Voy caminando y es novedoso lo que veo por primera vez en ese lugar. Bonito pero descampado.
Poco a poco el cansancio físico me recuerda que ya llevo más tiempo del esperado disfrutando y dando vueltas por allí. Veo la hora y me doy cuenta que pronto atardecerá. No veo ningún rostro familiar. Mi celular no funciona allí y creo que la batería al igual que mis monedas se acabaron. Entonces tomo conciencia que estoy perdida. No sé donde estoy, no conozco a nadie y la luz se ha oscurecido sin poder ver con claridad este lugar. Tengo que buscar soluciones en una mente que se empieza a nublar porque el miedo y preocupación aumentan. Estoy en un lugar lejano a mi casa, con un idioma diferente y además estoy sola. Fueron tres horas que me llevaron a tener miedo en ese país lejano.
Y cuando ya sólo rezaba para saber qué hacer, pasó el bus de nuestro grupo. ¡Era como un milagro que pasen por allí! Ellos ni sabían que me había perdido. Y al subir tampoco dije nada, sólo di gracias a Dios. Saludé y me quedé muy callada escuchando historias y risas. Esa noche la pasé pensando y categorizando esta experiencia.
Ésto lo viví hace varios años. Y creo que cualquiera de nosotros podría evocar
alguna propia, pues hay muchas formas de perdernos.
Perdidos porque la brújula de la ruta no funciona, el waze nos llevó mal, sin
poder encontrar la dirección.
Perdidos porque
pasan las horas de clase y a pesar que nos expliquen, no entendemos nada de lo
que se nos dice.
Perdidos porque no
terminamos de sentirnos ubicados y estables en ese ambiente o grupo.
Perdidos porque a
pesar de estar rodeados de personas y a pesar de ser muy sociables, nos
experimentamos solos.
Perdidos porque no
sabemos qué solución darle a ese problema que nos ha robado el sueño y el hambre.
Perdidos porque hemos
cumplido tantos años de edad, y aún no tenemos claro el norte de nuestra vida o
el sabernos realizados con nuestro camino.
Perdidos porque nos
da lo mismo tomar este rumbo o el otro pues ya hemos “tirado la toalla”.
Perdidos porque nos
hacemos daño sin haber creído las advertencias de los que nos aman.
Perdidos porque no
entendemos qué está ocurriendo en nuestra vida.
¿Pero qué puede ser
lo común en todo ésto?
¿El no saber qué
camino tomar?
¿El habernos alejado
de lo claro y bueno?
¿El ser responsables
de esa soledad, de ese daño y dolor que vivimos?
¿Ser más autores y protagonistas que víctimas de esta pérdida ?
Esa tarde al
categorizar el temor que viví y cómo ocurrió todo ésto, me acordé que desde un
inicio se nos recomendó llevar siempre un mapa físico, tener a la mano los
números de teléfono y la lista de frases
básicas del idioma porque nos les gustaba que hablemos en inglés. Y sobre todo,
evitar caminar solos. Por lo cual mi primera conclusión fue que pude evitarlo. Gran lección aprendida ese día,
de prestar atención y confiar en aquellos que tienen más experiencia que yo.
Hoy Jesús nos habla de este tema con tres parábolas: la oveja, la moneda y el hijo perdido. La oveja que se
aleja del rebaño, la moneda tan pequeña que se difumina en medio de tantos
muebles y maderas o el hijo que dejando de ser consciente de la bendición de
tenerlo todo junto al padre se pierde en esa ciudad lejana por el lugar y por
las personas…
Y nos recuerda
algo más importante aún: que somos frágiles, con rebeldías y pataletas que pueden
llevar a perdernos y desviarnos. Pero dejarnos muy claro que somos hijos de
un Dios misericordioso que ya nos ha encontrado y nos ha llevado en sus brazos
antes de tomar conciencia de estar perdidos. Un Dios misericordioso que saldrá
a nuestro encuentro TODAS LAS VECES necesarias y cada vez que se lo pidamos.
Podremos perdernos
de las formas más extrañas, más bajas, más difíciles y dolorosas. Pero siempre
habrá un Dios amoroso que nos recogerá, nos perdonará y nos curará todas las
heridas que nos ha causado este desvío.
Perdidos cien
veces, encontrados mil veces…
Pase lo que pase,
vivamos lo que vivamos habrá un Padre misericordioso que no deja de mirarnos, de
cuidarnos y no deja de escuchar todas nuestras súplicas, preocupaciones y reclamos.
Siempre tendremos un Padre misericordioso para acogernos, aliviarnos el corazón y tenernos en sus cálidos y benditos brazos que nos protegen, nos alivian del frío de la soledad y nos conducen a esa paz y felicidad que tanto sueña para todos y cada uno de nosotros.
Siempre tendremos un Padre que nos encuentra y nos espera con los brazos abiertos.
Lucas 15,
1-32
Por eso quiero
terminar esta meditación con esta canción que me gusta mucho y que nos deja
claro que, si por un segundo tomáramos conciencia de su amor, nos perderíamos
menos y reiríamos más…
Y les dejo también esta canción tan divertida y tan cierta…
Creo que nos ha pasado a todos. El estar perdidos, asustados....
ResponderEliminarTener la certeza que nuestro Dios, nuestro Padre,no nos quita de su vista, nos da seguridad , tranquilidad, y una gran paz en nuestro corazón y espíritu. Muchas gracias querida Magali por tus escritos. Nos reconforta y nos ayuda a conocer mas a Dios.!!! Cariños