Desde que era niña, solía hacerle preguntas a
Jesús. Y una de ellas era sobre este hermoso misterio que celebramos este
domingo: Corpus Christi, la Eucaristía.
Siempre me he preguntado
¿Por qué quiso quedarse presente en nuestras vidas
de una forma tan concreta?
¿Por qué como alimento?
¿Por qué encerrado, donde incluso las manos de un
ser humano que es sacerdote pueda traerlo para quedarse bajo llaves y seguro?
Preguntas, que sólo pueden quedar en misterios e
hipótesis.
Y preguntas que la verdad no buscan una respuesta,
sino que solo quieren concluir en gratitud, en asombro y paz de tener un Dios
que no quiere mirarnos desde arriba, sino que nos busca desde dentro.
Hoy, me ha resonado una muy concreta y particular:
¿Por qué Tú mi Señor, elegiste quedarte en forma de
pan?
Pan sin levadura, sin colorante o sabor. Un Pan
sencillo, simple y silente para que sólo quede la melodía de tu amor, el sabor
de tu paz y el alimento de tu gracia infinita.
Pan que alimenta y sacia el hambre, como el que
tenemos de felicidad, de encuentro y vida plena. Hambre de amor y esperanza. En
donde solo tu presencia y tu gracia nos sacia y alimenta. Pan que sacia el
hambre insaciable de eternidad.
Pan que cae bien con toda comida, con todo sabor y
a toda hora. Como eres Tú en nuestras vidas. Que llegas en el mejor momento,
que combinas con todas nuestras etapas y genios, que sabes estar allí y
equilibrar lo que necesitamos. Que puedes quedar callado y solo escuchar o
puedes aliviarnos y enriquecernos cuando lo necesitemos.
Pan dócil y bueno que se reparte, porque llega y se
entrega a todos. Pan generoso que es para todos. Pan bueno y dócil que siempre
está dispuesto a entregarse incondicionalmente y me enseña a hacer lo mismo.
Pan especial y milagroso que sólo se multiplica y
alcanza para todos, cuando va lejos de cálculos y restas. Que sólo crece si hay
caridad y confianza. Que no alcanza si es sólo con mis fuerzas. Y que hace
milagros cuando dejamos que Tú actúes al recibirte.
Pan que me recuerda lo frágil, lo terrena y
concreta que es nuestra existencia. Porque no nos quieres como ángeles sin
cuerpo, sino que nos recuerdas lo importante y valioso de nuestra vida
concreta, con la cual pisamos, caminamos, abrazamos, comemos y reímos con los
nuestros.
Pan que nos alimenta en esta vida terrena y
maravillosa en la que Tú te encarnaste y naciste. En esta vida a la que Tú
llegaste hecho hombre para también alimentarte, incluso ya resucitado.
Pan Vivo en el que te quedas escondido, esperando y
soñando con nuestro nuevo encuentro, cuando vamos a visitarte. Cuando
dialogamos de nuestras vidas, sueños, dolores y esperanzas.
Pan donde Tú habitas, para dejar ser triturado y
absorbido, para quedarte dentro, hasta lo más hondo del mismo espíritu.
Pan que expresa la locura de tu amor sin límites, sin
media ni cálculos.
Pan que muestra que mi vida y mi debilidad, te es
más importante que todo. Porque solo esperas abrazarnos cada vez más y más
hasta correr juntos al cielo.
Pan entregado a esta hambrienta y débil niña que
sin ti no podría nada y contigo dentro, puede todo, puede siempre porque Tú nos
das alimento vivo y santo que nos hace volar, cantar y amar sin barreras.
Pan Vivo bajado del cielo, venido a quedarte y
permanecer en esta tierra, en este mundo para llevarnos luego de la mano a la
plenitud eterna.
Gracias por hacerte Pan, por ser Pan de Vida.
Gracias, porque tu amor infinito el día de hoy toma forma de ese Pan.
Hoy solo quiero aprender de ti a repartirme y darme, de esa forma simple, silente y generosa.
Dame siempre de tu Pan bendito para darme a los demás con tu fuerza, con tu gracia y tu vida plena.
Amén.
Gracias, hermosa reflexión.
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