Dentro de tantas verdades
que este domingo nos dice Jesús en el Evangelio, hay una cita que me llamó de manera especial y que en un sentido resume las demás:
«Ninguno que poniendo su mano en el arado mira
hacia atrás, es apto para el Reino de Dios.» Lc 9,62
Que poniendo en positivo sería algo así como “si quieres estar junto a Dios, pon la mano en el arado y camina
sólo hacia lo que vez en el horizonte”.
Entonces, quise entender mejor en qué consiste la actividad del arado, esta tan importante para aquel que quiera recoger los frutos buenos de la cosecha.
La verdad
que al entender un poco más este ejemplo que nos pone, me quedé agradecida por
entender un poco más qué características importantes necesito en mi vida cotidiana
para dejar que Él habite en mí y en nuestra humanidad
Espero que estos sencillos puntos puedan ayudarte a poner medios
concretos para cosechar los frutos de amor y gozo en Dios aquí en la tierra,
donde empieza el camino al cielo.
El arado, es ese trabajo previo al sembrío y la cosecha mediante el cual
se abren surcos, se quitan piedras y cualquier objeto que estorbe el
crecimiento de las semillas. Y el arado en nuestra vida interior, implica también preparar el corazón quitando todo obstáculo que pueda alejarnos de su amor y su presencia. Sólo así habrá sitio para Él, para el bien y la verdadera felicidad.
Es un trabajo importante y exigente, que implica también trazar surcos
rectos y parejos. De la misma manera que en nuestra vida interior, necesitamos
caminar con pasos firmes y sólidos. Trazar una vida coherente sin dobleces o
paralelos, donde la mejor ruta será caminar por la que Él nos vaya trazando.
El arado implica por lo mismo, hacerlo mirando el objetivo
que se tiene por delante pues si miramos hacia atrás, los surcos se tuercen y
quedan deformes. De la misma manera, en nuestra vida interior, es fundamental dejar
atrás el pasado y las dudas que sólo distraen y distorsionan el camino. Porque poner la mano al
arado sin mirar atrás, permite poner la mirada solo en Él. Poner la mirada en el
cielo prometido y la felicidad a la que hemos nacido. Bien lo decía
San Pablo:
«… pero una cosa hago: olvidando ciertamente
lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta,
al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.» Filip 3,13-14
Este arado busca además preparar la tierra dejándola
bien dispuesta para acoger las semillas. Y qué importante es arar
nuestro corazón y espíritu para que la tierra de nuestra vida esté lista y
pronta para acoger la semilla de la verdad, del amor y la gracia de Dios.
Poner la mano en el arado, implica también ese
esfuerzo por dejar la hondura necesaria. Arar de tal modo que las semillas no
se las lleve el viento o las aves teniendo la hondura necesaria que permita
echar buenas raíces. y cimiento. Qué importante que en el arado de nuestra vida
espiritual hagamos este sincero y constante esfuerzo por construir una vida
cada vez menos superficial o evasiva para madurar desde la hondura de la fe, la
esperanza y el amor.
Un arado implica un camino, implica avanzar y ponerse en marcha. Surcos rectos y largos que se han
construido con esfuerzo y constancia. Como esos surcos largos y continuos en
nuestro interior que se ganan con esos constantes “si”, un sí detrás de otro,
una batalla luego de otra, una docilidad a la gracia de Dios luego de otra.
Paso a paso, un día a la vez. Sin prisa, pero sin pausa… Un camino con Jesús por delante y también a nuestro lado...
Pero hay una caraterística en el arado en el que creo que sí puede ocurrir
todo lo contrario en nuestra vida interior. Pues si bien los
surcos en la tierra se pueden lograr con la sola ayuda de un buey o una
máquina, en el surco de nuestra vida, es indispensable la ayuda y compañía de
Dios, y muy necesaria la de los demás. Con ellos se avanza mejor, se aligera el esfuerzo y los surcos se perfeccionan...
¿Quién podría vivir y caminar en el surco de esta vida si se está sólo?
¿Quién puede lograrlo sin el aliento y
consuelo de los nuestros y la gracia y el amor de Dios en nuestras vidas?
Se trata pues, de poner la mano en el arado
para trazar el camino que nos plenifica y que sólo puede llegar hasta el final
con la ayuda de Dios y nuestros hermanos. Y veremos cómo día a dia las semillas bien sembradas darán cuando menos lo esperemos y en el momento propicio los frutos de una vida plena, sólida y cimentada firmemente en el mejor sembrador...
Te animo este día a revisar un poco el camino y
preguntarte:
¿Cómo es el arado de mi espíritu, de mi
historia personal, de mis proyectos y trabajos, el arado de mi familia?
¿Miro atrás mientras camino? ¿Por qué?
¿Qué es lo que más busco y sueño cuando pongo
la mano en el arado?
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