de tu muerte. Comieron contigo, comprendieron tus promesas y palabras. Días de gratitud, asombro y conversión. Días en los que ahora ellos quisieron prometerte no volver a alejarse de ti, a quedarse dormidos, negarte o esconderse. Ahora contigo resucitado, quién querría apartarse de ti…

Pero ya era el momento de partir. Y Tú como siempre, con amor y paciencia les hablas con la nueva promesa: “Permaneced en la ciudad hasta ser revestidos de poder desde lo alto” Lc 24, 49 hasta la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.

Y entonces:

“Los sacó hasta cerca de Betania y alzando sus manos los bendijo” Lc 46,50

Y aunque no sabían lo que vendría ni a dónde iban, te siguieron sin dudar. ¡Cómo no lo iban a hacer! Sabían que los llevarías al mejor lugar como siempre.

Yo me imagino esa hora de camino. Seguramente lleno de atolondradas preguntas, de relatos sobre lo que han visto en ti, un camino escuchando tus últimas palabras en cuerpo presente sin saberlo. Una hora tan gozosamente vivida y disfrutada. Camino en el que el amor fraternal se acrecienta porque están unidos en ti. 10 kilómetros sin saber que serían los últimos en los que podrían verte caminar sobre tierra, ensuciándote, comiendo, escuchando tu voz clara, escuchándote cantar, toser. Camino para ver por última vez tus llagas de la cruz en tu cuerpo resucitado.

Y lo que temían que podría pasar en algún momento, sucedió en el momento indicado. “Se separó de ellos y fue llevado al cielo en cuerpo y alma” Lc 24, 51



Sucedió, porque viste que ya era hora, porque vendría Alguien necesario para el resto de sus vidas y las nuestras. Ya era momento de vivir y actuar no con Cristo Resucitado sólo a nuestro lado, sino poder tener a Cristo Resucitado y al Espíritu Santo DENTRO DE NOSOTROS.Llegó el momento de ese amor maduro que no se queda en la inmediatez, en lo concreto, en lo rápido y corto. Ese amor que vive y ama desde el Espíritu, desde dentro y con categorías que trascienden y se fortalecen con algo más fuerte que todo y todos. Amor con una presencia que rebasa toda medida, porque tiene al cielo de límite.

Te vieron partir al cielo en cuerpo y alma, pero te vieron dentro de cada uno, te encontraron dentro del corazón.

Y volvieron a Jerusalén, caminando esos 10 kilómetros, sin ti y contigo a la vez. Con la promesa ya dada. Volvieron con desconcierto, pero distintos. Cambiados. Regresaron a Jerusalén sin temor porque a pesar de la despedida no se sentían solos, sabían que permanecías con ellos de otra manera. Aquello que vivimos cuando un ser querido se nos va…

Regresaron “...bendiciendo a Dios”. Lc 24, 53

Y no puedo dejar de hacer un paralelo con mi vida y ese camino que todos podemos atravesar.

Ese necesario encuentro con Cristo muerto y resucitado.

Esa necesidad de creer y confiar en todas sus promesas.

Ese caminar con Él, a donde me diga, aunque no lo entienda ni sepa el final. Esa aventura de ir a su lado y tener la atención de escucharle sólo a Él, sin otras voces que la distorsionen.

Ese caminar los kilómetros y distancias necesarias, sin preocuparme de las reservas, de los riesgos o hambres porque es Él quien me guía, me lleva y me carga cuando no pueda más.

Ese caminar con los hermanos que no te conocen, con aquellos que me regalas para compartir tu fe para contarles de ti y de tus promesas.

Ese caminar con mis hermanas y amigas, quienes me ayudan a conocerte y amarte más y mejor. Quienes me recuerdan que estás en el cielo y en la tierra. Que estas en el cielo y dentro de mi corazón.

Ese caminar con el horizonte del cielo al que no solo vas Tú, sino que me preparas una morada para encontrarme un día contigo y con los que amo y ya se me adelantaron.

Kilómetros, días y toda una vida para caminar contigo de guía, contigo dentro de mí.

Qué distinta y necesaria es una vida que tiene como meta y final este cielo, esta eternidad.



Una vida que puede ser plena cuando la podemos entender desde allí. Sólo así todo se hace más concreto, más vivido y gozado.

Así es el misterio y camino de nuestra humanidad. Buscar el cielo aquí en la tierra, amar en la tierra con la fuerza del cielo, amar el cielo con nuestra entrega en la tierra, agradecerle al cielo por lo que nos ha dado en la tierra. Hacer tu voluntad “así en la tierra como en el cielo…”. Mt 6,10

Vivamos con la esperanza puesta en Jesús que no sólo ha resucitado, sino que nos ha abierto las puertas del cielo. 

Vivamos con la certeza que Jesús nos ofrece que el cielo empieza aquí, en la tierra.

Lc 24, 46-53





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