¿Alguna vez has
buscado el significado de tu nombre? La verdad que yo no hasta el día de hoy.
Leí que “el nombre participa de alguna manera en la
esencia que tiene por objeto revelar”. Me entusiasmé y encontré ésto
sobre el mío: “Hay autores que consideran que es de origen persa y que
significa 'hija de la luz', otros que procede del hindú y que significa perla',
mientras que otros afirman que es de origen griego y que hace referencia a la
flor del mismo nombre”.
La verdad es que me
puse a buscar todo ésto luego de rezar el Evangelio de este domingo en el que
me quedé tocada con un detalle simple que Jesús nos da. Nos relata una parábola que tiene como protagonistas la historia y el final de dos personas: un rico y
un mendigo.
Cuenta que el
rico se vestía muy bien y banqueteaba diariamente. Lo describe como el que tenía atención para saber el nombre de las telas y
adornos finos que usaba, llamados púrpura y lino. Que sabía tal vez el
nombre de los alimentos y bebidas a pedir para esos banquetes despilfarradores. Y
que probablemente sabía también el de sus invitados y comensales. Pero al parecer, no sabía el de ese mendigo que pasaba tanta
hambre y necesidad. Era egoísta, con muchas riquezas utilizadas sólo
para sí. Y Jesús lo describe, pero no le quiso poner un NOMBRE. Tal vez para explicitar que no supo vivir de su esencia, o el no saber quién era de verdad. Alguien alienado
y perdido en lo externo y el qué dirán. Un hombre que perdió su identidad y dejó de reconocerse a sí mismo porque no era ya capaz de amar, servir y entregarse. Un
hombre que perdió el sentido de su vida.
Y luego describe este hombre pobre, al que sí le puso un nombre: Lázaro. Que significa “el
ayudado por Dios”. Cubierto por llagas, con ganas de alimentarse, aunque sea
con lo que caría de la mesa del rico. Un mendigo humillado y sufrido por los
lamidos de los perros, sin poder impedirlo. Y si le puso un nombre, tal vez fue para describir a alguien que no perdió su esencia, no perdió la mirada en el
cielo y no perdió la esperanza en las promesas de Dios a pesar de dolores tan
duros y oscuros. Un hombre que pudo amargarse, maldecir y reclamar las injusticias
de la vida. Pero por alguna buena razón no lo hizo.
Lázaro sí fue al cielo, porque en lugar de maldecir bendijo y supo poner todo dolor y toda prueba en las manos de Dios.
Y es él quien el día de hoy nos enseña algo tan
concreto, simple e importante para poder transformar nuestras llagas, nuestra
hambre y nuestras humillaciones en un camino al cielo y en paz aquí la tierra. Creo que alguien que puede sufrir como Lázaro, solo puede salir adelante si aprendió a OFRECER.
Sí,
ofrecerlo todo. Transformar el dolor y las heridas en un regalo a Dios, a los
que amamos y soñamos tener muy cerca.
Transformarlo todo, en una oración. Porque estoy convencida que el que sabe ofrecer a Dios, sabe orar y unirse a Él cada vez
mejor.
Si
hubieran las llagas de nuestros dolores físicos y enfermedades
Si
hubieran las del sufrimiento por el dolor de los que más amamos
Si
hubieran las de nuestras caídas
las
de esas cruces de cada día que no podemos evitar
las
de esos problemas económicos sin solucionar
las
de esos conflictos familiares y roces que no se resuelven
las
de las diferencias e incomprensiones de los que amamos
las
del dolor de nuestro entorno
las
de la impotencia por las crisis e injusticias.
Si
sufriéramos de hambre
por
soledad e incomprensión
hambre
real y material porque nos falta el pan de cada día
hambre
de salud y bienestar
hambre
por la frustración e insatisfacción en una etapa de nuestra vida
hambre
por querer conocer más y comprender mejor
hambre
de amor de los nuestros
hambre
de Dios y esa búsqueda insaciable
hambre
de salud mental y espiritual
hambre
de una vida más coherente y consecuente.
Y
si sufriéramos esas humillaciones, como las de Lázaro al ver lamidas sus
heridas
ante
la evidencia de nuestras limitaciones y defectos
por
la ingratitud de los nuestros
por
no traer el suficiente pan y tranquilidad a casa
por
ese impedimento físico que es humillado por otros
por
tener que ser atendidos y cuidados por otros
por
el avance de la edad y limitaciones que no nos permite ayudar como antes
por
ser atacados, heridos o calumniados
por
ser traicionados por los que más queremos…
esas
que solo Dios conoce y sabe.
Tantas formas en las que podemos parecernos a Lázaro. Tantas, en las que, sin hacernos las víctimas, podemos transformar las llagas, el hambre y las humillaciones en un ramillete de amor, de perdón, de paz y esperanza.
Un ramillete de oración. Vivir
aprendiendo a trascender todo, para tener la certeza que las cruces cotidianas
nos pueden unir a la Cruz y amor de Jesús.
Ser
mendigos y lázaros que podemos ser más ricos y más felices que cualquier otro que a pesar de tener todo lo material, toda comodidad y toda facilidad, es pobre y frustrado por
dentro.
Y entonces, creo que queda clara la pregunta y la respuesta en esta parábola: ¿Es que acaso Jesús nos dice que los ricos terminan en el infierno y los pobres en el cielo?
No. Nos dice más bien que son infelices eternamente, los que no aman, los que se pierden a si mismos terminando sin nombre y conciencia, los que no tienen un sentido en su vida y no creen que necesitan del amor y fuerza de Dios. Los que no creen en el cielo y en la felicidad eterna por lo cual solo viven para sí mismos, para el hoy y lo inmediato que se ve.
Y
serán eternamente felices los “Lázaros” que a pesar de todo lo que puedan
vivir, tienen la mirada puesta en el cielo, en el amor, en la esencia de sus
vidas y han sabido transformar toda cruz en amor, en dulzura y esperanza.
Van al cielo los
lázaros, que sean pobres o ricos materialmente, son muy ricos espiritualmente.
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Señor,
que nunca deje de reconocer mi nombre,
que,
sea una verdadera 'hija de la luz',
para que con tu luz, pueda brillar y alumbrar.
Dame tus ojos para ver los
lázaros que me rodean,
para ofrecerles mi
ayuda, mi amor y mi entrega.
Que, en lugar de
púrpura y lino, me vista de una cálida túnica blanca y simple
que sirva para cargar
y arrullar al que sufre y proteger al que teme.
Que, en lugar de
banquetes y cenas despilfarradoras y bulliciosas,
participe del banquete
de tu Eucaristía que partes y me repartes cada día.
para partirme y
repartirme a los demás.
Y que toda llaga, toda
cruz y toda prueba
sea ocasión para darte
más y más amor.
Éste que Tú me has
dado primero
cuando te hiciste un “Lázaro”
para todos y cada uno
de nosotros.
AMEN
Lc 16.19-31
hermoso, gracias Maga!
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